Ir al contenido principal

Mi historia personal de la literatura sudcaliforniana

La historia de la literatura sudcaliforniana está demarcada por el aislamiento y el poco contagio del mundo sudca con el del macizo continental. No hemos tenido ninguna figura que haya conquistado los reflectores y todos aquellos que han hablado (mal) de sus experiencias en aquellas landas han sido vistos como apóstatas de algo que nunca comprendieron. Por su posición geográfica está más cercana a ser una isla que una península. Sus mil millas famosas por una carrera de coches tienen el toque de la inhospitabilidad y el sufrimiento de sus recorridos a lo largo de toda una tira desértica cuyos parajes sólo sorprenden por su falta de ser humano entre cada poblado, alejado cada uno por unos cien kilómetros de distancia. Baja California Norte, como nos gusta llamarla, es otra historia, precisamente por su cercanía a los Estados Unidos y al paradigmático California. Allá pasan otras cosas que sólo nos unen cuando los de arriba deciden bajar al fondo del infierno. El arte en Baja California Sur está en un estado de pérdida porque no ha existido un mecanismo de encumbramiento que le de relevancia a un poblado. Yo salí de ahí porque en realidad nunca estuve. Mi historia cognitiva ha estado más ligada a la capital de México que a La Paz. Donde aprendí a leer fue en el DF, donde terminé la primaria fue en la capital y donde aprendí el desamor y el desamparo fueron en la capital donde cursé la licenciatura. Regresé a La Paz para mis estudios preparatorianos y para veranear en las playas pretendiendo conocer los misterios de ser sudcaliforniano sólo porque mi madre era de Santa Rosalía, lugar en el que viví por tres años, alejado de todo contacto civilizado (a lo que atribuyo mi incapacidad para socializar). Tuve amigos que lo único que nos acercaba era la distancia entre mesabanco y no algo más metafísico. Fui a la única prepa particular que existía entonces para conocer a todos los que tendrían que ser parte de la nueva generación del futuro político y económico del Estado. Me aburrí como ninguno y, como la señal de la tele no llegaba y la parabólica no tenía decodificador para ver porno, tuve que dedicar mis tardes a leer. Tenía inquietudes literarias pero no sabía si eso podía ser algo positivo. No hablé de mis lecturas con nadie y no compartí mi formación con ningún amigo. Leí fundamentalmente lo que mi madre tenía en su biblioteca. Nunca supe por qué se hizo de eso libros ni cómo pero eran curiosamente la historia de la literatura europea del siglo XIX. La leí y entendí la mitad. En aquel entonces de finales de los ochenta se ventilaban algunos nombres que escribían poesía. Todo parecía indicar que Baja California Sur era poética. Comencé a asociar al mar con la poesía. No conocí a ningún poeta hasta que estaba a punto de terminar la prepa. Era un contemporáneo mío de la prepa Morelos, institución pública que garantizaba al pase automático a la UNAM. Resultó que perseguíamos intereses similares, es decir, la misma chica. Él iba a su casa a regalarle poemas, yo iba a regalarle mi corazón aún mudo de palabras. Creo que para entonces ya había ensayado algunos poemas contemplando el mar, su inmensidad y mi desventura por tener tanta belleza y poca interlocución. De mamón nadie me bajaba (y nunca he sabido por qué), cosa que me impidió la asimilación con mis compinches y sí muchos chingazos a la hora de la salida.

La primera discusión poética que tuve con mi susodicho adversario fue en torno a la palabra “belleza”. Me dijo, casi con temor, que él nunca utilizaba el sustantivo a menos que fuera absolutamente necesario, casi como la única palabra que podía resolver la paradoja de la vida. Obviamente en el poema la había usado para describir a la chica en cuestión. Yo temí por mi sentimientos, saberme rechazado por la elocuencia poética era algo a lo que nunca había estado expuesto. El poeta preparatoriano en ciernes me compartió todos los poemas que le había escrito a la que pretendía conquistar. Yo me declaré derrotado para la reflexión poética, pero sobre todo por la reflexión lingüística que mi par estructuraba para buscar la atención de la chamaca en cuestión. Me enseñó sus poemas como quien presume el tamaño de su miembro pero sobre todo como una especie de poseído por un demonio lingüístico que manejaba un excedente de información que lo colocaba como un demiurgo. Luego de su maratón poético en compañía de la amada de los dos, me pidió un raite porque venía a pata y tenía que caminar media hora para tomar el pesero que lo llevaría hacia una colonia que jamás había oído mentar. Cuando menos en un aspecto conservaba yo aún mi dignidad: el era pobre y yo era rico. Lo llevé sólo porque la chica me miró con ojos de que si ella no lo hacía su mamá tendría que llevarlo, además de que ese acto tal vez me pondría más cerca de sus sentimiento que todo el sinsentido poético que el fulano me recetaba como poseído. Al despedirlo cerca del cerro me invitó a un taller poético que se congregaba todos los jueves en la prepa por la tarde. Le aseguré que iría y nunca me aparecí. Temí que todos fueran como él y que mi presencia los incomodara sobre manera de la misma forma en que Vicente me había indispuesto para los encuentros poéticos. Ya nunca más supe de él hasta que me enteré que se había hecho físico y que, me dijo en la Facultad de Letras, estudiaba una molécula esquizoide.

