Del vacío digital
A estas alturas hablar de cómo la tecnología ha cambiado la forma en que el ser humano interactúa es ya un lugar común. Tanta información ha acabado por desnudar a todo el género humano --clase mediero e integrado-- por más insignificante y miserable que parezca. Es posible “googlear” a toda la lista de amigos olvidados de la infancia y ver si por ventura gozan de algún lado o espacio cibernético para materializase desde el pasado, ya sea como en uno de estos o en alguno de las llamadas "redes sociales" en donde la mayoría busca sumar amigos, un millón de amigos si es preciso. Según he leído en algún artículo del New York Times (ahora con acciones de nuestro orgullo nacional Carlos Slim), estas redes sociales se comportan como sociedades primitivas en las que a través de signos, señales breves, el mundo se entera de lo que haces en ese preciso momento, de las dificultades que has tenido para comer, respirar o concentrarte. La información resulta ser lo más superficial y lo menos compremetedora que se pueda. Si es posible articularla en un par de lenguas mejor, que con ellas se satisface la curiosidad de aquellos fuereños y advenedizos globales sumados a tu lista de finísimos compinches. De igual forma es posible mostrarle al mundo tus gustos y tus simpatías por cierto género musical y unirte al número de fans que, supones, deben ser como tú porque fuiste parte del mismo momento histórico. Lipovetsky mencionaba en su clásico libro La era del vacío (1996) cómo el hombre occidental, incluido accidentalmente el semihombre latinoamericano del que soy parte, llegaría a tener un grado cero de comunicación, dado que la multiplicación de espacios de expresión darían al individuo la posibilidad de decir lo que se quiera a la hora que se quiera sin que hubiera un receptor identificado, y sobre todo sin contenido ni significado.
Esta posibilidad del solipsismo superficial derivaría en una actitud tremendamente desalentadora dado que, al final, a nadie le interesaría saber lo que piensa este o aquel, salvo que lo hayas conocido personalmente para descubrir que sigue diciendo lo mismo que decía hacía veinte años, es decir, nada. En aquel entonces las páginas web apenas empezaban a mostrar su eficacia y ahora, después de 13 años de escritura visionaria de Gilles, podemos concretar que ese momento ya está entre nosotros y para muestra este botón, mi propia plataforma hacia el vacío. El que ahora escribe recibe escasos comentario en sus entradas por un sinnúmero de razones que no viene a cuento discutir (la más obvia es lo sesudo de los comentarios). Esta necesidad solipsista se produce gracias a la fuerza que tenemos para buscar comunicarnos con otro y tratar de comprender, los pocos, que el mundo es un lugar lleno de irracionalidades. He notado, por ejemplo, que los sitios mucho más frecuentados son en los que no hay que leer absolutamente nada, sólo contemplar la foto y comentar cualquier tontería acerca del color de la chaqueta o de lo contento que se ven todos los protagonistas del momento. Este vacío generado desde las dimensiones cotidianas persigue establecer puentes de roce que sólo muestren al ser humano en toda su tangencialidad, en su insistencia por abrir un diálogo; diálogo que se extiende en un monólogo, monólogo que se pierde entre las líneas inexistentes del vacío cibernético, como agua que se escapa entre los dedos: agua de Narciso, como yo, ahora mismo, en que a solas me leo.
Comentarios
Habría que distinguir varios niveles de vanidad, porque los niveles de comunicación bien que los has esbozado. Ciertamente este espacio pretende mostrar mi instintos vanidosos para un número reducido de lectores que conocen mi tendencia desvirtuada a la exhibición mental. No condeno los esfuerzos del mundo por relacionarse ni por vincularse en todos los niveles, son muy suyos. El nivel de relación se da de acuerdo al nivel funcional del amigo en cuestión y las ganas que se tengan de encontrarse el uno con el otro. El voyuerismo es compulsivo y la gente lo alimenta de una manera constante para poder ver la cara de aquel que dejamos de ver hace mucho años y ya ahora que el tiempo le ha caído, lo miramos como si nosotros fuéramos inmunes al paso del tiempo. ¿Qué es lo que queremos corroborar: su envejecimiento o el nuestro? O sencillamente tratamos de valorar su posición en el mundo como seres humanos y comprobar su falibilidad. Ambas cosas, sin lugar a dudas. Lo que me extraña también es que la comunicación cuando se da en niveles mucho más "avanzados" sólo incomoda. El exhibicionismo con los amigos tiene varias connotaciones, sobre todo cuando, además de amigos, empiezas a tener colegas y de ahí a crear tu red masiva, ya no de amistades, sino de contactos que habrán de llevarte por la senda del triunfo o del fracaso. Al criticar el vacío hablo de que ese misma oportunidad de hablar sobre temas cotidianos, o no, se manifiesta dentro de un proceso democrático (que siempre es para ricos o clasemedieros). Todos tienen la oportunidad de vaciar su intelecto para mostrar aquello que los desvela. Es dentro de este esquema que el vacío se manifiesta y donde el narcisismo del que habla Gilles se vuelve un mecanismo para el monólogo porque no hay mucha gente que le importe y si les importa a la primera oración se sienten derrotados para seguir un razonamiento mal sano, incluso con aquellos con los que te gustaría tener un conversación menos baladí. Pero para volver a tu pregunta va aquí mi respuesta: el exhibicionismo siempre es exhibicionismo a pesar de ser parte de una confidencia al calor de cualquier filtro, o tener cara de un medio tan volátil y frágil como éste.
Gracias por mover un poco el estanque aunque en las ondas de agua haya tenido que perder de vista, por un momento, mi hermosa silueta mental.
La derrota viene de todo eso que has dicho, y más aún... es una derrota lingüística; es en realidad la falta de elementos lingüísticos los que nos seperan de los otros y más aún de nosotros mismos: es el fracaso del lenguaje el que nos desvincula y nos cierra los horizontes para no poder ver y por tanto, articular el horizonte. El reflejo de la superficialidad se debe a la poca conversación con nosotros mismos, a perder el intimismo que brinda el espejo y el reflejo lingüístico de nuestra cartografía mental. Por tanto todo procede del temor de no poder articular la palabra por creer que es finita y no alcanza a distruibuir una visión. Precisamente ahora leo un libro muy revelador de José Antonio Marina, La inteligencia fracasada, teoría y práctica de la estupidez. Hoy que venía rumbo a la universidad me encontré con esto que creo que da respuesta, no mía, para salir de mí y no pretender ser el único portavoz de esta reflexión: "Nuestra inteligencia es estructuralmente lingüísitca y nuestro hábitat también lo es. Por eso continúo estando de acuerdo con Benveniste cuando decía: "Bien avant de servir à communiquer, le langage sert à vivre"... Al parecer, también nuestra conciencia se teje con palabras." Por eso este vacío exhibicionista tiene la intención de abrir un diálogo, no con algún lector si no con uno mismo. Lo escribo todo para comprender mi discurso y mi palabra, es decir para aprender a vivir conmigo mismo. Y vuelvo a Marina en páginas siguientes en donde dice: "Al volverse interior [el lenguaje o la conciencia que es lingüística] se convierte en instrumento interno y subjetivo de la relación con uno mismo. Ya no estoy dialogando con otro, sino conmigo. Y lo hago por medio de una herramienta social, que imprime toda su sociabilidad a mi actividad mental."