¿Es usted indio?
“Soñé que en una entrevista me
preguntaban: “¿Es usted mexicano?” “Sí, respondía, pero no lo vuelvo a ser”.
Del cuento “Mariachi”
Juan Villoro, mexicano de padre español
(en Estados Unidos tendría que llamarse méxico-español), luminaria de las
letras nacionales.
He leído ciertos comentarios a propósito
del video del “Gentleman de las Lomas”. Todas las reacciones son condenatorias
y coinciden en varios puntos, uno de ellos es el de la indignación. La
indignación procede de un sentimiento de enojo y repulsión de los actos que se
condenan. Sin embargo la indignación también se realiza cuando hay una parte
que se reconoce como propia al contemplar la acción condenada. No sé si este
sea el caso, tal vez es la manera de reaccionar, la empatía con la violencia
necesaria, o descubrir que el odio está vivo y se mueve libremente dentro de la
pirámide social. ¿Qué es lo que más asusta del video? Creo que su familiaridad
con la indolencia ante el dolor del otro, un “otro” que no es reconocido como
un nosotros. Siento que
las respuestas van más hacia la lástima por el hecho de golpear a un indefenso
que por la empatía hacia acabar con las diferencias y exigir que la ley se
aplique de manera igualitaria. ¿Por qué el agredido no se defiende? ¿Por qué
los que contemplan la escena no separan a un señor de unos 60 años que golpea a
alguien de 25?
Silva-Herzog Márquez afirma que en México
hay una sociedad de la humillación. Humillar al otro, afirma, es la moneda
corriente de quienes han sido escogidos para ser depositarios de los favores
fiscales y gubernamentales e instalarse en la cúpula de una sociedad piramidal.
Concluye que México es a todas luces una sociedad de castas. Estoy de acuerdo
en todo eso, sin embargo, habría que hacer una matización. El problema de México
existe desde que se construyó la idea de México. Desde que los españoles
pusieron pie en esa tierra y decidieron que tenía que ser suya. El gran
problema de los europeos al llegar aquí fueron los indios. Los libros de
historia ponderan a México como una sociedad que ha sido construida por tres
grupos raciales: criollos, indios y su mezcla abominable y además amenazante,
los mestizos (así se les dice a los que parecen indígenas pero no hablan lengua
europea y son morenos. He hecho una encuesta para saber si el mestizo tiene la
piel blanca y me han contestado rotundamente que no). Estos tres componentes
habrían de funcionar como una teoría dialéctica donde la tesis eran los criollos,
la antítesis los indios y la síntesis los mestizos. La realidad es que no ha funcionado
de esa manera. Lo más curioso de México es que el mexicano piensa que en México
no hay racismo, sólo clasismo, que la legitimación del poder se da por vías de
clase y no por vías de raza. No quiero ser maniqueo para afirmar que sólo hay
dos versiones sino que lo que ha sucedido es el resultado de una lucha por alejarse y deshacerse
a toda costa de lo indio, de lo indígena. En México una de las mayores
aspiraciones es no ser indio y uno de los grandes insultos, cargados de rabia
es “indio”.
Julio Trujillo en su columna clama por una diversidad de insultos,
quiere que Sacal sea más instruido y que insulte con mayor compostura, que
insulte como Churcil. Es probable que no entienda el odio
racial porque nunca lo ha experimentado. No creo que Sacal deba insultar de
otra manera más que con la única que es reflejo de todo los demonios que lleva
adentro el mexicano. El miedo de todo mexicano es ser indio, aunque su fisonomía lo confirme. Salir de ese estado atávico en el que México se ha visto sumergido, o
mejor dicho, en el que el México fundamentalmente rural se ha mantenido a los
largo de 500 años. Humillar dice Silva-Herzog es el común denominador de la
“sociedad mexicana”, pero finalmente, creo que el punto nodal de esto es quién
precisamente constituye la sociedad mexicana: quién humilla a quién y qué
condiciones se necesitan para humillar. Trujillo dice que basta con tener un
coche para humillar. Es decir, basta tener dinero y que se note. Basta con ser
el objeto del deseo para que la humillación pueda echar a andar su rueda. El
dinero es el sucedáneo de una sociedad mayoritariamente morena que, gracias a
la revolución, hizo que el indígena se adentrara en la ciudad y rompiera la
sociedad de castas que se practicaba en el siglo XIX; así el indio creyó dejar de serlo y se conviertió en mestizo. Es decir, con ayuda del mercado democratizador el indio
ahora puede aspirar a consumir y quitarse a todo costa lo indio. Pero como
dijera el dicho arraigado en el inconsciente colectivo que todo lo corrige:
“aunque la mona se vista de seda mona se queda”.
Trujillo se pregunta qué pasó por la
cabeza del llamado “empresario” para descargar el odio, la inquina, sobre un
valet parking que no le quiso cambiar la llanta al señor. Me atrevo a decir que
nada, no creo que haya pensado nada sino que sólo actuó como tenía que hacerlo:
castigando la insubordinación del lacayo, castigando al indio a golpes. El odio
de Sacal explotó porque el “gato” no quiso reconocer la distancia racial entre
él, el contexto de las Lomas (que no es México) y la diferencia que había entre
los dos. Creo que Sacal sólo articula el odio racial de un México atrapado en
su propia esquizofrenia: México no es blanco pero quiere serlo; México no es el
paladín de la modernidad pero se empeña; México está siendo retrasado por sus
indios que se insubordinan, pero no sabemos si nosotros somos indios o no. Las ladies de Polanco también lo atestiguan: los indios retrasan el progreso del
país y por ellos, afirman, está así; por ellos México DF no es París o New
York; los indios afean el paisaje de lo que podría ser México.
La esquizofrenia
cultural llega a niveles lamentablemente desgarradores como se aprecia en el
estudio de las dos muñecas (una blanca y otra morena) en la que entrevistan a niños morenos y blancos sobre los prejuicios raciales: una niña con piel morena
y rasgos visiblemente indígenas afirma que ella es buena porque es “blanquita”
en ciertas partes de su cuerpo. Todos los morenos quieren ser blancos, y los
blancos, grupo minoritario mexicano, demandan trato especial. Esta es la
diferencia fundamental que aún rige las relaciones sociales en un país donde
las castas ya no se pueden probar con facilidad. La sociedad entonces debe
reconocerlas por los atuendos y las marcas, pero si eres blanco sólo por el
color. Si eres blanco la ropa no es importante. Ser indio es una vergüenza que
ha retrasado el progreso de los blancos, mismos que aún dominan los medios de
comunicación, las telenovelas, los artículos de opinión y las letras mexicanas.
El problema es la definición del México
que se tiene, no del México aspiracional.
El racismo galopante en México está
arraigado en su cultura y continúa reconociendo las diferencias, como lo
demuestra la hija de Peña Nieto al insultar a los detractores de su padre como
“la prole” apelando a una sociedad aristocrática de facto. Por eso nadie de los
presentes acude a separar al “patrón” de edad avanzada que en otro video le
dice al que lo filma “¡tú a mí me la pelas!”, por eso el indio no le devuelve
el golpe, por el temor de ser castigado más allá de la golpiza, más allá de la pérdida
de los dientes, más allá de la vejación senil de mamar el miembro de Sacal.
Nadie lo defiende porque el patrón es poderoso y de seguro se lo merecía, nadie
lo defiende porque en México la justicia, la educación, la democracia, la
igualdad es para los hombres y la auténtica nación mexicana y no para los “pinches
indios” insurrectos.
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