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Maneras de imaginar: entre lo aburrido y lo divertido



Dentro del mundo académico se pueden decir muchas cosas que siempre sirven para mostrar el descontento de todos aquellos que no lo viven. Acabo de regresar del El Paso, Texas, o si se prefiere de Ciudad Juárez, que es casi lo mismo, en donde di una ponencia (los mamilas le llaman paper) en el famoso Congreso de Literatura Mexicana Contemporánea. Eso en realidad no es lo relevante de la reflexiones que hoy me atañen, sino la manera de imaginar el mundo desde dos perspectivas: lo aburrido y lo divertido. A diferencia de los demás congresos a los que he ido en mi afán por viajar gratis, comer y beber a expensas de otros, la mayoría del personal era exclusivamente mexicano, compatriotas, hermanos del alma, que como yo, hacen una vida académica pero en una región más transparente. En el común del circuito congresal norteamericano se encuentra un espectro de colegas de diversas universidades gringas y nacionalidades, en donde se habla con respeto y se dan sugerencias en privado para ser oídas sólo por el interfecto que busca salir de su mutismo. En cierta medida, para aquellos que no comparten esta bonita forma de contacto humano, los congresos son “aburridos”. Es decir, el concepto de diversión, en estos casos, no está acompañado precisamente del desgaste físico o del placer corporal.

En El Paso, en la frontera, descubrí que los mexicanos en suelo gringo también podemos ser aburridos. Esta conducta se explica por esa necesidad de emulación del poderoso tan arraigada en nuestra cultura. No pretendo hacer una generalización sobre el componente fiestero de quienes somos mexicanos, ni tampoco argüir que para ser mexicano hay que ser bien divertido. La palabra fiesta es algo que pasa en las películas en donde la tequila, el baile y el exceso son la nota distintiva. En El Paso me percaté que el viejo adagio de “al país que fueres haz lo que vieres” –si es el más poderoso del mundo y tu frontera norte— está vivo y es necesario para dar valía a tus propios conocimientos. La mayoría de mis colegas trataban de buscar la forma de que no se les notara su mexicanidad y, por decirlo de alguna manera, comportarse civilizadamente. De repetente ningún mexicano fumaba, nadie bebió más de dos copas y en los convites gratuitos nadie repitió comida. Creyendo en la alegría intríseca de mi gente propuse salir de bares y nadie secundó mi moción.

Los congresos en suelo gabacho buscan atrapar al participante en geografías agrestes, climas extremosos, lugares inciertos a cuyos destinos nadie asistiría por su propia cuenta, por ejemplo zonas localizadas en la mitad de la nada: Mobil, Beloxi, Lexignton, Knoxville, Reanok, Louisville, Campbell Station, Albuquerque, por citar sólo algunos que me llegan a la mente, e incluso hasta gratos recuerdos. Como el lector ya habrá notado son lugares adonde nadie organizaría una vacación que no tenga por objeto oler a pasto, descubrir qué tanta penetración tiene el Chick Fil-A, o tratar de adivinar cuántos hoteles tienen canales porno. Con esta clase de pasatiempos, el participante del congreso se ve forzado a asistir a las mesas de otros colegas para no aburrirse. En aquella desolación (casi siempre asiste uno solo), la necesidad imperiosa del hombre por comunicarse te fuerza a buscar ampliar tus horizontes cognitivos; si esto llegara a faltar por parte del individuo, nunca falta quién te hable. Tal es mi caso la mayoría de las veces. No soy dado a los excesos comunicativos porque, como dice mi esposa, “si no tienes nada lindo que decir, mejor no lo digas”. Más bien, prefiero quedarme en silencio cada vez que alguien escupe una estupidez para luego llamarle a mi esposa y cagarnos de la risa del ñoño, diva, o espectro que se aparezca.

Sin embargo, al pretender hablar de aburrimiento no quiero expresar mi animadversión a esta clase de prácticas académicas en sí mismas. A mí estos convivios intelectuales siempre me han parecido simpáticos e, incluso, lugares para el intercambio, si no de conocimientos, sí de tarjetas de presentación. De hecho, hasta me han llegado a parecer divertidos, todo depende del personal que se presente y de las ganas que tengas de hablar mierda entre ponencia y ponencia. Después de ver el programa y descubrir que la mayoría de los participantes vendrían de México lo tomé como un presagio de la diversión que encontraría con mi gente. Lo cierto es que me aburrí bastante, tal vez por haber esperado demasiado, tal vez por descubrir rostros que no veía desde hace 7 años, tal vez porque, sencillamente, nadie quiso divertirse conmigo.

