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Esta es la tercera (y última) entrega de la persecución que Johnny ha tenido desde hace tiempo. La hago pública sólo por el placer morboso de exhibirse, de ser excéntrico y de saber que nadie ha de tener tiempo para leerla.


El perseguidor de Johnny (Finale larguísimo)



III

El perseguidor se hizo como de agua, como de ceniza, como de silencio y dejó de servir de pretexto para componer las normas vacías del tiempo, que repito hasta el cansancio. Y es que hablar sin morderse la lengua es creer que las cosas se sucedieron como si todo hubiera pasado.
Entre tanto el alma del que perseguía una cola, o que como cola se perseguía, era un mundo de oportunidades, era un mundo todo limpio en donde la única miseria que podía verse estaba oculta en cada uno de nosotros, aquellos que bañados diariamente con agua de todas las temperaturas posibles buscábamos dignidad al mejor precio. Y aquí me interpongo, me abro de pecho para buscar algo más que la rabia en el cuerpo de no saber a ciencia cierta hacia dónde moverse, de qué manera solventarse, hacia qué punto mantenerse como si fuera uno algo que es y que no acaba de terminarse. Es la misma pregunta de todos los tiempos, la misma tesitura en los labios, el mismo sabor de la carne y del cuerpo. Qué es lo que busca entonces el ser humano, siempre con esa grandilocuente intentona de abarcar el mundo como si fuera el de la existencia socavada. Y allí está el mundo afuera, ese que dicen que hay que vivirse de la mejor manera para no ser olvidado por quienes hemos odiado o nos han demostrado su animadversión. Hay veces que siento que me recojo, a veces que siento que el mundo acaba y termina en mi territorio, pienso en quienes he visto, a quienes he olido, a quienes he visto de frente y hacia quienes he emitido un comentario aunque sea bueno. Pienso en la inmensidad del mar y en las especies que nadan a destiempo, que se rezagan del cardumen, en la ignorancia del cardumen, en la bendita ignorancia del cardumen, y para qué buscar otro lugar que no sea dentro del cardumen, si ahí entonces no habrá nada, ni siquiera un indigente que se sienta menospreciado por sus semejantes. Sé que peco de ignorancia, o mejor, de ruidos ancestrales que se agolpan entre secretos como si el hombre no tuviera que decirse nada. Por eso a veces no digo nada, por eso siempre callo cuando me piden opinión. Y es que para qué volverse responsable de quienes no quieren una opinión. Y para qué mancillar el rostro del otro cuando ni siquiera quiere ser destrozado, cuando el único ruido que tolera es el de la otra persona diciendo que sí habrá que satisfacer y que habrá la recompensa debida. Y aquí estoy, buscando inventarme un mundo de cosas, un montón de situaciones que no existan, un montón de existencias que se parezcan a las de la realidad, que convivan con el sueño de una gran mujer viniendo a mi encuentro con unos labios de mandarina, con unos labios que logren empujar la sangre por todos los conductos arteriosos. Desgraciadamente para la existencia esa clase de emociones se experimentan en la región de los sueños, en la metarrealidad del discurso, de la imagen que se inventa, del secreto que hay dentro de cada uno: perseguidor de su cuerpo, perseguidor de su hedor matutino, de su situación angelical, de su invocación dentro del paraíso de este mundo, ya sin nada. Eso es precisamente lo que molesta, el creer --como ahora me creo-- que antes hubo algo, como si antes sólo porque no existían las cosas se manejaban de otra manera. Me sorprende mi ingenuidad de perseguido, esa que me conduce a elaborar juicios que sólo son un poco de buena voluntad o de esperanzador estertor. Sin embargo, así no fue la cosa, sucedió un día que estaba el perseguidor dolido de su esquema, con la reuma del ancestro, y no hubo nada. El para qué es lo que queda y lo que supera al tiempo. Y aquí me sigo de cerca, rodeado por el mundo que me ignora, rodeado por la ignorancia que me ignora ignorando a todos aquellos que también me ignoran, recordando a todos aquellos a los que he demostrado un momento de mi atención, y olvidando a todos al mismo tiempo de igual manera.
Una vez que el perseguirme me agobie podré pensar en hacer otra cosa, inventar algo que ni siquiera me ha ocurrido, contar algo sólo por diversión y goce estético, narrar el mundo en varias palabras, dar saltos por todo el mundo para llegar a donde me han dado un poco de tierra, buscar comida y transformar el pan en serpientes buscando, con lujo de direcciones, las caracterizaciones de todos aquellos que han pasado por el mismo sendero, ese que alguna vez Basho recorrió. Es que hay quienes ven en las ramas de los árboles un mundo por descubrir, y sí descubren que hay algo que se parece a lo que buscan. Esos que buscan saben lo que encontrarán cuando sean mayores. Yo sólo busco teclas, palabras que llenen vacíos, que busquen señales, que vean por fuera y que por dentro sólo imaginen que no ha habido un sucederse de espacios que se tienen como consigna. Busco palabras sólo para matar las noches en la que Berenice se ha dormido pensando en el mañana. Sin duda habrá algún mañana en cada acción. Seguro pasarán cosas