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El disfraz del odio





Raúl Carrillo Arciniega


Iba a escribir sobre los sentimientos que me generaba el día de muertos en Estados Unidos pero algo más escandaloso, y que me rebasa, está sucediendo en la universidad en la que trabajo desde hace 14 años, donde dicho sea de paso soy el único profesor mexicano con definitividad. Ya había escrito qué es lo que significaba el Halloween en otro momento de mis reflexiones, sin embargo, en el país en el que nos encontramos se ha abierto la caja de Pandora desde hace dos años con la elección de Donald Trump a la presidencia del país que clama ser el más poderoso de todo el planeta. Ha abierto la caja de Pandora para dejar salir todas las enfermedades mentales que la gente ha acumulado por siglos en este país que se compone de dos narrativas diferentes: la fundacional excluyente, de lo que se conoce como WASP; y la que pretende ser incluyente con el llamado “Melting Pot”. Estas dos ideologías compiten entre sí para refrendar la posición de superioridad de quienes dicen haber construido un país. Los WASP y sus derivaciones supremacistas afirman que la ola de emigraciones está matando al país y está desapareciendo su bienestar visual, así como el recuerdo de que aún se vive un tiempo fundacional en este lado del mundo. La versión incluyente no puede hacer otra que afirmar que el país fue fundado por inmigrantes y que ese bienestar post bomba atómica se debió a la participación de los científicos importados que la crearon en los laboratorios de Oakridge, Tennessee. Así, estas dos narrativas se interponen para dar paso a lo que podríamos considerar dos ideologías políticas que cada dos años compiten por escaños en las cámaras y cada cuatro por el control de la Casa Blanca. Por un lado, los WASPs son los republicanos y sus variantes, quienes se encuentran todo el día conectados a FOX News y todas sus vertientes que tienden pues a propagar la política del odio y la exclusión. Por el otro, tenemos al partido Demócrata que busca, cuando menos en el papel, apalear a una ideología de inclusión y participación del estado en la búsqueda de mejoría para aquellos menos agraciados de la sociedad. El problema también radica en que estas dos visiones son al mismo tiempo excluyentes entre sí en un sentido político, se niegan a sí mismas y la participación de unos no puede aceptar la aceptación de los otros. El costo político de mover a un país cuyas visiones se contradicen está siendo muy elevado. Al votar la gente puede argüir razones con las que se puede quedar con la conciencia tranquila, porque el final la política como tal es mera percepción individualizada del fenómeno. Es decir, dependiendo de cómo percibo el mundo es el tipo de ideología política que debo tomar y compartir. De ese modo se nace bajo ciertos lineamientos y consignas que el individuo desea seguir por afinidad emocional, es decir, por ser parte de una comunidad y pertenecer a cierto tipo de discurso que está dado por nacimiento. Este lugar de nacimiento es lo que complica la percepción del mundo porque entonces nos enfrentamos a dos cuestiones: la libertad y el destino, el libre albedrío o la predestinación. Aquí es donde todos los discursos empiezan a fragmentarse para dar paso a las inconsistencias que el mundo dentro de su perspectiva histórica ha preservado con el nacimiento. Así, el mundo no es un lugar para el azar por lo que lo más importante es dónde se nace y de acuerdo a ese, digamos, privilegio es que se tiene que seguir bajo esos esquemas. ¿Quién controla esto si no es el azar? La respuesta es Dios, esa fuerza todopoderosa que vincula lo invinculable y que delega ese poder a aquellos que no lo han pedido. En esta visión es Dios quien ha escrito los parlamentos y es la negación absoluta del libre albedrío que no dicta absolutamente nada, sino que sólo se es un instrumento. El individuo no existe, solo es un medio para cumplir una voluntad suprema. Cualquier decisión que se tome será recompensada y habrá de llegar a donde se necesite. El problema con esta visión es que tiene muchas inconsistencias. La primera es que quienes siguen este método tienden a confundir la noción de destino por éxito y su cuantificación mercantilista. Aquí es cuando surge en la cultura gringa una narrativa resultante de las dos visiones: llegar al Sueño Americano, en el que muchos tampoco se ponen de acuerdo. Esta visión del destino es de una religiosidad que podemos calificar de determinista, misma que ha ocupado el lugar de la religión cristiana en su vertiente católica. Nadie se pone de acuerdo en el por qué se nace donde se nace y del por qué de las oportunidades que se tuvieron, así que la suerte de nacer en una familia rica, blanca y con acceso a la educación de calidad se identifica con la importancia que se tiene de sí mismo y de su valía económica. Vuelvo al caso de Trump, y de quienes nacieron con gran certidumbre de que no les iba a faltar lo superfluo, que según Rousseau, es lo que más importa en la vida. De ese modo, este determinismo divino choca con la noción de la construcción de uno mismo por vías propias que llamamos libertad. En la libertad nadie controla nada. Esta otra categoría también choca con la construcción de un mundo determinista que bien puede confundirse porque la libertad, se puede argüir, no es más que el destino hecho acción y cualquier elección es parte de ese mismo entramado que llaman destino. En otras palabras, se estaba destinado a ser un mediocre o un tipo cualquiera y nacer en el lugar donde se nació debido a ciertas cosas que aún no sabemos cuáles son. Los únicos que se han atrevido a explicar el por qué han sido los budistas con la noción de karma. Se nace donde se nace por el karma que se tiene al nacer. Pero la libertad puede ser eso también que se hace cuando se decide algo, pero que tal vez nunca se decidió sino que se estaba destinado a tomar esa decisión. 




