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Oiga Doctor

(Reflexiones desde la Malinche)



No me diga eso profesor, doctor, decano, su eminencia. Yo soy mexicano, de los buenos. De esos que se acuestan con la frente en alto. No me diga eso doctor. Que yo soy quien soy porque así me lo dijeron en la escuela cuando era niño mientras cantaba mi himno nacional. Incluso ahora con el correr de los años en que instalado en Tenesí, cómodamente instalado, descubro que soy parte de algo grande, que sigo el camino de quienes como yo, han podido trascender una frontera para acceder al espacio superior de las ideas que de nosotros se generan. No me diga que no soy distinto a usted, que con respeto le hablo porque así me lo indicó mi madre en mis primeras lecciones de vida. Y le hablo de usted porque mi madre me ha recomendado tratar con respeto a mis mayores. Me lo dijo hace tiempo. No me diga que yo no tengo el espíritu del goce estético. No me quite eso, no me engañe con sus patrañas imperialistas, que al construirme de esa manera me destruye el ingenio y mi ser distinto: lo poco que me conceden los míos. Mi alma me la quita ahora que me descubro, temeroso, de ser como uno de los suyos. Porque sí, estoy instalado en Tenesí, terriblemente cómodo en Tenesí. Oyendo hablar de mí estoy aquí, fungiendo como una pseudoautoridad que no dice nada por vergüenza a no ser nadie. No me diga que Rodó era un fascista, y que usted vive en el impero de la libertad sólo porque cree que al no apoyar la guerra se hace más humano y nuestras diferencias no se acentúan y nos hermanamos aún más. No me diga que mi madre fue violada, que no tengo padre y que además, eso no importa porque somos iguales y que lo que importan son los sentimientos que acompañan al hombre en su travesía de embrión ciclónico envuelto en la tempestad. No me diga cuáles han sido mis conflictos históricos ni cómo debo de mirarlos porque me avergüenza no saber cómo dirigir mis emociones porque eso soy: Un imbécil que necesita su guía. Usted es mi Ariel y yo sólo un ridículo emular de las frustraciones históricas con las que me destrono y me mal informo. Porque quiero llegar a ser alguien grande. Alguien discursivamente autorizado para decir alguna cosa inteligente. Por eso estoy aquí, sentado humildemente, porque soy mexicano humilde, porque soy católico humilde, que cree en esas estupideces de la virgencita de Guadalupe, la patrona autorizada por la Iglesia, que me ha hecho menos miserable la historia de explotación que yo no he vivido, que por eso estoy aquí sentadito en el salón de clases, calladito sin rebatir ni una sola palabra de los que su superior sabiduría me dice, con lo que se me quita lo bruto, esa animalidad que llevo en la sangre, usted sabe, eso de los que se desollan como a las bestias y ahí en mi plétora me restriega mi verdad, una verdad de la que tampoco soy parte. No soy indio porque si lo fuera no estaría ahí sentadito en su clase, estaría en la construcción, de albañil ganando el pan por la fuerza, removiendo el caso, buscando la legalidad por otros medios, tratando de casarme con alguna gringa a toda costa, tal vez con una hija de usted, se me ocurre, pero tal vez no me hubiera querido porque hubiera sido yo humilde y nunca hubiera sabido que ser bilingüe era necesario y bien visto.
Pero qué importa si usted y yo somos distintos, si no hay nada que nos una, si al enamorarse de algo distinto a usted ha ganado una doble personalidad, una que lleva escondida, esa solidaridad que existió en sus tiempos. No me diga por favor doctor que yo no tengo un alma más sensible sólo porque nací en donde nací. Tampoco quiero saber si Retamar me dice que tengo que ser mejor Calibán, que porque ya no soy bestia sino un ser orgulloso de su folclore. Pero quién soy yo para intentar pedirle que me deje algo que sí sea mío. Mi madre me dijo que yo era distinto, mi padre también. Ambos me lo dijeron todo el tiempo, “hijo no eres igual a los demás”. Doctor, me lo creí, estaba seguro de que mi misión era mesiánica. Por favor, entienda doctor que no quiero ser Estado Unidos, si vine aquí fue porque me dijeron que encontraría a un tal Rivadeneira, si vine fue porque andaba solo, porque