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De la enseñanza jesuita aún conservo la nostalgia por el dolor y la culpa. Mi educación religiosa ha estado presente durante todas la decisiones de mi vida para guiarme por senderos en los que la culpa y la vergüenza me hacen un ser absolutamente vulnerable. Tal vez por eso escribo. Por tratar de paliar la culpa que me hicieron sentir por mis pecados, por tratar de reconstruir un discurso, o quizás poblar un vacío y llenarlo de palabras que me hagan reimaginar cosas que he vivido y tal vez inventado para poder vivir lo que debí haber vivido. De esa culpa conservo el recuero de muchos a los que he tenido que conocer sin intención de conocerlos, recuerdo fechas y hasta posibles fisonomías de gente que se me ha aparecido como los fantasmas para recordarme que soy parte de su historia personal y que se empeñan en seguir contándome como sus mejores amigos, a pesar de los ya 25 años que median de distancia entre la realidad que fuimos y lo que somos ahora.

Me dicen que no he cambiado y que estoy igualito, pero con unas arrugas más que ellos. Mi madre me lo dijo cuando fui a verla hace un par de años, me dijo que estaba igualito y que seguía siendo el mismo pero más grosero. Ahora que la tecnología nos ha hecho tan vulnerables a la exposición de los otros pienso en cómo tal vez, todos esos 25 años que me separan de muchos que dicen haberme conocido, no han pasado en realidad y que yo sólo he creído que han pasado sólo porque decidí en un momento de confusión, o tal vez de locura, cruzar la frontera para cambiar mis costumbres y hasta mi lengua. Y tal vez ellos, los otros, los que no me contemplan todos los días piensen que ellos siguen siendo los mismos y que el espectro soy yo, que el malogrado soy yo porque tuve que salir de un país nada más porque no sabía qué hacer en él. Quizás las decisiones de cada espectro tengan que ver más con las alternativas de una huida o de un secreto que nadie quiere revelar para no sentir que en realidad, cada día, nos acerca más a la idea que quisimos tener de nosotros, aunque la mayoría la hemos perdido en el camino para decirnos que seguimos siendo aquello que fuimos hace 25 años. La culpa añeja ya hasta me llena de ternura y hasta me da por ver el mundo con unos ojos en donde la vergüenza todavía me ruboriza. Cada día descubro que pierdo más amigos y lo peor del caso es que cada día me importa menos. Ya lo decía mi madre soy el mismo pero más grosero...

Comentarios

Anónimo dijo…
No eres grosero creo a nuestra edad cada vez importan menos los otros, al menos para los que en el fondo nunca fuimos gregarios

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