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Despicable M(exicans) 2


Despicable M(exicans) 2





La  historia de la representación de los tipos sociales es la historia de la construcción de una nación. México y lo mexicano han pasado por una serie de transformaciones desde trincheras visuales con las cuales se ha pretendido dar una visión de lo que se percibe. Este ha sido digamos el problema, que la construcción de una nación se efectúa desde los terrenos de la percepción y nunca desde su construcción real, dado que esto último es imposible de corroborar. Entonces construir un país bajo la representación es una tarea que presenta sobre todo agendas políticas y necesidades comerciales. México nunca ha sido lo mismo para un mexicano que para un gringo. Para el mexicano México no otra cosa que lo ve al salir de su casa y los tipos sociales son los que contempla en la telenovela y en el vecino de al lado. El mexicano casi nunca se entera de quién es más que en construcciones maniqueas y elementales que extrae de la cultura de masas mexicana, que es una de las peores construidas, además de falaces. El mexicano no sabe quién es ni dónde se encuentra. Sólo sabe cosas muy binarias, como que México no es como Estados Unidos y que México tampoco es como lo muestra las televisiones en cadenas nacionales. Ser mexicano sólo resulta la confirmación de hablar una misma lengua pero no unos mismos modismos. Esos modismos es lo que genera la verdadera división entre el país. El Chilango cree que todo México es como el DF y que fuera del DF todo es una pradera de incultura y civilización interrumpida. Sin embargo cuando se busca imponer una visión de toda una cultura se necesitan de ciertos elementos que cohesionen aquello que se tiene en frente. Cómo entender al otro que llega en migraciones aceleradas, cómo verle a los ojos sin sentir ese estremecimiento ante lo monstruoso. Cómo hacer contacto con él si la lengua que habla es tan distinta en todos los sonidos y en toda esa guturalidad que los otros piensan como marca real de civilización.

El mexicano no ha llegado, el mexicano en realidad nunca se ha ido de Estados Unidos; sólo ha sucedido lo que tenía que suceder: ha alcanzado otros territorios, ha buscado lo que no tiene en su país, se ha filtrado por sistemas de seguridad altamente sofisticados para participar en el mundo que la economía de mercado ha determinado como fuente perenne de felicidad. Ahora la representación de lo mexicano ha tenido que volver sobre su propia construcción porque el país, Estados Unidos, ha descubierto que el monstruo medusino ha multiplicado sus cabezas para reproducirse en millones de ellos. Millones que votan y ahora deciden elecciones. El partido republicano, sin de verdad pretenderlo y en clara debacle, pretende conquistar la simpatía de quienes ha despreciado por siglos: the brown people. Una población café, como ahora con cierto dejo de vergüenza se atreven a llamarla sin saber si ese apelativo resulta racista, cuyo peso político es ahora el responsable de la balanza. Pero cómo entonces mostrar algo que siempre ha sido disminuido, sobajado, maltratado, vilipendiado sin que tanto insulto se vea como tal, pero con la voluntad de querer arreglar las cosas.

En el camino de la paternidad que he emprendido años ha, he atestiguado cómo el mundo infantil siempre trata de reducir toda complejidad en bandos maniqueos. Gracias a Hollywood (que por supuesto incluye Disney, Pixar y todo lo que se le parezca) el mundo norteamericano puede sustraer y construir sus imágenes que se volverán los estereotipos de los adultos que sólo han visto México desde una pantalla. A los niños hay que entrenarlos desde chavitos para que sean los responsables de cambiar o reafirmar una visión del mundo. México siempre ha sido un país incómodo para los Estados Unidos. Tan lo ha sido que mientras hace veinticinco años, el ahora gran político Reagan dijo en su célebre frase Tear down this wall, Mr. President! sus herederos buscan construir la nueva muralla china para dividir dos países, o mejor dicho para protegerse del país salvaje, de ese monstruo que vive entre nosotros. Se alza la construcción de una muralla que hay que vender como espacio de contención, como pared que detendrá las pesadillas de un mundo delictivo que habla en lengua extraña, a la que sólo tienen acceso aquellos que van a la universidad, que es solo el 25 por ciento de la población (eso sin contar que de ese 25% sólo se gradúa un 15%). Lidiar con el estereotipo no es cosa fácil sobre todo cuando el que ha sido construido atendía a proyectos de sobajamiento y explotación. Cortejar ahora al despreciado tiene la salvedad de la hipocresía, pero sobre todo la construcción de nuevos modelos de justificación.