Lo único que pude tener en claro fue que la poesía se hacía por los menos favorecidos en la escala social y bajo una intensa reflexión sobre cada palabra que se manejaba. Terminé la prepa con inquietudes literarias que aún no sabía cómo ni con quién ventilar. La chica de la prepa se fue a aprender inglés y al año me confesó que había dormido con otro en su estancia en los Estados Unidos en la famosa noche del prom. Yo la perdoné pero en realidad ella no quería ser perdonada, así que se fue con otro amigo de Vicente que hacía matemáticas y cuya poesía estaba en los números. Perdí tres años tratando de averiguar cuáles eran mis inquietudes en la vida. La poesía que había escrito hasta entonces carecía de todo, pero no de rima y de métrica. Hablaba fundamentalmente de mi historia como cornudo y de los sinos malditos que en mí habían recaído. No conocí ningún poeta ni ningún escritor que me pudiera echar la mano en el arte del verso ni de la lectura. Recorrí varias universidades privadas y públicas a lo largo de la geografía mexicana por tres años estudiando carreras totalmente disímbolas: Ciencias Políticas, Estudios Internacionales, Humanidades, y hasta Biología Marina por dos semanas. En ese periodo infructuoso sólo conocí aspirantes a escritores esporádicos que tenían la misma característica que yo: creerse genios, no haber publicado nada y tener cuadernos embarrados de sinsentidos que nos gustaba llamar poesía. Al contemplar mi estado y mi desventura ante la decisión de no estudiar algo que no me gustara, me enrolé en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ayudado por el Secretario Académico en turno amigo de mi padre, quien además me daba una beca para que yo pudiera estudiar Letras. Gracias a este estipendio y al paterno naufragué en la facultad por seis años. Recorrí todos los talleres literarios de Coyoacán buscando ser descubierto en una especie de Scouting literario por alguno de los talleristas, escritores, poetas de reconocido prestigio. Ninguno de ellos se interesó por lo que hacía, ni por lo que yo llamaba poema ni por los tres cuentos que escribí para presentarlos en los talleres. Me gustaba leer mis poemas sólo para oír mi voz, pero me encabronaba bastante cuando me decían que tenían defectos, o que había manera de mejorarlos, tomando por sentado que eran un mierda. Mi historia heroica era para ser cantada no para ser mejorada. Así me hice amigo de todos los resentidos del mundo poético y literario; es decir, de aquellos que no querían mejorar nada y les bastaba con decir cualquier pendejada para sentir que la poesía era otra cosa que el resto no vislumbraba. Acabé la carrera y nunca percibí nada más allá de lo que podía existir en la facultad. Conocí a dos poetas sudcas mayores que yo que habían ganado un par de premios y que eran la nueva realidad de la poesía regional de la media península. Les hablé un par de veces y nunca leí sus poemas, sólo sus biografías que me decían que la poesía tenía que ser proletaria para ser más profunda. Mi problema radicaba en que yo era rico y ellos pobres: vivían en la casa del estudiante Sudca y yo en un departamento en la del Valle (que a todos nos pagaba el gobierno, por distintos medios).