La conferencia de El Paso me abrió la sensibilidad reflexiva para preguntarme, en medio de mi aburrimiento, si en realidad el aburrimiento era una categoría ontológica o simple deporte. Inicié una serie de disquisiciones hasta el punto de descubrir que lo aburrido y lo divertido son nociones que tienen su incidencia y su punto de arribo en la vida moderna o mejor, postmoderna. El mundo empieza a darnos indicios de su construcción bipolar: digamos lo burgués frente lo pobre, lo humano frente a lo inhumano. Por ejemplo, tener una seguridad económica es aburrido; vivir en un país en donde se sabe cómo será un día después de otro es aburrido; estar encerrado en tu individualismo es aburrido; comer los mismo es aburrido. Lo aburrido a final de cuentas es realmente lo seguro, por tanto, burgués. Es decir, aburrirse es la actividad burguesa por antonomasia. Lo aburrido tiene que ver con la posibilidad de aburrirse, que al final es la capacidad para tener tiempo libre y buscar formas de salir del tedio (que da la seguridad económica). En realidad la capacidad para aburrirse viene dada por una sociedad postindustrial que puede darse el lujo de tener algo tedioso que hacer. Por otro lado, para poder desaburrirse es necesario tener un vida en general aburrida. Lo primero no es carecer de empleo bien remunerado, sino de uno que te aburra hasta el cansancio. Los congresos pudieran ser la actividad aburrida, o mejor, la academia pudiera ser la clase de actividad aburrida de quienes decidimos aburrirnos en ciudades aburridas y hablar de cosas aburridas, a gente que está ahí a huevo, porque no tiene nada mejor en qué aburrirse. En El Paso me pude percatar cuán burgués me he vuelto, es decir, aburrido.

Las ponencias son la forma más refinada de comprobación de estas disquisiciones. He visto infinidad de espacios retóricos, pero hasta ahora, ninguno como lo que vi en El Paso. Pude reestablecer contacto una vez más con el argot académico que se domina en mi patria y comprobé los esfuerzos y necesidad de mis connacionales de no hacer ninguna ponencia “aburrida”. Aquí lo aburrido y lo divertido cambian un poco de acepción para colocarse dentro del terreno de lo que comunica una “lectura desenfada”, o la lectura de un ensayo también “desenfadado”, frente a la seriedad que es por definición aburrida. A los ponentes, sobre todo si son “cool”, les interesa esta cualidad como validación de solvencia intelectual y sobre todo posmo. El adjetivo “desenfadado” lo oí en tres ocasiones distintas. En una de ellas en la misma mesa en la que estuve leyendo mis disquisiciones aburridas sobre poesía y conocimiento. La chava que compartía la mesa conmigo leyó su ensayo “desenfadado” lleno de poesía “divertida”, a diferencia del mío que fue aburridísmo porque hablé de cosas raras como simulacros, sistemas y actualizaciones. La diferencia entre el paper (para sonar divertido) de la colega en ciernes (tendría a la sazón unos 26 años) y lo mío radicaba en que llamó a su texto “Acercamiento” como parte de su estrategia “cool”. Al contrario, yo llamé a mi ponencia con un nombre largísimo que los editores del congreso decidieron reducir sólo a una pregunta y el nombre de uno de los poetas que decidí desenmascarar. De esa forma, el “acercamiento” resulta ser divertido, mientras que cualquier pregunta es por demás ociosa y aburrida. Acercarse a algo resulta ser menos comprometedor que preguntarse por él. No es lo mismo preguntarse por un gato que acercarse a uno. La idea de juego es lo que impera en una sociedad que emula el juego de lo otro. Por supuesto es mucho más divertido jugar con un gato que jugar con la “idea de un gato”. Lo desenfadado se da cita en lugares en donde lo aburrido, que siempre es pensar, tiene como cometido hacer que el cerebro ande en pantuflas, aunque simule todo lo contrario.

Comentarios

PARA RAÚL: DEBO SER CLARO: CASI NO ENTENDÍ LO QUE HAS ESCRITO. RAZONES DEBE HABER MUCHAS: 1-VIVES EN UN PAÍS POLIFACÉTICO, MULTICULTURAL, RICO AUNQUE HAYA POBRES (DEBE HABER MUCHOS), EN EL CUAL LA CULTURA ES COMO UN 5º PODER. 2-PARTICIPAS EN EVENTOS DE LOS CUALES NI EL OLOR PUEDO IMAGINAR 3-ERES PARTE DE LA BURGUESÍA INTELECTUAL EN UN PAÍS PODEROSO CULTURALMENTE. 3-ERES INTELIGENTE Y CULTO (TAMBIÉN INFORMADO).
NOSOTROS AQUÍ (ME INCLUYO COMO NO PODRÍA SER DE OTRA MANERA, SOMOS POQUITOS Y POQUITA COSA. AQUÍ NI CONGRESITOS HAY Y LOS LIBROS DE OTROS PAÍSES CASI NO LLEGAN. SEA COMO FUERE, HA SIDO UN PLACER LEERTE. UN ABRAZO DE XAVIER
Estimado Xavier: Muchas gracias por tus comentarios que son halagadores. Espero tenerte por acá, con tu lectura, siempre que ten den ganas de leer disquisiciones de un mortal que anda exilio por amor al exilio mismo.

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