Leí este texto en Puebla por allá del 2007 cuando conocí por segunda vez a José Emilio Pacheco en un homenaje que le hizo el gobierno del Estado y la Universidad de Tennessee en las Jornadas Internacionales de Poesía Latinoamericana. En aquella ocasión participé en la mesa de homenaje con presencia del autor, quien escuchó atentamente lo que cada uno dijo de su poesía. Al terminar la mesa nos dio las gracias y respondió a cada una de las acotaciones que los ponentes hicimos en torno a su obra. Acompañé a José Emilio Pacheco a comer a su hotel para después ir a la recepción de su placa como visitante distinguido del ayuntamiento. Comimos con él mi amigo Víctor Cabrera y yo. En la comida nos habló de su amistad con José Carlos Becerra. Lamentaba la pérdida de ese gran poeta a quien yo había estudiado durante mi época universitaria. Lo que más recuerdo de él es el malestar que tenía que sufrir porque debía usar corbata. Lo acompañamos durante la ceremonia. Nos despedimos de él llamándolo "Maestro". No le pedí que me firmara ningún libro porque ya me había firmado uno hacía muchos años antes cuando lo conocí por primera vez en Monterrey, en el Tec. Después de ese homenaje no lo volví a ver. Supongo que el azar no puede ponernos tantas veces en el camino de quienes construyen la historia, aunque sea la literaria.
La resignifcación del enunciado poético en la (temprana) Teoría de
la poesía de José Emilio Pacheco
Dr. Raúl Carrillo Arciniega
College of Charleston
T.S. Eliot en la introducción del libro de Paul Valery The Art
of Poetry dice que “the public thirst for words about poetry, and words
from poets about almost anything … seems insatiable” (vii). La tradición del
poeta que habla sobre su poesía tiende a clarificar una posición más o menos
racional ante la justificación de su escritura y su postura ante el mundo que
experimenta a través de sus sentidos. Justificar un hecho es sentirse culpable.
¿Cómo trata el poeta de convencer al mundo de que aquello que dice es
importante? ¿Para qué justificar una escritura? ¿Para qué hablar de poesía,
poeta y poema? Ernest Curtius en su “Excurso VII” hace una observación
fundamental para la respuesta a estos cuestionamiento que no han dejado, y
esperamos, no dejarán de buscar respuesta. Lo llama la teoría de la poesía;
“con este término,” apunta Curtius en su libro Literatura Europea y Edad
Media Latina, (Dichtungsthoerie) “designo el concepto que se ha tenido de
la esencia y función, tanto del poeta como de la poesía, en contraste con la
poética, que trata de la técnica de escribir poesía. La diferencia conceptual
entre la teoría de la poesía y la poética permite ahondar más en la compresión
del fenómeno.” (660)
La evolución del pensamiento poético busca, gracias a la
modernidad, preguntar por su ser ontológico, para de ese modo negarlo. En esta
negación, las esencias se pierden para dar paso a la presencia del cuerpo en el
mundo y volver a “mirarlo” de nuevo olvidando a la tradición esencialista. Las
vanguardias inauguran un proceso de “destrucción creadora” como lo llamaría Gorostiza y Cuesta, para acabar
con todo lo establecido por la sociedad tradicional, o logocéntrica. Esta época
de pensamiento poético culmina como lo ha apuntado Rivera Rodas con el
silencio: la imposibilidad de escribir un poema.
Esta destrucción que deja la vanguardia, abre la puerta para
confrontación del concepto de escritura. El poeta vanguardista latinoamericano
se concibe a sí mismo como creador. En México el grupo de Contemporáneos sufre
ante la imposibilidad de encontrar la palabra primigenia que complete la unidad
sígnica que la tradición le había robado. De ese modo, se instaura un binomio
que será años más tarde problematizado: el significado y el significante. El
signo se transforma en huellas, ecos, ruinas, ausencias, vacíos que no nunca
actualizan el significado completo. El poeta para Contemporáneos es un traductor de un fenómeno poético disperso en
el mundo. Éste debe volver a “mirar” los objetos desde su experiencia sensible
y diferir su significado para así descubrir aquello que no se ha podido ver. En
este salto de traducción del fenómeno
es cuando el poeta constructor de mundos poemáticos enfrenta una
resistencia: la palabra precisa que
capture la experiencia poética. Resistencia que los llevará a ensayar un nuevo método de conocimiento del mundo y
exacerbará su propuesta de destrucción creadora. Esta destrucción estará
volcada hacia su unidad mínima significativa: la palabra.
La vanguardia deja el fenómeno poético y todo sus contenidos en
ruinas. Al ser los primeros que buscan
desarticular el lenguaje mediante sus elementos sintagmáticos, pretenden que el
hombre moderno vuelva sobre el lenguaje y lo contemple no sólo como una
representación de un mundo ideal que está, o ha estado siempre inmutable en su
esencia.
