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El hombre y la poesía



La historia de la literatura es una suerte de encuentros y desencuentros con los momentos claves de la vida de su propio autor. Su historia personal es una reconvención de los mecanismos que hacen de la historia una multiplicidad de nombres y de espacios discursivos fortuitos. Los últimos acontecimientos poéticos del mundo mexicano han sido marcados por la tragedia y por la reflexión activa. Van desde la indignación hasta la despotricación y descalificación ad hominem de todos los mecanismos de impartición de justicia. Las marchas para exigir algo que no debería siquiera ser puesto entre dicho parece que dan un poco de esperanza a todos aquellos que asistieron (aunque los hechos sigan desmintiendo esa necesidad de reivindicación humana). Así la poesía y su sistema hacen su aparición para recordarnos que hay poetas que han hablado y mostrado toda clase de arrebatos ante lo que sólo son espectadores. En estos momentos es inevitable hablar de muertes, asesinatos y violencia, algo que se ha vuelto tan común dentro del nuevo México que arranca en la segunda década del siglo XXI. ¿Cómo entonces la poesía puede enunciar una reagrupación de los valores humanos para mirar al otro como una persona sin el rencor que acarrea el odio mutuo? Sicilia ha dicho que dejará de escribir porque lo han ahogado, asfixiado; porque la muerte de un hijo es antinatural y devasta. Ha usado la cita de Shakespeare retomada por historias épicas para cimbrar la posibilidad de venganza. Nos ha dado una resonancia de un mundo fragmentado donde los discursos éticos han aparecido para volver sobre la vendetta. Según Bloom, Shakespeare inventó al hombre, al ser humano; lo llenó de emociones y mostró todas las contradicciones que hacen del vivir una red intrincada de contrariedades, de momentos viscerales, de elucubraciones aporísticas para dar muerte, abrir el espacio del odio, el rencor, la miseria humana.

Ser humano significa entonces reconocer estos infortunios que hacen de nuestras humanidades productos fallidos, perseguidos por un sueño utópico de un bienestar que nunca habrá de llegar porque está muy difuminado, mal esbozado, pésimamente construido. Tal vez en lo que no se quiere reparar es en el ejercicio del odio, en la recreación del dolor y la poca empatía hacia el otro como lo que nos hace humanos. Nuestras fallas responden de manera radical a nuestros territorios habitados. De alguna manera el determinismo fenomenológico es el que desgarra nuestro inconsciente y nos impulsa a recobrar lo perdido en el ínter. El silencio ha sido la alternativa de muchos hombres, de muchos perseguidores de delirios en la mitad de la noche cabal cuando el que sueña se pierde en un sin fin de vericuetos oscuros que lo terminarán aniquilando. ¿Desde dónde resurge ese miedo? ¿Hacia qué delirios apunta cada vez que alguien con el odio en el rostro, que confunde con la adrenalina del momento, encinta a una víctima por no haber pagado a tiempo su parte, su orden? Es posible que el silencio de la poesía no sea el del ser humano sino de su inestabilidad, o mejor aún, producto de una inestabilidad que rodea una palabra que busca transformarse en espacios sonoros, en heridas, en siluetas de nombres que se esfuman como si fueran volutas de aire; en espinas coronando cruces donde el martirio no sólo es algo que se padece sino algo que se ejerce con toda la voluntad del mundo. Callar a la poesía es como acallar al dolor porque no puede articular un rostro imaginado. Ahora las víctimas parten hacia un lugar donde la imaginación habrá de evocarlas, su humanidad no está transformada sino sólo reintegrada a un espacio narrativo que clama lo que no puede resolver al hombre que se ha quedado sin Dios. Y en ese dios que ha muerto como muchas otras cosas que vemos, que percibimos, encontramos los restos de todos los poemas que ya nadie escribirá, los poemas que el mundo quiere olvidar, los que nos dicen que la palabra no detiene balas porque ya todos sangramos, porque vamos heridos y el odio nos levanta la cara, el rencor nos envenena y la poesía entonces no es lo bello sino lo que no puedo ver, lo que no me han quitado…

Snow Wind


There is nothing more to see

Snow in the nandin’s leaves

And, under it, the red-eyed

Rabbit lies frozen.


I’ll place everything on

Your eyeballs, the universe.

There is nothing more to see:

Nandin berries are red, snow white.


The Rabbit hopped twice in the cool

Breeze and everyone disappeared,

Leaving the barest scent.

The horizon curves endlessly.


And now there’s no more light

Around the rabbit’s body.

Suddenly your face

Is large as the universe.


Shinkichi Takahashi

Comentarios

Rodolfo Reyes-Chilpa dijo…
En tiempos de odio y venganza, la poesia puede ser un bálsamo en las heridas de los ofendidos.
Dios no ha muerto, está presente en medio del dolor y horror, y es quien impulsa a los poetas a escribir.

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