Regresé a La Paz sólo con un poema publicado después de 6 años, dispuesto a cambiar de género y a asumir la dirección de literatura del Instituto de Cultura, que mi padre me había conseguido para que yo no me muriera de hambre, ya en la última etapa del priismo hegemónico. La poesía requería de una historia personal mucho más escandalosa, escabrosa y sobre todo miserable. Mi historia económica era más bien sólida y sin mayor problema, así que lo único que podía escribir eran poemas metafísicos, puesto que era el único sufrimiento que experimentaba con honestidad. Esos poemas a nadie la gustaban y eran vistos con sospecha. Yo argumentaba que estaba a favor de la poesía pura, pero hacia mediados de los noventa lo único que podía verse auténtico era la poesía como compromiso social y la laudatoria del terruño. Conocí a poetas cósmicos, lunares y planetarios. Poetas melancólicos, drogadictos y gandallas. Traté de hermanarme con ellos pero no me dejaron. La imposición en la que había llegado era prueba inequívoca de mi apostasía, y yo jugaba a hacer literatura mientras ellos la padecían en carne propia. Traté de hacer migas, mejor, con las nuevas generaciones porque las pasadas condenaban mi historia personal. Decidí cambiar de registro completamente y me declaré narrador y ensayista. Eran los únicos géneros en los que mi historia no hacía de mis producciones descalificaciones automáticas. Abrí un taller de cuento, que secretamente era un taller de lectura, pero nadie lo notó. Gané un concurso estatal de cuento que todo el mundo ignoró. Publiqué un ensayo con pseudónimo sobre Huidobro y nadie supo quién lo había escrito porque a nadie le interesaba el tema: Huidobro era demasiado vanguardista para el pueblo. Publiqué otro cuento sobre Batman que Villoro dijo que era muy malo y que nunca trabajé porque me indignaron sus comentarios. Luego me hicieron jurado en varios concursos en los que no podía participar por no ser de la tercera edad y no ser mujer. Como vivía en la miseria económica (es decir, como todo el mundo en México que trabaje en el gobierno), me animé, casi con vergüenza, a escribir más poemas que hablaran sobre la difícil tarea de sobrevivir en un mundo impío. Ya podía igualarme con los míos porque al final mis padres me había dejado de dar dinero porque a ellos también se les acabó el sexenio y el poder del PRI. Salí al tiempo de La Paz. Me he enterado de que no soy parte de la literatura sudcaliforniana, pese a haber sido antologado en una publicación que recoge a los ganadores del concurso de cuento y que lo reproduce (confieso que mejorado). Creo que a la distancia, ya cuando mis pares han experimentado alguna estabilidad económica, han podido recordarme como parte de los suyos. A dos sexenios en que el PRI ya no ha sido protagonista del Estado ni del país y mi exilio los pone nostálgicos, le dan gracias a Dios de que ellos no tuvieron que salir para no morir de hambre y quedarse con todos los premios.

Comentarios

Anónimo dijo…
El mejor comentario es sin comentarios.
Anónimo dijo…
Oye Raúl esto es muy divertido. Saludos desde La paz.

Entradas más populares de este blog

Teoría de la soledad Una de las funciones de estas redes sociales como Facebook y, el mayoritariamente usado por los hispanohablantes, Hi5 es percatarse cuán solo está uno en el mundo. Esta revelación en realidad no es nada nueva, sólo la manera de comprobarlo. Por supuesto gozo de “perfiles” en ambos lados, en los que sólo tengo escasos 10 amigos, de los cuales 5 son prestados, 3 son familiares, una es mi esposa y el otro es mi amigo de la Facultad. ¿Por qué entonces me empeño en tener un lugar en el espacio cibernético? no lo sé… supongo que sólo por estar “in” y que no se me tache de anticuado a mis juveniles 36. A veces estoy más preocupado por lo que puedan pensar de mí (esos 5 amigos prestados) que lo que en realidad quiero hacer (como se dijera por aquí, seguro son  mommy issues ). Así, este contacto internáutico que se manifiesta en un lugar virtual, sólo me ha servido para morirme de envidia por la cantidad de amigos que los demás ostentan cuando entro a revisar sus “perfiles”
De Pavadas Hoy es uno de esos días raros del mundo anglosajón masificado. Llevamos alrededor de 7 años haciendo como que celebramos o nos enteramos de que existe, este día que llaman “Thanksgiving” y que la mejor traducción de todas en español sería Navidad Anticipada. En cualquier caso, la costumbre nos ha llevado a parar a lugares insospechados y a rituales en los que cada persona dice por lo que debe estar agradecida, sin saber si quiera quién es la persona o sus circunstancias. Se supone que es cuando los gringos se reunieron por primera vez con los indios para no morirse de hambre. Desde la perspectiva humanista de esta gente, (he hecho una encuesta con mis alumnos) creen que los que se morían de hambre era los indios y no los pioneros. Después de saciarles el hambre con sus guajolotes, que sólo veían como pájaros salvajes, algo así como ver avestruces, los pioneros decidieron matarlos a todos por su gentileza. Gracias a este gesto de saciar el hambre del hombre blanco –y tal vez
Pater Familias Con la paternidad el mundo y su pedagogía devienen en una suerte de expresiones maniqueas. El mundo se vuelve un lugar de absolutos y de aseveraciones tajantes. Cosas por las que jamás me había preguntado se transforman en material debatible para mostrar la intolerancia y la angustia de ser padre. Las explicaciones que se tienen que dar deben encuadrarse dentro de un esquema de intelección infantil, que no siempre resulta asequible, sobre todo cuando todas ellas estuvieron ausentes dentro de la propia infancia de quien tiene que facilitarlas. Los números de libros que hablan sobre cómo uno debe educar a sus hijos se multiplican, mientras los programas de televisión en donde los niños, que han dejado de serlo para convertirse en monstruos, son domados por una especie de super mamá salvadora, nos recuerdan que la paternidad puede ser algo doloroso. De ese modo, el universo del padre se convierte en un reino de aproximaciones y, la mayoría de las veces, fracasos. Hoy más q