José Emilio Pacheco (1939-2014) asume el mundo en ruinas y no
pretende, como lo hace Paz, volver a construir desde las ruinas para buscar el
significado que los Contemporáneos aniquilaron. Paz dice en el Arco y
la lira: “el hombre puede aceptar
todo menos la falta de sentido”. Pacheco en lo que ha llamado la crítica su
“primera etapa” (Los elementos de la noche y El reposo del fuego)
nos presenta un mundo en donde la destrucción está en el aquí temporal y es
asumida con estoicismo y claridad:
Puedo afirmar que vivo
porque he aprendido el límite del aire
el fugaz desenlace del deshielo
porque hoy el mundo amaneció de cobre
y era su advenimiento
la multitud del término (Tarde enemiga, LEN)
Del mismo modo, la reflexión del tiempo como destrucción y
aniquilación del individuo nos llevará al verdadero cuestionamiento del
enunciado poético dentro de su teoría. En su primera etapa como bien apunta
José Miguel Oviedo “Esta poesía asiste a un proceso de destrucción que
inexorablemente alcanza a todo” (23). Al asumir la destrucción y partir de ella
el enunciador poético busca, irremediablemente, mirar dentro de la destrucción
sígnica para volver a evaluar el enunciado poético y sus contenidos. Es decir,
el enunciador acepta la destrucción de la unidad sígnica para contemplarla:
Dejo caer tu
nombre: haz de letras impávidas.
Y de tu nombre surgen la luna y su claro linaje
como isla que
brota y se destruye
o como moneda que escondí en el aire (LEN)
El nombre es el primer elemento que lleva a examen. Dentro del
universo logocéntrico en términos derridianos se realiza la crítica al nombre
por parte del enunciador poético. El nombre muestra la inconsistencia que ha
demostrado antes; misma que el enunciador poético pone de manifiesto. Aquél
muestra las ruinas de la destrucción a partir de las cuales se ha edificado el
pensamiento occidental tradicional. Corroboramos que el proceso de
significación ha sido diferido para ensayar dentro de ese diferimiento una
inconsistencia dentro del sistema. El enunciador relega la unidad del signo y
la desprende del objeto para examinar su significado. Una vez que el nombre ha
sido “roto” por su caída, destruido, entonces es posible volver sobre la unidad
del objeto que habita, ya no en su concepto esencial, sino dentro de la
destrucción del objeto en el mundo.
La presencia es materializada sólo como huella dentro de un
momento determinado. Esta huella no es siempre la misma sino que, de acuerdo a
los cuadros temporales referenciales, se transforma para mutar de significado.
Y no habrá más
historia
para ocupar la
vida
que tu huella sin sombra ni medida 24
En esta primera etapa la concepción
del enunciador sobre el lenguaje se descubre mediante la misma ausencia a la
que llegaron sus predecesores. Así como en la vanguardia y la posvanguardia el
instante pudo ser el único momento de aproximación al conocimiento, Pacheco
inserta el instante en el devenir histórico. Con ello descubre la angustia de
la imposibilidad de conocimiento pero no del conocimiento mismo sino del sujeto
que pretende conocer. En los Elementos de la noche leemos:
puede mirarse
vivo. Pero el tiempo
el quitará el
orgullo y en su boca
hará crecer el
polvo, ese lenguaje
que hablan
todas las cosas
El lenguaje es
mostrado como polvo que encubre al objeto que se mira para que el observador
“lea” en el objeto su presencia dentro del marco temporal en el que se
contempla.
El concepto de lectura y lector es
introducido dentro de la teoría de Pacheco. Si para Gorostiza el poeta es un
traductor del fenómeno poético del mundo, Pacheco comienza por avanzar el papel
de la escritura /lectura en un grado mucho más evidente. La última crítica
estadounidense ha utilizado la teoría del Harold Bloom sobre la angustia de la
influencia para explicar el proceso de pensamiento poético de Pacheco. Dentro
de la lectura de Ronald Friis lo que cabe destacar es sin duda el papel de la
lectura como proceso creativo y crítico del mismo proceso: “a poem is really
just a misreading of another” apunta
Friis (27). El concepto de poeta se tornará en un proceso consciente de
lectura/escritura privilegiando este binomio sobre el lenguaje como hecho
logocéntrico.
El libro El reposo del fuego se centra en la reflexión de la unidad
sígnica en un mundo destruido. El nombre del enunciador se ha desprendido de su unidad para
corroborar su papel de huella y de marca dolorosa:
El mundo en vilo azota sus cadenas.
La tempestad
desciende.
Y
yo, sin nombre,
busco un rastro
fugaz, quiero un vestigio; 39
***
Qué dolor de la
marca, qué chasquido
lanza el ávido
hierro al someternos.
Hay que lavar la
herida y que la letra
tatuada en
nuestra sangre
sea
deshecha. 42
El nombre es, al mismo tiempo, una
herida que pretende arrojarla a un nivel nulo de significación. Pacheco sigue
la reflexión poética a partir del enunciador para evidenciar la inconsistencia
del sistema logocéntrico. Así, la imprecisión y la incertidumbre se convierten
en certidumbre y precisión que lo llevan a escribir en la primera versión del
poema 13 de El reposo…
y no es esto
lo que quise
decir. Es otra cosa.
