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Mostrando las entradas de mayo, 2010
Para no morir en el intento La historia de la literatura mexicana, y quizá de la hispanomericana, carece de todo un aparataje industrial que la alimente, es decir, que la profesionalice. En México no se puede enviar un manuscrito a nadie para ser considerado como publicación, salvo que seas de los afortunados en conocer a los tres que parten el queso en las instituciones públicas, ya sea en la UNAM, en el Conaculta o en el Fondo de Cultura Económica. Si careces de semejante roce social es probable que continúes tan inédito como siempre soñaste ser cuando tenías 19 años y te sentías poeta maldito y bien contracultural. Para llegar a las zonas privadas de la cultura mexicana es menester también contar con una habilidad para la plática de salón que está dada, esa sí, por una situación de rancio abolengo y de familia literaria, como varias veces lo ha declarado uno de ellos, en el que descansa la crítica literaria mexicana, Christopher Domínguez. Ese grupo más bien limitado tampoco recibe
Historias encontradas Crecer dentro del México de los sesenta era experimentar una serie de infortunios con los que las nuevas generaciones ya no cuentan. Para B. y para mí, ir al cine aún significa salir de paseo, entregarnos a una diversión que tendría que coronarse con alguna degustación de un postre al salir o cuando menos tratar de encontrar lo especial del día en que fuimos llevados al cine. Recuerdo la primera de las películas que fui a ver a un cine que semejaba un castillo en la colonia del Valle. Fui con la sirvienta y el chofer, ellos en clara salida romántica y yo como buen hijo de la servidumbre. El cine estaba adornado con motivos de Disney y sus personajes; era muy común llegar antes de que empezara la película para salir corriendo hacia el frente de la pantalla a tirar patadas voladoras o tratar de golpear a un niño menor que tú. Lo hice durante todas la incursiones al cine y creo que nunca salí golpeado o al borde del llanto. Recuerdo también haber visto e
Disturbing Interludio Y ahora que me busco, que escucho cómo la voz me habla, que la vacío, que la encierro y después la nublo y hasta la amordazo para que no pronuncie palabra, para que muda se quede, para que dentro de su confusión se estacione, levite en el vacío de un lenguaje que desconoce, porque yo soy el mundo, la totalidad de mis días, el temor de las horas , el mundo que empieza y acaba en mí , el mundo que llevo encima como una piel, pegado, como una risa oculta en las palabras, un mundo del cual yo soy el centro, un mundo donde mudo me aligero, donde mentido acabo en mi lengua retorcido, retorcido me encuentro he dicho, he dicho más cosas y he dicho que acabo con mi lengua llorando, con mi lengua deshecho acabo, contrahecho, malformado, esquelético arrastrando una voz como si fuera un cuerpo que no es mío, doblado, ocultando una voz que fue odio algún tiempo, un movimiento en el aire, tal vez una estocada precisa en el centro de mí mismo, en el universo entero de este cuart