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De amistades y otros infortunios



La amistad es para mí uno de los sentimientos más confusos y raros que he tenido que experimentar a lo largo de los años. Más cuando en condición de expatriado he tenido que salvar confusiones culturales para llegar a ella. Es sabido y casi un cliché que con el tiempo la amistad se torna más complicada porque al envejecer se está más propenso a no hacer concesiones que se hacían con mayor soltura en la primera juventud. Hacer nuevos amigos a los cuarenta resulta todo un boxeo de sombras para buscar la pertinencia o no de establecer una amistad, lo más cercana a la sensatez. Por eso las personas más solas del mundo tienen entre 40 y 60 años, algunos acaban de terminar una relación y los demás han perdido la fe en la humanidad. Yo nunca he sido un gran amigo. De la gente que conocí en la primaria, debido a mi cambio constante de residencia, nadie me habla y ninguno de ellos han tomado vías similares a las mías, es decir, son personas normales con intereses comunes y corrientes con profesiones de abogados, médicos, ingenieros y contadores. Algunos otros han optado por rutas menos sofisticadas y administran tienditas o mercancía al menudeo. En mi infancia y adolescencia viví siempre por temporadas en lugares de lo más disímbolos, ya fuera en la mitad del desierto o en la mitad de la Huasteca. Algunos compañeros me hablaban siempre como se le habla al nuevo, por lo que la condición de novedad era algo que me la tuve que tragar por todos mis años de formación en donde, dice la psicología, se construye la personalidad y los traumas. Por ello la amistad me ha causado serios problemas con mi manera de interactuar con el mundo.

Primero, debido a mi cambio constante de residencia, he pensado que mis amigos han muerto sólo porque los he dejado de ver, que su existencia se ha suspendido y al mudarme han dejado de existir para entrar en el limbo de mis recuerdos. Segundo, eso me ha llevado a formularme constantemente si siguen siendo mis amigos o sólo lo fueron en un determinado momento porque el mundo está en constante flujo y no habrá más que añadir. Por ejemplo, recuerdo a dos amigos de mi infancia en la mitad del desierto y ninguno en la Huasteca. De estos dos amigos de mi infancia desértica recuerdo que uno, al que llamaré R., era más simpático que el otro, al que llamaré F., uno hijo de un federal de caminos y el otro hijo del boticario. R., el más simpático, me ha contactado por el Facebook congratulándome por lo que él calificó de mi éxito. Éste es ahora uno de esos contadores que andan por ahí y me caía mejor que el otro. Ahora vive en Tamaulipas y me ha dicho que trabaja dando clases en el Tecnológico de Tamaulipas. Me ha comentado un par de cosas que he puesto ahí y aún conserva la jovialidad que le recuerdo. Fue él también quien me puso mi primer mote que aún conservo en el pueblo desde mi infancia. Del segundo, F., no tengo noticias salvo comentarios en los que me dijeron que era dealer y que estaba muy mal de salud por tanta droga que consumía. No sé si sea cierto, un hermano suyo me ha contactado también por Internet pero no me ha dado ningún detalle ni de su paradero ni de su estado. R. al tiempo se fue porque en aquel pueblo no se podía estudiar más allá de la secundaria y sospecho que al padre lo cambiaron de lugar para llevarlo a Tamaulipas. F. una vez ido R. continuó siendo mi amigo. Sólo que con F. no había nada que compartir, salvo el gusto que yo tenía por su novia con quien tuvo una hija a los 17, de la que se desentendió.