Despicable Me 2 (spoiler alert) es la confirmación de cómo la imagen exclusivamente de México ha sufrido una vuelta de tuerca, un reacomodo para presentar a un México nuevo, a un México asimilado dentro de la cultura norteamericana. Sólo que la construcción de México ha tenido que pasar por todos los clichés de quienes la han producido. México una vez más produce tipos sociales destinado a desestabilizar el orden de un país conformado por otros. El villano de la película es “El Macho”, un desaparecido delincuente cuya nacionalidad resulta ser exclusivamente mexicana que habla inglés con acento muy específico. Nos enteramos de su origen cuando al descubrirse el pecho deja ver una bandera mexicana tatuada bajo el vello de sus pectorales. El Macho, en su vida normal es dueño de un restaurante de comida mexicana donde se baila salsa. El local está adornado con una cabeza de toro para representar la virilidad de la herencia mexicana, robada de los españoles. Es una mezcla de todos los estereotipos que aquí se tiene de una cultura que tampoco se comprende. Sin embargo la narrativa que constituye a El Macho dista mucho de lo que se produjo incluso cinco años atrás cuando el mexicano sólo era parte de la servidumbre del hombre blanco. Ha dejado de ser explotado en la cocina de todos los restaurantes para ahora entrar dentro del entramado capitalista. El Sabor Latino está presente en toda su extensión. Se ha recuperado la narrativa del latin lover perteneciente más a los países caribeños que a un mexicano con rasgos indígenas y de baja estatura. El Macho no sólo se podría confundir con cualquier europeo del mediterráneo sino que su hijo ahora aparece para ganar el corazón de la hija mayor del Gru mediante su meneo y su cabellera al aire. El Gru ha dejado la vida de delincuencia ante la paternidad responsable para hacer mermeladas.

La maldad del Macho en realidad no tiene ningún motivo. Es malo porque eso es lo que deja y con lo que suponemos ha construido su casa: una mansión en lo alto de una colina con motivos que amalgaman las tradiciones aztecas y mayas. El laboratorio secreto de El Macho está dentro de lo que parece ser una pirámide subterránea, donde ha trasformado, junto con la ayuda del científico que antes trabajaba para el Gru, a los Minions en seres monstruosos, es decir, los ha hecho a su imagen y semejanza dispuestos a comerse todo lo que vean. En ese sentido la película explora la deglusión como mecanismo de apropiación. Los mexicanos cocinan comida y de ahí que se estén, paulatinamente, comiendo el mundo anglosajón. Es decir, Estados Unidos no es lo que era, está siendo devorado por the brown people.

Al final en la fiesta del Cinco de Mayo donde han sido invitados, el Gru, ahora empleado para una división de inteligencia gringa comandada por un gordo que toma el té, descubre que en efecto el Macho es el villano y que planea comerse el mundo no sin antes invitarlo a reincorporarse al clan de la maldad. El Gru lo rechaza y lo combate con rigor militar junto a su pareja, una agente pelirroja con la que habrá de casarse al terminar la película. El Macho, con un disfraz ridículo de luchador y una máscara con una M en el rostro, es derrotado por el Gru y su acompañante. El mal corporeizado por lo mexicano ha sido derrotado, ha sido contenido, puesto a raya. Los mexicanos ya nos son serviles, ahora somos ridículamente peligrosos, podemos quedarnos con las hijas de todos los Grus y engañarlas con Tostitos, guacamole y unos dos tres pasos de salsa, aunque ésta última ni siquiera haya sido inventada en México.


Comentarios

Cristian dijo…
Como tengo familia viviendo en Mexico me interesa disfrutar de cosas relacionadas con dicho país. Todas las semanas hacemos cenas con mi familia en un restaurante de comida mexicana ya que el tema gastronómico nos une muchísimo

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