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Mostrando las entradas de 2014
Los límites del control Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, dijo una vez Gadamer en 1970. Si consideramos lenguaje como algo abstracto podríamos decir que el hombre, el ser humano, debe tener un sistema de expresión para vincularse con el mundo externo y ese mundo externo es en realidad un mundo interno. Entonces la vinculación con el mundo es una vinculación con uno mismo. Cómo hablarse, cómo dirigirse a cada quien para que las cosas, esas que percibimos, se transformen en instrumentos significativos para cada quien. Escribir pues es recorrerse, explorar el mundo interior para clarificar el exterior. Pero más importante que escribir es leer para así leerse. Sé que en este tiempo mexicano tan convulso hablar de arte y de literatura sin mirar el mundo exterior sólo podría conducir al narcisismo cultural, a un somos mejores que aquellos que no lo hacen. Este cuestionamiento que es más bien ético tendría que validarse de formas distintas y mecanismo que constr

Talking Dead

Desde que se experimentó el horror de las masacres de la segunda guerra mundial y se mostró cómo el odio podía ser vinculado con la política, hemos tenido que preguntarnos como sociedad hacia dónde vamos. Qué clase de futuro tenemos enfrente. En una de las TED talks un fulano argumenta con algún soporte factual que la violencia en el mundo moderno ha disminuido, lo que ha cambiado es nuestra percepción y nuestro acceso a la información sobre ella. Esto podría ser cierto a nivel global donde las muertes por violencia han tomado otros matices y otras carices y se han contabilizado de otra manera o han sufrido el maquillaje político para minimizarlas. En México la percepción de la violencia ha salido de control. Ha tenido un estallido de proporciones mediáticas nunca antes visto. Los medios de comunicación masiva, pero sobre todo el internet y las redes sociales, han servido para que esa percepción de la violencia nos haga sentir su presencia en cualquier lugar al qu
Los perros de la decepción             Leí por primera vez a Rulfo cuando tenía 19 años. Me topé con él más por azar que por un sentido programático en mis lecturas aleatorias y desordenadas. Alguien lo había dejado abandonado en el cuarto de atrás de la casa de mi tía en el Esterito en La Paz. Al buscar privacidad para ir al baño lo tomé al paso (ese baño era el único que podía cerrarse con llave y en la casa sólo había dos para once gentes). Eran sus cuentos. Lo abrí al azar y decidí leer “No oyes ladrar los perros”. Mi decisión se vio reafirmada por esta fobia canina que no me he podido quitar en cuarenta años. Pensé que como Batman había confrontado sus miedos entregándose a su nahual yo podría empezar de alguna manera explorando lo que alguien podía decir sobre perros que ladraban. Los diálogos me parecieron ingeniosos y siempre leí el cuento desde la perspectiva del hijo. La del padre me había parecido ajena. Ahora que ya han pasado más de 20 años desde aquella mañana

Que no era penal

No era penal ha sido la consigna que inunda lo que denominan “redes sociales”. La máxima que ahora se reproduce como mantra del devenir histórico azteca nos deja al descubierto que el mundo mexicano sigue siendo tan atávico como lo fue el día en que Moctezuma le regaló su penacho a Cortés. Eso significa que México no ha caído y que nunca lo ha hecho. Eso significa que el futbol es también un medio para entender cómo opera una cultura donde el vacío es el único lugar posible en el que habita la utopía de ser eso que no hemos sido. Leer la derrota de la selección desde el punto de vista de su atavismo es presentar un lectura que quita la responsabilidad a un juego y le deja al azar un valor confabulario. México es el país del melodrama y éste sólo se elabora cuando hay una necesidad narrativa de construirlo para que de esa manera todo lo que le acontece nunca sea del lado de la realidad política que encarna, sino del destino que actúa sin piedad. El melodrama