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La construcción del ser latinoamericano

II


Ahora creemos que las cosas están bien, sólo porque somos nosotros los que vivimos en ellas. Sin embargo, nunca ha habido nadie que no viva dentro de sus cosas y que haya presenciado otras que no estén en su rango de vida. Podemos comparar las cosas que no había y ahora hay. Lo evidente frente a lo no tanto. Creemos que el mundo es mucho mejor porque pensamos que no hay cosas que no sabemos que existen hasta que descubrimos que siguen vigentes. Así, la manera de imaginar mi universo es un mundo lingüístico que parte de una lengua para extenderse más allá de los confines de mis aproximaciones. Es decir, imagino primeramente el mundo en español, concretamente en español mexicano. Imagino una serie de universos sobrenaturales que nunca he conocido y que ni siquiera estoy seguro de que existan. Imagino que tengo históricamente problemas para asimilar mi humildad. Imagino que soy parte de unos rituales festivos, de una confusión metafísica, de una realidad disfrazada y de una repulsión a ser indio.
En México es casi indispensable, en aras de la reafirmación de tu ser globalizado y cosmopolita, alejarse del ser indio mediante un no parecerlo y disfrazarse de aquello que no eres. En México ser indio es absolutamente bochornoso. Es un dolor que se lleva en la piel y que es preciso ocultarlo mediante ardides, imposturas y disfraces. Es preciso mostrar una suficiencia en la escena cosmopolita para albergar una intelección del mundo occidental con todas sus manifestaciones posibles, porque, claro, el mundo civilizado no se encuentra en México y sus tradiciones de origen indígena. Por eso, los encargados de justificar lo nacional ontológico han tenido que ventilar, e incluso inventar, una historia exterior, que provenga de la postura genético europea para hablar del mundo indígena y de sus avatares. Los disfraces corporales o mentales se llevan con suficiente gracia si se han adquirido prendas en lugares no exóticos, sino civilizados, Europa o Estados Unidos. Aquellos que se precian de tener un mejor gusto, léase una cultura más exquisita y conocedora, van a Europa para descubrir que no es como lo pintan. El resto, perteneciente a una clase media sin cultura refina, viajan legal o ilegalmente a Estados Unidos para descubrir que ser indio es una cualidad per se monstruosa.
Pero ¿cómo ocultarlo si es lo más aparente y es además aquello que más se destaca a la hora de dar una visión del mexicano? Recuerdo que en alguna de mis clases del posgrado, el profesor nos mostró la diferencia entre lo que llaman en Sudamérica “El Cholo” frente al indio. Presentó un par de fotografías que representaban al mismo individuo: uno vestido y otro encuerado. Con lo primero que conecté esa foto fue con los cuadro de Goya sobre la Maja Desnuda y la Maja Vestida. Sin embargo, mi referente, sólo cultural, lo único que mostraba era mi enciclopedia; no revelaba la dualidad que el profesor quería mostrar a los anglohablantes. El problema al analizar las figuras icónicas es que siempre se corre el peligro de caer en estereotipos y en generalizaciones que resuelven la clasificación, pero que no elaboran sobre el contenido social. A la pregunta ingenua de si el tipo era el mismo, la respuesta ingenua, por ende, era que sí. A partir de ahí era necesario generar una polémica que siempre ha sido propuesta por los estudiosos norteamericanos, pregunta ontológica que tiene que ver con su tradición: to be or not to be. ¿Era o no era indio? El personal proponía una reflexión menos ontológica para operar con conceptos más asequibles a un espíritu más pragmático. El tipo que aparecía vestido en la foto era el mismo, sólo que vestido, incorporado a un aparato civilizatorio, revelaban algunas mentes. El planteamiento proponía llegar hasta mostrar cómo la significación entre lo que era percibido y la significación de la percepción variaban para mostrar cualquier cosa que fuera posible, siempre y cuando hubiera una justificación razonable de por medio. Ante la pregunta de era o no era, la respuesta que había que plantear era, ¿es necesario hacer ese tipo de planteamientos? ¿Es necesario preguntarnos, desde la frontera esta del primer mundo, sobre si el indio es indio o no? El indio vestido al tener ropa dejaba de serlo. El indio encuerado era indio porque estaba encuerado. El proceso entonces, rebelaba que había que poner énfasis entre lo que parece y lo que se es; es decir, la frontera incomprensible de la definición lingüística frente a la materialización espacial individual. Lo primero para no ser indio es no parecerlo. El ser indio va ligado, en este mundo impío, al parecerlo. Dentro de la definición que se busca combatir, hay que tomar en cuenta las implicaciones que dicha diferencia puede argüir en un espacio conceptual. Es decir, primero es menester saber lo que es un indio para poder negarlo. En este sentido la pregunta hambletiana de mi profesor sobre si es o no es, cobra una vigencia dentro del mundo de facto. Primero hay que articular algo desde la percepción, en lugar que desde la intelección del mundo: cómo se percibe un indio, cómo se localiza, cómo se corrobora, cómo se autentifica, cómo se muestra, cómo saber que estás frente a un indio. Se está ante la presencia de un indio cuando se percibe un indio y se establece un acercamiento con el sujeto en cuestión. Un indio es alguien que tiene cierta fisonomía que lo hace cumplir con el primer requisito: un indio es un indio porque lo parece. Desde occidente sabemos que el mundo se divide en razas y una de ellas, según el espíritu cromático, es la raza café o india, así como la negra, la blanca y la amarilla. Sin embargo, alguien puede parecer indio y no serlo, es decir, ser de color café, tener lo ojos rasgados y tener una estatura por abajo del uno cincuenta y no serlo todavía. Este sujeto tendría que asumir su parecido con un indio para afirmarlo o negarlo. Aunque de entrada tenga ganado el cincuenta por ciento de su búsqueda. Este parecido con la conceptualización lo colocaría, en el mejor de los casos, en un estadio de esquizofrenia cultural que lo llevaría a decidir sobre su futuro como entidad “indiana” o no. Aquellos que no son conscientes de esta salvedad son los que podíamos señalar como sujetos en vías de convertirse en indios auténticos.

Comentarios

Anónimo dijo…
Gran Libro sobre el Sur de EEUU: Camino del Sur, de Cesar Vidal.
Gracias por el comentario guanabara. Las nacionalidades son histerias por querer ser alguien o pertencer a algo. Mis compatriotas me rechazan y los que no lo son también. Cuestión de como siempre de resentimientos.

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