Dejé el pueblo desértico para volver a la Huasteca donde no tuve amigos memorables. Ya en la secundaria y en mi primera adolescencia, de regreso en la península a 800 kilómetros del pueblo desértico, la amistad fue siendo un sendero de lo más inestable, concretado más que nada por el impulso sexual y el compartir las pulsiones con los otros colegas en forma de revistas, películas pornográficas, historia de eyaculaciones y primeras cogidas que nadie había tenido pero sí todo el mundo fantaseaba. De esa etapa la nómina creció un poco más y se extendió debido al impulso de mi madre porque me codeara con gente importante. Conviví con ellos como quien está de paso, sin prestar atención a lo que me decían e ignorando sus actividades de niños ricos, porque eso éramos. Dábamos vueltas en carro por el malecón sin dirección, íbamos a casas de otros a verlos existir, hacíamos mandados, lavábamos algún carro, fumábamos, íbamos a fiestas, nos empedábamos, veíamos películas en videocasetes, pero sinceramente me aburría un montón. Fue la época más desoladora en mi vida. Como me aburría a raudales comencé a leer literatura y a ver películas del videocentro que nadie quería ver conmigo, por lo que me fui quedando sin amigos, al punto de que las madres de los hijos de la gente bien me consideraban una amenaza para sus hijos porque hablaba y veía cosas muy raras. Creían que siempre estaba drogado.

De ellos sólo conservo a uno en el Facebook que por suerte de coincidencias resultó ser el más apegado a mi familia, no a mí, sino a mi padre y a mi hermana. No sé si éste, al que llamaré S., sea un gran amigo o si yo soy un amigo para él. Acabó siendo como un pariente distante que vivió en mi casa por muchos años pero que nunca compartimos ningún interés en común. Por lo que veo en sus fotos, S. sigue siendo amigo de todos a los que les hablaba en la prepa y creo que sólo me conserva en su nómina de amigos por respeto a mi padre muerto y a mi hermana. Aquí es donde la amistad se me complica. No sé lo que es ser amigo o tener uno. A lo mejor los he tenido y no me he dado cuenta. A lo mejor sólo estar juntos es el signo de amistad que se requiere para considerar a alguien tu amigo. Puede darse el caso de que tú consideres a un amigo, como lo que se denomina “tu mejor amigo” y éste no esté ni enterado de cuándo se ganó ese título.


En Estados Unidos los amigos han sido muy escasos, y esas escasez los pone del lado de la inestabilidad. Cuando llegué aquí una mexicana me dijo que sólo podía ser amigo de quienes hablaran español y que por tanto tenía que ser su amiga. La chava poblana me había caído mal y decidí que uno de los atributos de la amistad era que a los amigos se les puede escoger, por lo que decidí no ser su amigo. El primer año tuve un amigo gringo que despareció del doctorado y del país porque Bush ganó las elecciones. No sé qué ha sido de él.

Gracias al Facebook la amistad con gente que creía muerta se ha reactivado. Me ha enfrentado a una serie de fantasmas que creía eran parte de mi historia y no gente de carne y hueso que también respira en una parte del mundo. Creo que enterarse de la vida de los demás es en cierta medida promiscuo; es estar jodiendo con el subconsciente, o estar, mejor dicho, jodiéndose uno todo el tiempo porque las cosas regresan como búmerang a golpearnos. Ya no recuerdo a quién de los que claman conocerme he insultado o si me han insultado y yo tan campante. A lo mucho aquí he tratado si no de cosechar amistades sí tratar de no caminar solo a tientas. He tratado de cultivar relaciones respetuosas con la gente.  (No sé si esto a los cuarenta califique como amistad). No espero hacer amigos, de esos que creía hacer en mi primera juventud, sólo espero encontrar en quienes me hablen o a quienes les hable su dimensión humana para intercambiar, los que quieran, un conversación que vaya en dos direcciones. No sé lo que me deparen los astros en los próximos 20 años y ni siquiera sé si los alcance. A partir de ahora y con mi historia clínica no espero mucho; llegar a los cincuenta será un logro para mí. Perder amigos no creo que sea posible, ya he perdido los suficientes. Sólo espero recuperar a quienes les interese ser recuperados.



Comentarios

Anónimo dijo…
aqui tienes mi respuesta a este melodrama que has escrito:

What are friends? Some people are nice. Some people aren't. There are some I'm fairly close with... we talk.
Jack Kevorkian

I'm not the kind of guy who has best friends.
Jack Kevorkian

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