estaba triste, porque me acaban de correr del trabajo, porque no sabía que las cosas podían ser de otra manera; si vine fue porque sabía que era distinto y no sabía cómo hacer para verme con otros ojos. Si vine aquí, lo juro bajo palabra de boy scout, no fue porque admirara los Estado Unidos, nunca me han gustado, tantas gringas tan bonitas me ponían nervioso en mi animalidad moza cuando a toda costa quería tener una experiencia carnal con alguien que no fuera como yo, tantas gringas que no eran para mí porque era yo un mexicano. Era, frente a las güeras que me la ponían dura, un mexicano ridículo y temeroso de la lengua que sonaba a ricos. Que sonaba a gente con conocimiento de las cosas. Que sonaba a pasión grosera a inmundicia, a suciedad, a saciedad que nunca he podido testificar. Pero ahora... Sí doctor --¿o debiera decir doctorcito?-- usted lo sabe porque me ha visto en mi carro nuevo que no sé cómo pagar, que estoy cómodamente instalado, porque mi padre era de otra parte, usted me lo ha dicho, que soy huérfano y que mi madre fue violada, acometida en medio de la noche asesina, y que por eso tengo la piel blanca y los ojos verdes, que por eso mi hija es güera y de ojos azules porque yo violé a su madre indígena, y la hice mi esposa sólo por vocación altruista, porque no la amaba, porque no supe lo que era el deseo hasta que la vi moverse de esa manera frente a mí. Por eso tengo vergüenza hablar la otra lengua que no se me acomoda, porque no la aprendí de niño, porque mi madre, una india bruta solapó mis días y me ocultó en su regazo para que no sufriera, porque me alejó y no quiso que profiriera esas palabras que le sonaban a gente sin clase.
Pero la verdad doctor, y disculpe que se lo diga, así de una manera muy respetuosa, a mi madre no la violó nadie, ella se le entregó a mi padre, que estaba separado de su primera esposa, ella quiso, me lo dijo una vez en una noche de confesiones mientras estaba bajo los efectos del valium, que lo hizo para que yo no fuera indio; para que yo fuera algo grande, educado en las Europas, para regresar con la misión de dar al mundo un gran estadista, y mi madre a mi lado orgullosa de su hijo, del único hijo que tuvo, su hijo con buen padre del que presumía en ocasiones. Su hijo de ojos claros y de piel blanca, alguien distinto, diferente doctor. Y es que véame a los ojos, dígame si ve lo mismo. Y aquí estoy pues doctor como el imbécil de una raza que se me escapa, de una raza que es mi lengua. Con una hija que al regresar a su patria no soporta la suciedad, la basura de las calles, los perros que todo lo cagan, que extraña su cuarto aquí de Tenesí. A mi hija que no le gusta estar en México porque las niñas le agarran el pelo, le quieren picar los ojos y ella llora porque la obligan a comerse la comida; que se pone triste porque su madre la deja en la escuela llena de gente rara que no tienen computadoras.
¿Y sabe por qué doctor? Porque siempre creímos que éramos distintos a los demás, que nuestra misión era la lucha porque como somos mexicanos nacimos para ser explotados en este valle de lágrimas. Y le diré para qué doctor: para descubrir que lo que hago no es una gran cosa, que ella es una india violada, una chingada madre, una hija de la Malinche que todo lo chingó por ser tan puta, por abrir las piernas al otro que llegaba. Y eso seremos por no se cuánto tiempo: imaginaciones, malformaciones, desmitificaciones, construcciones, sonidos, esquemas, papers discordantes.
No siga doctor, hoy no por favor, para usted es fácil que solo ha sentido la soledad en un hotel en Madrid. No me defina, que no, que no quiero verme, que no quiero saber que no soy nadie y que sólo me queda lo exótico para alardear eso que no he sido. No me diga que mi lengua es una imposición y que debo hablar otra cosa que me defina como ser individual, no me diga que la intención estética no es lo mío porque me esmero en salir a la calle lo mejor que puedo para no ser como los suyos chingada madre. Solo quiero ser alguien aunque sea, cualquier cosa, diferente a usted que no me entiende, algo grande pues, la esperanza de los mío, aunque sea pues un hijo de la chingada...

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