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El resentimiento de la fea





Empezar a copiar la realidad es una tarea fácil. Se hace y ya está, se copia la realidad aunque sea absolutamente inverosímil. Ahora acabo de ver durante unos 28 minutos uno de estos programas en donde se dedican a hacer escarnio de la gente y se exhiben las más bajas pasiones del hombre, donde, de manera sutil, se desarrolla y fomenta el odio hacia otra persona. Antes de venir aquí, el concepto de obsesión sólo me era posible como eso, un concepto en donde alguien demente buscaba conseguir cosas absurdas y para mí, esa clase de dementes estaban muy lejos de mi realidad circundante; había convivido con la miseria, con la carencia de recursos básicos, con sociedades venidas a menos, con familias a las que les asaltaba la vergüenza de estar, después de una larga vida en la opulencia, en la más real necesidad. Lo más cercano a la locura lo había corroborado por un tipo al paseaban todo el día en un carro hasta constituirse en parte del folclore local. La locura, en ese sentido, era para mí una de las soluciones posibles en la vida. La obsesión pues, sólo era considerada como motivo de películas hollywoodenses. Había oído hablar de crímenes pasionales pero dado nuestro temperamento sexual (según lo comentó un pintor del pueblo queriendo encautar a una joven doncella) no era una cosa por la cual había que escandalizarse o mucho menos.
La obsesión como tal no la conocía hasta que puse mi humanidad en estas latitudes. Puede vislumbrar lo que podía ser la obsesión de cosas tan sencillas, la comida por ejemplo. Llegar hasta la muerte por conseguir dinero, que el dinero y la posesión sean las últimas necesidades. Cuando me atrevo a hablar de esto se me figura que seré tachado de moralino, sólo veo que la obsesión se extiende por todos lados y hay quienes se obsesionan tanto porque al no tener algo con qué llenar su vacío transfieren sus deseos en otras cosa. En realidad lo que quiero señalar es ese desvarío que se tiene por buscar culpables. En este programa que veía, que por lo regular llevan el nombre del animador, especie de gurú del populacho cuya palabra no se pone en tela de juicio, había una chica que fue invitada, con una suma de dinero de por medio, para ser sobajada, humillada y sufrir el rechazo de todo el auditorio en pleno. Según lo expresó la propia animadora, Stacy con 21 años encima no sabía para qué fue convocada. Era una típica gringa pelo rubio con un cuerpo que revelaba lo que llegaría a ser en unos 10 años más, otra esclava de las dietas y de los postres. Le dijeron que iba a reconocer a una antigua compañera de clase durante la preparatoria; esta otra compañera estaba tras una especie de biombo y unas luces posteriores reflejaban su silueta en la que se adivinaba un buen palmito. Según pude oír Sue, la detrás del biombo, empezó a relatar sus experiencias. Nos reveló con voz jactansiosa que se dedicaba encuerarse de manera digamos… profesional. Su cuerpo, nos dijo, sí se lo permitía, además de que ganaba mucho dinero por hacerlo sólo un par de días --nos acalaró también que no se prostituía. Sus intenciones, ahora que había descubierto su autoestima, eran llegar a ser psiquiatra, supongo que como una especie compensación por los desprestigios de la vida que había sufrido.
Stacy había llegado al escenario envuelta en una ola de aplausos caminando con paso parsimonioso y con una gran sonrisa adornándole la cara. El juego consitía en que Stacy debía adivinar la idetidad de Sue escondida detrás del biombo. La animadora le preguntó que si estaba lista. De entrada pensé en algo mucho más sano: una amiga con la que se ha perdido contacto, o alguien que se creía muerto o algo por el estilo. Sue, detrás del biombo, le empezó a surtir de pistas que no sonaban muy amistosas: como, me llamabas “cerda asquerosa” cuando estábamos en la prepa, decías que debía maquillarme porque mi rostro era como para ocultarse. Stacy, como es natural, empezó a sentirse incómoda. Paulatinamente, Stacy fue descubriendo que había sido convocada para que Sue la culpara públicamente por sus desventuras adolescentes. Casi cuando estaba identificada por la rubia sentada, salió la enigmática Sue en traje de noche con un escote bastante pronunciado y hasta eso, de buen ver la chamaca. La concurrencia aplaudió el portento y esta joven, de 21 años también según garantizaba el letrero de la pantalla, salió con una sonrisa demoníaca dispuesta a destruir a aquella que se había burlado de ella durante los años mozos –estos programa suelen llevar un título y este era: Es tiempo de que paguen. Lo primero que hizo fue contonearse por el escenario y después darse una vuelta enfrente de la otra para que la rubia gorda admirara su belleza y sus rasgos bien delineados, al tiempo los productores pasaban las fotografías de las épocas en las que Sue estaba absolutamente descuidada, porque la verdad es que fea no estaba. Después se sentó a un lado, en un silloncito que les pusieron con un arreglito de mesa en el centro. La rubia gorda Stacy estaba absolutamente apenada, la verdad es que la vergüenza derivaba porque los papeles , según comentó con una sonrisa la animadora, se había intercambiado. La ahora buena Sue culpó públicamente de todas las desventuras que le hizo pasar la ahora gorda Stacy interfiriendo hasta en su vida sexual. Sue comenzó a llorar, y como siempre cuando una mujer llora y si está guapilla dan ganas de consolarla, todo el auditorio, incluido yo, sentimos pena por la buena y sus sufrimientos para ponernos de su parte. Al instante recapacité y descubrí que estaba cayendo en el juego del productor por lo que molesté conmigo mismo. La situación era terrible por dos circunstancias absolutamente ridículas: la primera era que esta mujer, Sue, había vivido un infierno y tenía que culpar a alguien por haberse sentido infeliz durante su adolescencia gracias a su desaliño y su necesidad de embonar dentro de los esquemas sociales. Es obvio que la niña quería ser parte del entramado social de la banalidad y que no podía. La razón que argüía era la pobreza en la que había vivido sumergida. Sue no tenía para colgarse ropas que le hicieran la vida menos miserable y hasta valiosa. La otra situación era que dentro su escala valorativa la apariencia física y la atracción que pudiese despertar dentro del vulgo redundaban en el bienestar emocional de la interfecta, y supongo que de todo el auditorio en pleno. Además de mostrar su cuerpo con donosura y desparpajo, Sue vestía lentejuelas que la hacían poseedora, también, de un buen gusto en el vestir. En realidad la venganza había sido dulce para la striper. Sus desventuras fueron famosas y de paso le demostró al público que guardar resentimiento hacia el mundo es una manera de triunfar. La justicia se hizo, el mundo obtuvo su lección y yo un malestar en el cuerpo porque vi el programa de pie
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