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No apologies



No apologies behind





“I am not going to apologize for being successful.”
Romney durante su campaña presidencial

La película más taquillera de todos los tiempos en la historia del cine mexicano Nosotros los Nobles ha despertado curiosidad por el resto del mundo, al grado de que sus derechos ya han sido comprados para reproducir la cinta en el cine hollywoodense. Al querer entender el fenómeno que Nosotros los Nobles ha producido los opinadores e intelectuales mexicanos han dado razones que distan mucho de cómo el film llega a resolver cuestiones que antes no habían sido planteadas y de cómo la tecnología es la que ha movido a esas clases bajas, que se creen medias, para tomar la película como tribuna. Hay una que me ha llamado la atención por errática y falta de toda perspectiva, desgraciadamente de una de los representantes de la cultura nacional cuyo carácter de intelectual es visto como indispensable: Guadalupe Loaeza. He leído estos comentarios en el diario Reforma que se precia de ser de corte clasemediero ilustrado, con tendencias de centro. Loaeza comenta, y no ha sido la única en afirmarlo, que el éxito de la película indica que la “gente” ya no quiere tolerar la corrupción, al tiempo que buscan denunciar a los "mirreyes" y las "Ladys" en la redes sociales.

La trama como bien se ha mencionado es un refrito de otra película mexicana que viene de una larga tradición melodrámatica inaugurada por la trilogía de Ismael Rodríguez, Nosotros los pobres, Ustedes los ricos, y Pepe El Toro, hasta derivar en las telenovelas como Los ricos también lloran, Simplemente María y María la del Barrio. Todas ellas han gozado de una gran popularidad y están insertas dentro del imaginario cultural mexicano que ha, si no definido, sí dirigido el inconsciente colectivo de la mexicanidad, vista ésta como condición inamovible. El “fenómeno” que ha causado la película no es más que una consecuencia, una secuela del mismo mal que ha aquejado por años al mexicano desde que éste fue inventado en su versión moderna postrevolucionaria. A la pregunta de porqué al mexicano le ha gustado tanto esta película la respuesta es fácil de contestar, porque es lo mismo que ha visto desde que nació. No creo que haya ningún misterio en el éxito comercial de la película. Su trama es absolutamente sencilla y elemental: un padre rico, perteneciente a esa clase social mexicana criolla y con piel blanca cuyo papel dentro de la sociedad es destacado, (no en balde es blanquito), quiere dar a sus hijos, juniors herederos desde tiempos de la colonia del poder, un lección moral. Gracias a un coágulo sanguíneo que lo pone de cara con la muerte, el padre decide que sus hijos deben conocer el valor del trabajo, con el que supuestamente el padre construyó todo un emporio (cosa que sería totalmente discutible). Los hijos comienzan a vivir como vive la mayoría de la gente en México o en cualquier otro país subdesarrollado, es decir, en la miseria. El mexicano espectador (el miércoles al dos por uno) puede observar cómo vive hasta identificar todos los detalles de su pobreza. Además a través de la película se explota el secreto morbo de ver al otro, al distante, al perteneciente a una clase aparte que vive dentro de otro país, descender hacia el infierno de su vida cotidiana. La película explota el resentimiento social. La empatía deviene en un acto de sadismo exquisito. Ver sufrir al rico mientras lleva una vida miserable es entender tres axiomas de extrema valía para comprender el mundo postmoderno: el primero, para tener dinero es necesario nacer con él; el segundo, la inteligencia no produce riqueza (los hijos Noble son absolutamente imbéciles); y el tercero, que es el más importante, la pobreza, al final, tiene cualidades pedagógicas. La miseria enseña y devela aquello que todos tenemos pero los ricos no perciben.

Después del experimento social que el padre ha llevado a cabo, la situación vuelve a la normalidad y sus protagonistas se reinsertan dentro de la dinámica del afuera, de la minoría, sólo que ahora más sabios y mejor capacitados por “entender” al salvaje indígena clase bajero (80 por ciento de la población mexicana). El espectador comprende que sólo está jodido porque ese ha sido su sino, su destino kármico y Dios le ha mandado una prueba de resignación miserable para que alcance el paraíso prometido.

El mismo director Alazraki, junior de familia reconocida, ha manifestado este poder curativo y pedagógico de la pobreza al afirmar que conoció lo que era ser un don nadie en los Estados Unidos, cuando descubrió que a su novia gringa no le interesaba el dinero que podía tener un mexicano apócrifo. En Estados Unidos experimentó que un blanco más era sólo un blanco más que tenía que esperar su turno en la fila, y que lo único que le quitaba su color era su mexicanidad que podía ocultar para no sentirse menos. En Estados Unidos supo que ser uno más era ser democrático y que si buscaba trato especial tenía que ir a buscarlo a su país de indios y jodidos. Ese “Nosotros” es la confirmación de un estado separado, de un mundo mexicano que siempre ha estado muy bien demarcado, un ustedes y un nosotros que no han cambiado donde la redes sociales son parte de ese mismo universo en el que sólo se queja un porcentaje muy reducido. Su clamor es escuchado porque son los ciudadanos aspiracionales de un mundo que también reclaman para ellos. Twitter y Facebook no son de todos, su acceso es restringido. El clamor contra los gens y las ladies no es porque son los privilegiados de una clase sino que maltratan a sus subordinados, sino que no reconocen la humanidad de los jodidos. Por eso Nosotros los Nobles revela un sistema de doble vínculo, a los pobres les asegura que sí hay ricos que valoran su humanidad y su servidumbre y que sí, su pobreza es terapéutica y espiritual. Nada pueden hacer para remediarla, salvo esperar a que su infierno aquí deje de existir por el paraíso del más allá. Nosotros los Nobles muestra cómo la sociedad desde tiempos coloniales ha sido inamovible, que así ha seguido y que la culpa no es de nadie. 

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