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Mi amiga la Credulidad





Recuerdo la indignación de una compañera de aula en mi primer año de posgrado en el sur de Estados Unidos cuando un compañero feo, panzón, desaliñado y gringo, comparó la credulidad de los griegos y de los judíos. Los primeros con culto a Zeus y los segundo con un culto a Jehová. La compañera crédula ofendida dijo, en plena clase como quien disfruta la confirmación de un axioma, “Zeus es mitología”. Lo que quería decir, justamente, era que el dios de los ejércitos, el sanguinario Jehová no lo era. Que Zeus, estaba descubierto, no había existido y no había hecho la tierra, y no había creado todo el universo, y era un dios pagano y que eso sinificaba que el verdadero era Jehová. Su certificado de autenticidad se basaba en la existencia de un supuesto hijo suyo –de dios por supuesto— que había muerto en un cerro, poco tiempo después que Zeus, por toda la humanidad habida y por haber. La explicación del mundo que proponía Zeus y sus secuaces no era lo suficientemente convincente para ella. Era evidente, me dijo, que ningún griego había creido en Zeus ni en sus augurios, porque los únicos augurios dignos de creerse son los de los ángeles: animales no "mitológicos" sino "reales". Soberbiamente, esta señora encarnaba el paradigma del obstuso pensamiento. Un mismo pensamiento que defiendía por ser enarbolado por cientos, miles y millones de crédulos que necesitan profesar el mismo credo. Éstos seres no soportan la idea de una orfandad miserable, la idea de que no pasará absolutamente nada en sus vidas que supla la creencia de que su padre no los abandonará. Esta señora desacreditó el poder de los dioses del olimpo, y más aún, su efectividad dentro de los terrenos adivinatorios del hombre. Zeus, como me lo reveló en voz alta para que el panzón se sonrojara ante su estupidez, no era más que imaginación, mitología dura y pura. Al compadecerse del panzón feo me dijo que cómo era posibible que la gente creyera en semejantes patrañas y se dejaran engatuzar de una forma tan sencilla hasta nublarles el razonamiento. Porque dios, me dijo en secreto --yo seguro no lo sabía-- en su infinita misericordia ha alejado a los falsos becerreros para él ser el único.

Para actaulizar su figura, bastaba imaginar a Jehová con grandes barbas --casi como Zeus—, tocando el dedo del hijo al cual le transferiría todo su poder para que acabase con el mal y la incredulidad del mundo. El ejemplo del gordo no tenía más que la función de mostarnos que los referentes dentro del horizonte de expectativas cambian según la perspectiva desde la cual se esté leyendo el texto. Para mí había quedado claro. No obstante, la doñita dentro de su vertical horizonte, no había captado el propósito del camarada. En realidad lo que había hecho la doñita era atentar contra los jucios de este amigazo sólo porque su aspecto no sugería una percepción cuerda de la vida. Este señora, que un año después se dedicaría a la noble tarea de instruir a la juventud, estaba convencida de que el camarada tenía un problema mental porque me dijo ofendida, “cree en Zeus”. Yo, como caballero que soy, le pregunté con una sonrisa sobre la deferencia entre creer en Zeus y creer en Jehová. Volvió sobre su axioma. Zeus era sólo mitología mientras que Jehová era una verdad. Es decir, estaba escrito en un libro con todas la andanzas que esta figura había tenido desde el comienzo de los tiempos, en cambio, según ella, Zues sólo era un cuento popular y no había una libro considerado inspirado por un ser superior. No había una biblia en donde Zeus y su caracterización humanoide estuviera presente, de ahí, su falaz construcción. Dentro de esta estimación de fenómenos, la doñita tenía en su poder un secreto que en ese momento me lo revelaba para que, de paso, me convenciera de que lo ella predicaba era lo autorizado. Recuerdo que, mientras la dejaba despotricar contra el mundo infiel, se le llenaban los ojos de lágrimas porque en el fondo de su corazón sabía que me estaba rescatando. ¡Cómo resistí sus embates evangelizadores! Tuve que soplarme cuatro meses de fascinaciones imaginarias mientras recogía los trabajos que por 25 doláres la hoja le hacía para sus presentaciones orales, sus conferencias y un discurso especial para agradecer a los miembros de su comunidad el apoyo y su lugar seguro a la salvación.

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