Aquí aún pende la pregunta de qué separa al pobre del rico. Qué extraña fuerza, pues, hace que alguien se sienta capaz de actuar fuera de toda, digamos, empatía. Esa empatía que también es tan oscura por aquello que nos hace preguntarnos y hacer. Y es que ser empático es un trabajo muy complejo, hace falta una capacidad muy grande de imaginación; es necesario que al momento de imaginar se haga una recreación de ciertas condiciones humanas por las que se han tenido que pasar para llegar a ser aquello que se ha sido o para fracasar de la manera en la que se ha fracasado. Imaginar es un proceso al que nadie está abierto, al que nadie puede tener acceso, sino no es a partir de un sentimiento personal, una experiencia emotiva de presenciar en el otro la incomodidad que la presencia de alguien le genera. ¿Qué separa aquel que tuvo la suerte (¿divina?) de nacer en un país que le ha dado la oportunidad de vivir y no de sobrevivir? La elección de Trump abrió, pues, la caja de Pandora del odio racial y el rechazo del otro. Sabemos, yo cuando menos lo sé y no se me olvida nunca, que este país tiene la narrativa del odio como eje y que la normalización de la violencia es algo que se genera a medida que el discurso de la segregación se extiende sin tomar en cuenta el deterioro que causa en los que se sienten del lado de los agraciados. Sucedió entonces que en el College of Charleston, el equipo de Softball organizó un concurso de disfraces y premió a un equipo que decía ser de los inmigrantes y los de la patrulla fronteriza. Desde la institución se auspició este tipo de evento sin entender que los monstruos que se generan en Halloween son aquellos que nos generan terror e incomodidad. Esto sucede a cuatro días de la elección, cuando unos medios masivos de comunicación hacen hincapié en una caravana de inmigrantes que cursa ahora la geografía mexicana para llegar al sueño excluyentista de los Estados Unidos. Lo que más me sorprende a mí no es que estos estudiantes privilegiados por un sistema deportivo que gasta y genera la mayoría del dinero de las universidades, se hayan disfrazado de sus monstruos personales, sino que hayan ganado segundo lugar, y aún más, que hayan posado para la cámara oficial del College sonrientes 5 alumnas y 1 alumno, ellas con grandes bigotes pintados, camisetas sucias y sin zapatos. Pero lo más desastroso de todo es, desde mi perspectiva de inmigrante mexicano, que la respuesta del College haya sido tan tibia, tan asquerosamente complaciente con el famoso “pobres niños que no sabían que vestirse así era políticamente incorrecto”, porque por supuesto todos son blancos, provenientes de familias con oportunidades que no saben que las tienen. Y lo más triste de todo es que para contrarrestar esto, lo único que se proponen es darles un curso de sensibilidad en un par de horas para regañarlos y explicarles que los inmigrantes que arriesgan su vida en la frontera también son seres humanos como ellos. Es lamentable ver cómo el concepto de ser humano es tan relativo y ver cómo cada día se deteriora más, porque la única vida que vale es la de ellos. La nuestra siempre está en suspenso, arrinconados. Nosotros, la enfermedad, nosotros, los del tercer mundo, que les robamos el sueño y salimos a dar la cara, sucia y morena, nosotros que limpiamos sus detritus, nosotros que no tenemos lo mismo porque no lo merecemos, nosotros, quienes existimos para ser el receptáculo de su odio, nosotros que seguiremos aquí buscando la humanidad que se niegan a otorgarnos.





Comentarios

jorgeefrrr828 dijo…
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