Irremediable
acotación: ¿qué signos
copiarán la
premura. el desencanto?
Por no saberlo
se me deshace
infatigablemente
otro lenguaje
Veinte años
después vuelve a reafirmar lo mismo en una segunda versión del mismo poema que
aparece en Tarde o temprano:
Y no es esto
lo que intento decir
Es
otra cosa. 48
Las inconsistencias del significado
se transforman en dolor por el acto de la escritura y su inutilidad. En este
sentido Giordano Alberto siguiendo a Barthes en El poder de la literatura
afirma que “Todavía no sabemos qué puede la literatura.” (23) Sin embargo, en
Pacheco se perfila una necesidad ética de la función de la poesía pese a su
inutiliad:
Hay que darse
valor para hacer esto.
No es posible
callar, comer silencio.
Y es tan
profundamente inútil hacer esto.
El silencio de
la vanguardia y de la posvanguardia entran en revisión para resignificar el
enunciado poético de la tradición que le precede. Este cuestionamiento ha sido
reconocido por la crítica como un tono “conversacional” (Samuel Gordon). Así
esta conversación no sólo se inaugura --a partir de No me preguntes cómo
pasa el tiempo-- con el lector, que es el mismo enunciador, sino con la
tradición occidental para resaltar y resignificar la función del proceso de
escritura.
Pacheco como enunciador poético
re-inicia la misma reflexión de la unidad lingüística para clausurarla (con El
reposo del fuego) y acceder al siguiente nivel de la reflexión lingüística:
el enunciado poético. El tiempo es el principal elemento para que se genere el
cuestionamiento hacia la tradición. No es gratuito que este tipo de voces y de actitudes
se generen desde la llamada periferia. En su poema “La aceleración de la
historia” Pacheco rescata la idea de la impermanencia logocéntrica del
significado y el papel que el tiempo crea dentro del proceso de la
lectura/escritura como forma de conocimiento.
Escribo estas
palabras
y al minuto
ya dicen otra
cosa
significan
una intención
distinta
son ya
dóciles
al Carbono 14
Criptogramas
de un pueblo
remotísimo
que busca
la escritura en tinieblas. 73
El problema radica en la ausencia de concepto ideal que el
individuo se forma en un determinado momento histórico y con ello el proceso de
lectura que genera la escritura. El tiempo se percibe como factor determinante
para el proceso de lectura y de resignificación. Sin embargo, hasta este momento
la reflexión del proceso poético sólo empieza a evidenciar las fisuras de la
permanencia y la ausencia de
interlocutores que aún no han percibido que, como dijera Gadamer, “vivimos en
el lenguaje” (223). Pacheco escribe en su poema “Crítica a la poesía”:
Quizá no es
tiempo ahora;
nuestra época
nos dejó
hablando solos.
Este solipsismo transforma al lector
para descubrirlo en un mundo lingüístico si bien ausente de interlocutor no
ausente de texto, de escritura. Escritura que toma tintes de compromiso ético
ante el propio emisor del enunciado.
Este proceso escritural de Pacheco nos conduce a un texto que
abrirá y demarcará el concepto de poeta como lector y resignificará tanto el
momento histórico como la “experiencia vivida” del enunciador. El texto se
titula “La experiencia vivida”
Estas formas
que veo al lado del mar
y engendran de
inmediato
asociaciones
metafóricas
¿son
instrumentos de la inspiración
o de falaces
citas literarias? 83
La experiencia vivida toma a la lectura como forma de vivencia. El
enunciador se introduce dentro del mundo escrito para desde él empezar a
resignificar el enunciado poético de una tradición con la que inaugura un
diálogo abierto. Es decir, se inaugura un proceso de reescritura en donde la
lectura y el lector transforman al texto cada vez que lo habitan. El poema
entonces se convertirá en una resignificación del logocentrismo de la tradición
y abrirá el problema de la significación del enunciado poético como la
actualización de la experiencia “leída.” Como sabemos en No me preguntes
cómo pasa el tiempo aparece por primera vez los heterónimos de Julián
Hernández y Fernando Tejada dentro de un supuesto “Cancionero apócrifo”.
Enunciadores que simula la visión de un outcast
para “redefinir” los límites, si aún existen, de lo que debe ser poesía. Así
Hernández escribe:
Tenemos una
sola cosa que describir:
este mundo
Este describir es volver a presentar
al mundo en una forma escritural; forma desde la cual el enunciador articulará
su justificación. Así la visión del poeta
desde afuera vuelve sobre los elementos constitutivos no ya de la noche sino de
la poesía. Pacheco libera al lector/poeta de su atadura vivencial para abrirlo
a la experiencia de la lectura para llegar a decirnos, aquí y ahora:
Escribe lo que
quieras
Di lo que se te
antoje.
De todas formas
vas a ser condenado.
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Texto publicado (con mayor extensión) en la desaparecida revista de literatura Alforja, Mexico, 2007.
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Texto publicado (con mayor extensión) en la desaparecida revista de literatura Alforja, Mexico, 2007.
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