
Lo público de los baños
Siempre me ha parecido interesante el papel de la intolerancia y las tensiones que el ser humano experimenta en su contacto con el otro. Uno de los lugares predilectos para ventilar todo este número de deseos irresueltos y de odios, en la mayoría de lo casos gratuitos, es el baño público. El baño de los hombres, desde que lo recuerdo, siempre ha servido como pizarra para exponer y explorar la tensión que genera vivir en el mundo, o mejor compartirlo con el otro. Supongo que la relación para ventilar todo este tipo de carga metafísica se establece por la analogía del deshecho a la que invita el baño. El escribano que hace de la pared del baño un mural exhibicionista descarga en su momento de soledad, al mismo tiempo que mea o caga, todo el peso que acarrea consigo en el vivir diario. En un acto de liberación moral toma el lápiz, el marcador, la pluma –incluso hasta las llaves--, para plasmar lo más oscuro de sus perversiones corporales, incluyendo necesidades ausentes o quizá sólo imaginadas. El escribano despotrica, en esta geografía sureña estadounidense, sobre todo aquello que no sea como él, dejando lugar, por supuesto, para la necesidad corporal de gritar, casi implorar, que se lo cojan. Prueba de eso es que la palabra que se puede leer con más frecuencia es “fuck”. De ese modo, el “fuck”, con todos sus pronombres de objeto indirecto posibles, resulta ser no sólo un lugar común, sino una necesidad que se descarga en la taza del baño o frente al mingitorio con grandes letras. Esta palabra se emplea para explorar, secretamente y de manera anónima, un deseo, una invitación o un juego. En este desplegado de caligrafías extrañas con las que se oculta el interfecto se pretende liberar un alma que ha debido ser saciada por algún medio corporal, según la intención secreta de su emisor. Una vez que el mensaje primordial ha quedado asimilado a la distancia, el lector de baños puede disponer de tiempo para recorrer los que más apelen a su discreción y continuar las conversaciones que se presentan en la pared. (Hay que destacar también que estas conversaciones sólo las he visto en recintos universitarios de todo el mundo). Esta conversaciones “privadas” narran, en realidad, las tensiones de quienes frecuentan los baños y su posición cultural, esto es, qué tanto desprecian a los otros y de qué color son. Los más finos los hacen con intentonas poéticas. De entrada sólo es necesario hacer un comentario de cualquier tipo para que éste sea respondido a la brevedad posible y origine una bola de nieve que dé voz a todo aquello que no se dice en el mundo políticamente correcto. Los baños funcionan como una especie de zona roja, o de tolerancia, para dejar escapar todo el odio del mundo masculino hacia aquellos históricamente oprimidos. (Esa es, sin saberlo, la verdadera razón por la cual big bro nunca borra los mensajes). Estos comentarios, por bien intencionados que parezcan, terminan en la degradación de la hombría del escribano ya sea en negro, homosexual, hippie o hispano. Estos cuatro grupos “subnormales,” dentro de los cuales me encuentro (hasta ahora sólo el de hispano), engendran la monstruosidad para un mundo anglosajón que nos degrada en cuanto a la hombría. Curioso es establecer que el común denominador que los escribientes del baño han utilizado es lo que podemos llamar agencia sexual, disposición o fama para el amor, e incluso el terreno de la libertad sexual, misma representada por el mundo gay. Todo esto se ventila en la fama y tal vez tenga algo de razón. El compañero afro siempre ha gozado de buena reputación por su tamaño, el hippie por su versatilidad y el hispano por su técnicas al complacer a la doncella. Así, el imaginario cultural anglo espera que con estos mensajes quede claro que nosotros además de no ser bienvenidos, somos temidos. Cosa que secretamente celebro.
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