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Jisus, el inmigrante salvador




Cuando transitaba dentro del geografía sureña del valle de Tennessee me sorprendió descubrir la cantidad enorme de merolicos que, en aras de la conversión de los impíos como yo, se ponían a vociferar y recitar citas de la Biblia. En sus diatribas (que escuché con morbo un par de veces), las referencias al único discurso autorizado salían de sus bocas como misiles dispuesto a destruir todo lo que no fuera el amor de Jisus. Recorrían aquel libro sin ningún pudor histórico y se movían del conocido Nuevo testamento al viejo siempre que hubiera necesidad de ello. Cuando era necesaria la violencia para castigar a los carentes de espiritualidad verdadera, dado nuestra tendencia al libre pensamiento, recitaban pasajes referentes al Dios de los ejércitos; pero cuando hablaban de ellos mismos, hacían hincapié en la bondad de Jisus que los rescató de su vida vacía de consumo mundano y les dio un sentido.
La gente de la universidad, lugar predilecto de estos sujetos para elaborar tales disquisiciones, se reunía en corro y en algunas ocasiones llegaba algún provocador al cual, el inspirado por el espíritu, arremetía con una furia violenta después de recitar un sin número de citas de procedencia dudosa. Sin embargo, lo que más me impresionaba era que Dios, con su infinita grandeza y su hijo Jisus, sólo pudieran oír los ruegos en inglés. Las citas imitaban el más puro estilo victoriano de inglés del siglo XVI. Al principio fue un detalle que me molestó sobremanera. Digamos que lo que primero experimenté fue una sensación de incomodidad: el hecho de que Dios hablara en inglés fue sólo un punto de partida de mi reflexión, misma que movió las más hondas fibras de mi corazón herido por la exclusividad lingüística que se atribuía el poderoso, a quien Jisus sin duda protegía. Traté de dar un poco de concesión a la visión sureña del mundo estadounidense, algo así como un lapsus sin malicia. Sin embargo, pude darme cuenta de que estos individuos estaban absolutamente convencidos de que la Biblia había sido, no sólo escrita por Dios, sino que además había sido redacta en inglés, la lengua oficial del amor y culto divinos. Dios con su infinita misericordia la había escrito en la lengua que todo el mundo dominaba, o sea la suya “sureño.”
En una ocasión que pregunté, lo confieso sólo por joder, en una de las iglesias protestantes a las que íbamos a practicar nuestro inglés mi esposa y yo, cuál era la versión de Biblia que utilizaban, me miraron casi con espanto, --no porque supieran que ha habido varios textos antes de fijar uno autorizado por la iglesia antes de la revolución luterana. Aquella mirada se tornó en desdén que evidenciaba mi corta visión mental, siendo mexicano no podía ser de otra manera; luego, con una sonrisa colgate que contrastaba con la blonda cabellera de la maestra que se iría al cielo por su participación en la comunidad me dijo “the English version of course...” Sólo le faltó argumentar ¿qué ... hay otra? Y creo, al tiempo, que si hay otras, sólo piensan en ellas como traducciones burdas del texto original, envejecido a propósito con inglés victoriano. Por supuesto la fuerza para ellos estriba en que a través de sus palabras se impone un discurso de dominación.
Siempre que estos merolicos de primer mundo respondían a las provocaciones del otro exhibicionista, o que hacían referencia a un principio puro de verdad, decían su inevitable axioma, su verdad indiscutible: “The Bible says...” con lo que dentro de su iluminado pensamiento hacían un doble movimiento para situarse lejos de los impíos: primero, el de la negación de su individualidad y de su libertad de pensamiento para fundirse con el discurso autorizado, el único que proviene del Dios Ario Jisus; y el segundo, como consecuencia del primero, un escudo que los protegía de cualquier Satán Callejero. Así, dentro de este bonito baile intelectual, su sensación de seguridad ante el mundo los llenaba de goce y eran casi felices porque Jisus les había mandado una prueba, una minicruzada. Podían salir avante en un duelo retórico de citas memorizadas, porque Jisus los amaba con su infinita justicia: así, aguerridos, intolerantes, speaking american, pendencieros, pero al mismo tiempo amantes, condescendientes, con un alto sentido de humanidad, y sobre todo, al tiempo entendí, patriotas. Después de todo Jisus, no había duda, si no era gringo, la green card la tenía asegurada.

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