nuevas, seguro vamos a romper una piñata sobre un tumulto de niños, seguro que hemos de firmar parte de un espectáculo siniestro, nosotros, los de ahora juzgando a los que no eran materia de juicio. Y aquí estoy, tan consciente de mí, me sé tan algo, tan falto de ganas, tan falto de algo que a otros les sobra. Con sobrada angustia me descubro, descubro mi rostro en la imagen atónita del agua. Me busco en secreto y me vuelvo ausente recordando a los de atrás. A veces me siento el mismo, y veo cómo los otros ya no se parecen a los que fueron. Tal vez mi mente divague por todos lados, mis pies no tanto, en el calor se hinchan y las botas acumulan el calor de todo lo que está a su alrededor. Y cuando me siento el mismo pienso en el tiempo, en las cosas que no he escrito sólo porque ando a la caza del mañana para volver a verter el mundo sobre un pedazo de algo, pantalla digamos. Así que inventaré a un perseguidor que viene de atrás sumergido en sus propias cavilaciones mientras recuerda a dos gentes que estuvieron presente en sus ratos de confusión. El perseguidor de goce refinado, el perseguidor de una ingenuidad envidiable, el perseguidor frustrado por su dialéctica de hombre muerto a puntapiés. El perseguidor muerto por comprender lo que hemos seguido haciendo cuando las ideas se han ido por el cuarto de baño, las ideas puestas en una nueva estructura que valoraría la figura del autoritarismo, y yo qué sé de estas cosas, yo cómo me muevo en estas cosas, cómo me limpio de estas cosas. Sólo soy un perseguidor de sí mismo que busca ideas por todos lados; que después de todo busca la lectura de un tiro de fantasía que no cuente, que no se forme en otras andadas, que no busque caminos como los que te dije cuando éramos la fuente y la multiplicación de los panes. Y vuelvo a que me digas cómo encuentro una calle en donde los que hablan olvidan o que hablaron, olvidan, olvidar y comenzar el proceso de evocación dentro del cual me digas que las cosas no son como me las constaste y que ni siquiera sabías que dentro de un pera había un secreto escondido. Lo sé porque me lo contaron, sé lo que me han contando sin que en ello exista un mínimo de verdad, un misterio de esos que se buscan porque no hay manera de explicarse la trascendencia con algo distinto que las palabras, las explicaciones que son como divertimentos de algo que sólo observamos desde la idea, una idea polvosa, una idea que no niega la posibilidad de ser lo que en estos últimos tiempos he venido a hacer en otro lado del mundo. Y aquí estoy, sin ver el mundo, sin anularlo, pensando en que en la época de lluvia es menester recogerse en el interior, y aquí estoy, recogido en mi interior, en el ejercicio de escribir con mediana soltura, con desesperanza hecha, con anécdotas pasadas y con siluetas de vida, con pequeñas realidades que no han sido nuestras y si lo son, queda algo que no ha podido destruirse ni con el correr de los tiempos. Inevitablemente sigo aquí, a veces dispuesto a destruirlo todo, a herirlo todo como si no hubiera más respuesta que la de siempre. Como si la soledad no se sintiera en algún punto; decir pues que la destrucción del mundo está potenciada desde dentro es sólo tener un espíritu amarillo.
La tarde aquella me alejé sonriendo, eran cerca de las diez de la mañana y yo sólo caminaba con mi rutina en el aire, con los pensamientos de que el perseguidor estuviera a la vuelta del mundo como para volver su rostro y escandalizarme con sus desvaríos. El perseguidor estaba en todos los lados, evitarlo era como evitar la frustración de vivir de la esperanza, de contemplar el mañana como algo venidero. Sucedió que en un arranque de histeria un estertor salió de mi boca mientras el azul del cielo se cargaba de humedad y mi cabeza de humo. El humo me hizo olvidar el secreto que me hubiera gustado tener, me hizo olvidar que los secretos no son como tesoros que se aquilatan. Si algo no te he dicho es por vergüenza, por egoísmo o por mentiras. El secreto no es otra cosas mas que una forma de ocultar aquello que no estará en buenas manos. El secreto parte de la posesión de información que el otro desconoce pero que le gustaría conocer. Te aquilato como un secreto, no hago público mi descubrimiento y te guardo para que no te espantes con las cosas que se ventilan cuando no hay más que hacer. Así, el día que creí estar en posesión de un secreto divulgué que lo poseía. Era un secreto que no tenía la menor importancia. La vida puesta como un vacío. La vida llenando el vacío dentro de un mundo que se encuentra y que se desvanece como el tiempo.
Y me contemplo otra vez por la imagen de los encuentros. Y me convierto otra vez en encuentros para ventilar un discurso que suene a algo interesante y de costumbre. Yo pretendía hablar de las cosas que me fueran llevando de la mano hacia otros lados de tensión mundana. Pretendía hablar de las cosas que estuvieran dentro de mí decorando mis reflexiones con la vegetación del Tenesí, del ámbito oculto del Tenesí, lugar perdido en la mitad del encuentro, lugar donde sólo estamos solos, donde estamos más que solos, más que los que no tenemos en donde extender el tiempo.

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