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Para no morir en el intento



La historia de la literatura mexicana, y quizá de la hispanomericana, carece de todo un aparataje industrial que la alimente, es decir, que la profesionalice. En México no se puede enviar un manuscrito a nadie para ser considerado como publicación, salvo que seas de los afortunados en conocer a los tres que parten el queso en las instituciones públicas, ya sea en la UNAM, en el Conaculta o en el Fondo de Cultura Económica. Si careces de semejante roce social es probable que continúes tan inédito como siempre soñaste ser cuando tenías 19 años y te sentías poeta maldito y bien contracultural. Para llegar a las zonas privadas de la cultura mexicana es menester también contar con una habilidad para la plática de salón que está dada, esa sí, por una situación de rancio abolengo y de familia literaria, como varias veces lo ha declarado uno de ellos, en el que descansa la crítica literaria mexicana, Christopher Domínguez. Ese grupo más bien limitado tampoco recibe contribuciones abiertas ni tiene un sistema de “scouting” literario. Para llegar a ellos hace falta mucho boxeo de sombra y presencia (léase vivir en el DF y tener habilidad para embarrarse). Si por fortuna coincides en alguna de sus “private parties” debes fingir haber leído su obra publicada con asiduidad en Letras Libres o en las editoriales privadas que publican ya a la historia viviente de la literatura mexicana. Si aún conservas un poco de pudor es probable que nunca te hayan invitado y que nunca te inviten. Sin embargo es factible que por alguna razón absurda acabes conociendo alguna de estas eminencias por azares de la cultura y la vida. Aunque parezca extraño esos encuentros se dan en lugares inimaginables, College Station, Texas, por ejemplo.

Otro camino que no dista mucho del anterior, por insufrible, es el que se logra a través de los premios literarios. Afrenta aún más complicada que la anterior pero sin tanto desgaste social. La fricción que más se experimenta es la económica; la incertidumbre siempre está presente y se advierte en todos los niveles.

El primero y más radical es pensar que el premio está ya dado y que tal vez los otros manejan información privilegiada, no en balde el amiguismo ha creado tantos monstruos en México. El segundo obstáculo que hay que enfrentar y afrontar con estoicismo es imprimir tres o cuatro juegos de lo mismo y encontrar un error justo después de engargolar. La ansiedad crece porque has oído que sólo buscan errores de esa naturaleza para descalificar cualquier manuscrito. Una vez que no has sucumbido al terror de leer una vez más el original y decides mandarlo, debes asegurarte que el medio elegido–carísimo por cierto—tenga un número de rastreo, de otra forma nunca tendrás la certeza de que el engargolado llegue a su destino. Finalmente como las instituciones convocantes son del gobierno el riesgo de que se “traspapele” es muy alto. Es precisamente ahí donde uno tiene la convicción de que algo raro pasa, es como cuando se cae el sistema a las once de la noche para otra historia más de fraude electoral. Hace poco tuve una experiencia en donde mi manuscrito después de tres meses regresó a mi puerta con la explicación de “recipient didn’t claim the package”. Efectivamente las instituciones no recogen paquetes, sólo reciben. No hay presupuesto para recogerlos hasta el aeropuerto ni nadie encargado de hacerlo. Si careces de una red para entregar manuscritos o si no vives en el lugar de la institución convocante es probable que nunca llegue tu paquete.

Por último la situación del jurado es la más dudosa de todas. Las mismas instituciones eligen a tres güeyes del Sistema Nacional de Creadores pagados por el gobierno legítimo o no, para que dictaminen y elijan un ganador de los cinco que pasaron el filtro de otros güeyes a los que les hubiera gustado ganar el concurso otra vez pero no metieron obra. Por lo regular le dan ventaja a los amigos de los cuales ya saben el pseudónimo. Nadie les cuestiona nada porque si lo hacen sacan el demás mierdero anterior y alegan que no sabían nada. Así ganar concursos se vuelve una pesadilla y siempre queda el mal sabor de no saber si uno no gana porque no llegan las cosas o si porque en realidad uno es una mierda escribiendo (cosa que nunca he descartado, hasta que leo las cosas que escriben los demás).

Si entonces el escritor en ciernes quiere hacer una carrera literaria más le vale tomar una de estas dos vías, o en el mejor de los casos combinar las dos y esperar a que algo pase. Si por ventura se gana algún premio automáticamente te conviertes en autor, autoridad, y recibes invitaciones a esa fiestitas literarias donde nadie quiere hablar de literatura por ser muy uncool. Los que vivimos expatriados por no ser parte de ese abolengo y no tener nadie más que nos mantenga, lo único que podemos hacer es porfiar en la escritura para cuando menos tener el oficio de decir cosas y lloriquear cuando no hay nada mejor que hacer. Y tal vez en algún momento de incertidumbre mandar algo con número de rastreo y rogarle a Dios que te confundan con algún cuate.

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