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Indignarse en México o los nietos de Artemio Cruz






México es un país de espectáculos. Desde la violencia organizada hasta la desorganizada guerra de Calderón. La política se aleja de ser un mal necesario al principio del mal. Por eso Televisa tiene el monopolio del pensamiento. El problema es que Televisa en realidad no piensa, se maneja a través de pulsiones que van aparejadas de cheques con infinidad de ceros. La primavera mexicana, como ahora quieren llamarle más por una idea romántica del “no pasarán”, ha despertado incredulidad ante los procesos políticos mexicanos. Una incredulidad sostenida desde tiempos inmemoriales. Ser fresa ahora es lo correcto, las fresas ahora son los que se indignan, como lo expresa una de las mantas “Soy fresa pero no pendejo”. Me inclino a pensar que este movimiento se acerca más al de los indignados y al occupy wall street que a la primavera árabe. Sencillamente porque en México la democracia como institución ya ha existido y estos chavos fresas creen que el PRI salió por la vía democrática. ¿Por qué hacerles más caso a los de la Ibero que a los de la UNAM? Sencillamente porque tienen más dinero. Porque los padres han perdido poco a poco el poder y no es que piensen más que los otros, es que están dentro del proceso de la indignación. Indignarse lleva con ello un juego mental muy distinto al de levantarse para hacer una revolución proletaria. El poder de facto, PAN, PRI y PRD, tiene miedo precisamente de que la clase educada del país muestre síntomas de enojo. El país que les contaron, en donde ellos tendrían los privilegios, cada día se aleja más y los partidos y las negociaciones se fragmentan más. Para ellos ya resulta imposible saber con quién hay que pactar. Ese “enrarecimiento político” del que habló Santiago Creel hace seis años, sin quererlo por supuesto, llamó la atención y se repitió por la prensa más por su eufonía que por el sentido del término. Sin embargo como la realidad mexicana algo tiene de mágica, por absurda, el vocablo fue acuñado como acto fallido. En una exégesis fruediana ponía al descubierto todo un sistema resquebrajado donde la incertidumbre era aquello que imperaba. Donde el actor entrenado para cortar tajada sabía perfectamente qué hacer para llegar a donde quería.

El aire se enrareció desde que Zedillo aceptó la derrota del PRI sin pelear por ella. El aire se enrareció desde que la figura presidencial se fue abriendo a la opinión de todos y los disparates de Fox ponían de manifiesto un movimiento del eje del poder y su inviolabilidad. El aire se enrareció desde que Marta Sahagún quiso imitar una dictadura de película y ser Martita en lugar de Evita. El aire se enrareció desde que Calderón entró por la puerta de atrás para envestirse como Presidente y lanzar su embestida contra los demás cárteles de la droga para proteger al de Sinaloa. El aire se enrareció desde que las frases fallidas revelaron todo el inconsciente psíquico de un poder ejercido a la brava hasta derivar en la más contundentes: “Haiga sido como haiga sido” de Calderón, exclamada para justificar un poder legítimo por los medios que hayan sido sin importar sus mecanismos.

La democracia mexicana aún no ha existido. No ha habido ni una sola elección que podamos identificar como democrática, pese a la propaganda de la que fue objeto Fox. El poder en México se ejerce como sea, y bajo cualquier sigla sin importar una plataforma ideológica. La mediocridad es lo que impera y cada entidad es gobernada ahora por caciques locales que pretenden reestablecer un feudalismo aristocrático para hacer presión a las agendas privadas que lo único que piden es dinero y trato reverencial.

El narco es un acontecimiento desalmado porque pretenden hacernos creer que está al margen de un poder político y que el Chapo por ejemplo, es una maldrandín sin sentimientos que opera aisladamente. Si el Chapo, los Zetas, los Golfos y demás se acaban, México regresará al Edén que perdió hace 500 años donde los blancos imperaban y metían en cintura a las indígenas mansos, que ahora han aprendido a matar.

La guerra del narco es una guerra cosmética del gobierno para mostrarnos, siempre como acto fallido, que todo es un cochinero y que los inocentes no existen. Todos somos delincuentes porque no sabemos cómo opera el poder. Las instituciones existen, el problema es que sus hombres son los que las envilecen. El problema de México no es político es ético. Los hombres que componen el personal político mexicano carecen de instrucción ética porque la política en su práctica la desconoce. Cuando hablamos de corrupción en realidad hablamos de ética. ¿Cómo ser ético donde la miseria es la constante? ¿Cómo ser ético si Romero Deschamps gana 24 mil pesos mensuales y vive como si ganara 24 mil dólares semanales y su hija lo exhibe con el candor de quien se cree por encima de todo poder? ¿Cómo ser ético si Elba Esthér Gordillo se nombra presidenta vitalicia de los maestros y funda un Partido que nomina a un tipo desconocido con altas credenciales para ser presidente y el candidato dice no conocerla ni saber qué nexos tiene con el sindicato de trabajadores de la Educación? ¿Cómo ser ético si precisamente la materia de Filosofía acaba de ser retirada del programa de educación media? La ética nos pregunta por el aquí pero también por el mañana. La ética proyecta un futuro dentro de sus disyuntivas. ¿Es posible confundir la maldad con la bondad? Según Sabater no. Hay una clara distinción entre matar a alguien y no hacerlo, entre robar lo ajeno y saber que eso no te pertenece. Sin embargo, la justificación del delincuente de cuello blanco siempre viene aparejada de pragmatismo: si no lo hago yo otros más pendejos que yo lo harán. Los indignados mexicanos son aquellos a los que les han prometido un futuro después del PRI, que nacieron en la debacle del partido y esperaron ese cambio hacia un neoliberalismo que les dijo que serían empresarios y que su changarro no puede pegar porque no hay suficiente gente que pueda comprar. Son el producto de una generación que tuvo que educarse en escuelas privadas porque la educación pública sólo era para los pobres y un demarcador de la clase media debía ser el compromiso con la educación privada. ¿Por qué los de la UNAM no se levantaron primero? Porque justamente esos a nadie le importan. Jamás habrán de titularse, jamás conocerán a nadie que los coloque en puestos claves. El país se les escapa y los indignados fresitas se encolerizan porque ven a sus oportunidades extinguirse. El país puede cambiar y justamente el descontento, el enrarecimiento y la indignación ya no es de los 80 millones de pobres en México, sino del 20 por ciento que sienten que ya les robaron su futuro, un futuro que ha permanecido así desde que la revolución de los de abajo fracasó en 1914. Esto que sucede ahora es ya la historia de los nietos de Artemio Cruz buscando la transparencia bajo el cielo contaminado de la ciudad.

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