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Que no era penal





No era penal ha sido la consigna que inunda lo que denominan “redes sociales”. La máxima que ahora se reproduce como mantra del devenir histórico azteca nos deja al descubierto que el mundo mexicano sigue siendo tan atávico como lo fue el día en que Moctezuma le regaló su penacho a Cortés. Eso significa que México no ha caído y que nunca lo ha hecho. Eso significa que el futbol es también un medio para entender cómo opera una cultura donde el vacío es el único lugar posible en el que habita la utopía de ser eso que no hemos sido. Leer la derrota de la selección desde el punto de vista de su atavismo es presentar un lectura que quita la responsabilidad a un juego y le deja al azar un valor confabulario. México es el país del melodrama y éste sólo se elabora cuando hay una necesidad narrativa de construirlo para que de esa manera todo lo que le acontece nunca sea del lado de la realidad política que encarna, sino del destino que actúa sin piedad. El melodrama vuelve para mostrarnos que el deporte, el único que se practica en México a nivel masivo, es parte de ese juego cósmico donde Dios es el culpable de que el mexicano sea eso que es y nadie sabe qué. Podríamos ver en el comportamiento de la selección, si quisiéramos, un microcosmos de lo que las políticas educativas han hecho de lo que hoy México ostenta: un país que tiene talento individual pero que en colectivo se desdibuja cuando el peligro lo acecha, cuando los nervios lo consumen y se asusta ante la posibilidad de llegar más lejos que la condición de golpeado por las políticas neoliberales le permite. Hay que recordar que la extracción de los futbolistas no deriva de una estructura escolar de caza talentos, como en el caso de Estados Unidos y su industria deportiva,  sino de un “scouting” que tiene que ver con el recorrido de futbol llanero de comunidades aisladas desde donde se promueve un futbol como medio para salir de la pobreza extrema. Basta escuchar las declaraciones de jugadores que apenas pueden articular dos oraciones plagadas de lugares comunes que los medios les han puesto en la boca. Declaraciones que tienen que ver con una bienestar emocional más que una certeza estratégica; declaraciones de chavos que son presentados a la población como los emisarios del honor y del ejercicio militar de un país que siempre ha estado en vías de ser algo, de un futuro prometido, de un desarrollo utópico, de ser un país menos indígena y más occidental, es decir, más blanco que moreno. Leer así el futbol es demasiado, pero nada que no sea parte de su cultura. Esto que podría ser un drama es en realidad un melodrama de algo que no importa más que lo que podría importar otro deporte en el que no siempre se gana. ¿Qué podría mostrar que México ganara o pasara a un quinto partido? ¿Qué nos diría del país en que la política es parte de un sistema ruin donde lo único que vale la pena de ella es enriquecerse por vía de la prostitución, corruptelas de poca o de mucha monta? Un país donde los que pueden son una minoría que está ligada a grupos privilegiados que consumen todo con cargo a los mismos que corean que su mundo se acaba porque una vez más alguien más nos ha pisoteado el orgullo al grito de guerra de "no era penal". Comparto el rigor y también la tristeza de que la confabulación cósmica nunca haya estado del lado de los mexicanos. Que no hayan marcado penal y que un cabrón pelón se haya echado un clavo en medio del área sin duda nos dice que es más fuerte quien siempre ha sido más fuerte. Por eso el PRI ha regresado, por eso Peña Nieto le dice a la gente que no era penal, que nunca lo fue porque el verdadero penal lo acaba de cometer con las leyes secundarias de telecomunicación, ahí sí donde no era penal y de todos modos nos lo acaban de meter y nadie ha dicho "chinguen a su madre pinches senadores". Por lo demás "no era penal".

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