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PEQUEÑA CRÓNICA DE LA INTOLERANCIA

O EL TROLEBÚS DEL AMOR







Pobre tonto, ingenuo, charlatán
que fui paloma por querer ser gavilán.

Rafael Pérez Botija

(Letra popularizada por el Príncipe de la Canción
José José, felizmente recuperado de su
alcoholismo)






Según dijeron era un mensaje de amor y de esperanza. Era la redención con manos salvajes. Era una coronación de laureles y una liberación suprema. El mansaje era sencillo: “el fin de los tiempos está próximo: arrepentíos” . Captaron nuestra atención anunciando un blues con slaider, su esposa por lo que dijo el improvisado blucero —de los llamados de la raza de bronce, con greña a lo roquero en capas y copetito básico en la frente—, lo seguía con una sonrisa idiota y pandero rosa tratando de llevar el grueso de los bajos reafirmándolos con un movimiento meloso. A mí que siempre me han entusiasmado los cantantes y las cosas inusitadas en los trolebúses, puse atención, imaginar algún solo de B. B. King era descabellado pero siempre hay que esperar lo peor para no ser sorprendido. Empezaron con un requinto de muy mal gusto y me decepcioné, no por lo pobre de su ejecución, sino por lo exhibicionista del tipo. La mujer que lo acompañaba en los intervalos de solo, que fueron para ser exactos tres, dejaba escapar un "Huu Huu" que se me antojó como mujido de vaca , y que no sé por qué, supuse que el tipo que traía a un lado no la satisfacía como era debido, o que si lo hacía, cada vez que él tocaba la guitarra le arrancaba un orgasmo con cada cuerda. Llegué a suponer que era también, y mucho depués lo supe, un grito de guerra azteca con tintes metafísicos: "Huuu, Huuu, con lo que guste cooperar, una moneda, una sonrisa" clamaba la mujer para acompañar la melodía. Al termino del blues se dirigieron a su público pregonando la sentencia. El róquer azteca nos explicó la misión de su vida, de cómo Dios con su infinita bondad y gracia lo había rescatado de las fauces demoníacas de la delincuencia. Habló de su redención y de la nuestra, que estaba en sus manos, dijo, y que, para seguir con tan loable empresa, requería la ayuda voluntaria de nosotros, los pecadores, que no atendían las palabras del Señor:
— Acabo de salir del reclusorio oriente en donde Dios me ha hablado—, dijo con voz quebradiza.
— Mi esposa,— el engendro treintañero que le acompañaba— va a pasar con el pandero a llevarles el mensaje de amor —, al decir esto se les llenó la cara orgullo.
Pude ver en el pandero famoso el mensaje rotulado con una horrenda letra y, como es de suponerse, con faltas de ortografía: "Pas a los honbres de vuena bolunta" (sic). Aquello se antojó como una vejación, un ultraje al buen gusto y las finas maneras. Es la ciudad de México, me dije, un antologador de bestias y especímenes raros se volvería loco al no poder clasificar a tanto animal. Recordé la antigua constumbre de los zoológicos humanos de la Edad Media en donde se exhibían seres humanos deformes que nacía pecadores, incluidos en la época colonial los indígenas que importaban los europeos.
Un amigo íntimo y colega cuando regresó al terruño me recomendó mucho la experiencia: “No dejes de montarte en uno de esos trolebuses que no contaminan y que con tanta exhaltación presumen aquellos; es una experiencia realmente edificante, casi como leer a San Juan de la Cruz.” Por supuesto, lo tomé en sentido contrario o a contra flujo, como allá le llaman.
Como fui atacado directamente en mis postulados estéticos y no estaba dispuesto a soportar espectáculo tan grotesco y coincidiendo en una parada, resolví descender lentamente del trolebús para que aquello no pareciera una descortesía . A mis espaldas pude oír que de entre la multitud abigarrada se escuchó la voz de un incrédulo preguntando al delincuente, ahora reformado, cuestionamiento más agudo: “¿Cuál fue tu crimen?" La masa siempre incontrolable, secundó la curiosidad morbosa de todos los presentes y debo confesar que la mía también, aunque la mía tenía otros postulados, más bien de exploración:
—Sí, sí, que confiese, ¿cuál fue tu crimen?
—Seguro eres un violador de alguna secta protestante.
—Sí, sí, predicador pervertido, vuelve adonde estabas.
—Te has de haber casado en un rito satánico.
—Sí, sí, mariguano endemoniado, déjanos en paz.
Ante la escandalera decidí volverme para no perder ningún detalle. El blucero, con un tatoo de la virgen de Guadalupe en el brazo, que se veía gracias a la camisa recortada a tijerazo limpio, poniendo al descubierto sendas cantidades de grasa fláccida desbordada en la región abdominal por los pantalones de mezclilla strech, quiso reestructurar su discurso:
—Hermanos, hermanos...
Pero la multitud no atendía. Vi los ojos del delincuente, ahora reencausado, cómo trataban de encontarse con su esposa; hicieron contacto y yo los seguí con los míos. Aquel engendro femenino asintió. En un trabajo de prestidigitación, es decir, imperceptible casi, la guitarra de cuerdas plateadas con estampita multicolor del Cristo coronado con espinas deslumbrantes a cada moviemto del cantante, cambió de forma y de función. Aquel nuevo instrumento que recibía el de pelo largo, empezó a soltar el único emblema de la redención posible. Las notas estrundosas por un fa sostenido desembocaron en los cuerpos del grueso de la masa. El tipo disparaba sobre ellos al tiempo que gritaba histéricamente como poseído por una fuerza extraña: “arrepiéntanse, bola de pendejos”, “pinches pecadores de mierda”. Hubo algunas risas nerviosas, algún suspiro lleno de miedo y después silencio. No hubo más música. Cesó el discurso, quedando sólo la gloria que enaltece a los corazones piadosos que han obrado conforme a las escrituras, además de un reguero de sangre que fluía como un río. La pareja descendió. Ella con la guitarra de fuera. Él con el estuche cerrado. Los dos con dirección al poniente de cara al sol, satisfechos de haber llevado su mensaje.


Comentarios

Anónimo dijo…
Pablo Abraira

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