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La redes del poder: Obama y yo



Tengo pocos amigos y los pocos que me quedan ya me hablan poco; tal vez me gustaría tener un millón de amigos pero creo que no sabría cómo demostrarles que me importan. Ya aquellas épocas en que mi madre decía que yo era muy amiguero han quedado difuminadas en mi mente y siempre he creído que exageraba porque no quería ver que en realidad yo era muy antisocial. Se sorprendió mucho al llegar a recogerme una vez cuando estaba en la primaria particular Simón Bolívar, porque un niño, cuyo nombre he olvidado, me dijo “¡Nos vemos Carisma!” Mi madre lo tomó como la verbalización de una cualidad innata de su hijo para tener carisma con la gente y llegar a ser presidente de la república. En aquella ocasión el niño que me llamó de esa manera lo hizo porque mientras jugábamos “spiro” yo cantaba en voz alta el éxito de “Kiss” cuyos coros había oído en el radio mientras el chofer me dejaba en la escuela esa misma mañana. Éstos rezaban “Carisma… carisma… carisma” con un falsete en el último carisma. La tonada de la canción era muy pegajosa y hasta de un sonsonete que rallaba secretamente en la inopia musical. No quise desmentir a mi madre de la referencia torcida con la que me había confundido, finalmente todo hijo quiere complacer a sus padres. Así mi madre siguió creyendo que yo era un tipo carismático y que tenía muchos amigos. Tratando de recordar aquella época, la puedo ubicar cuando estaba yo en tercero de primaria, incluso la única foto que tengo de aquella época me la tomaron con el uniforme de la escuela sonriendo y enseñando las encías. Después tuvimos que irnos a vivir a Oaxaca. En Oaxaca mi capacidad para hacer amigos se fue diluyendo y prueba de ello es que no me acuerdo de ninguno.



Ahora que mis amigos se agotan a velocidades postmodernas, incluso en el Facebook en donde definitivamente no puedo competir con la gente de la que soy amigo y tienen ya mil quinientos –por lo que me siento devaluado como amigo--, vuelvo sobre la pregunta de cómo hacerlos y si eso a la postre me llenaría de satisfacciones o de desprecios. Siempre presumir a los amigos, si estos son gente importante, te coloca del lado de los de la importancia. No soy de esos. No sé si cuando mi madre me confundió con líder yo me acercaba a eso y pasó algo en el ínter que me transformó en esto que soy ahora ya casi para completar o justificar mi crisis de los cuarenta. La idea de ser presidente de la república (por el PRI por supuesto) ha permanecido en mi inconsciente jungiano para traicionarme cada vez que puede. Por ejemplo, he soñado, ya tres veces, que soy amigo “personal” de Obama, que él y yo discutimos asuntos sustantivos para la conformación del mundo y que somos odiados por nuestra inteligencia (en realidad la mía porque siempre en mis sueños yo soy el que le da consejos). Esto no dista mucho de lo que en realidad sucede, porque sí soy amigo de Obama y la prueba más fehaciente es que me manda correos electrónicos donde me pide mi opinión en forma de “Surveys”. Dicho sea de paso no soy sólo amigo de él sino hasta de su esposa Michelle. Hoy mismo he recibido un correo en donde me da información relevante sobre el próximo cumpleaños de Barack, que es el 4 de agosto. Incluso me invita a formar parte de una celebración nunca antes imaginada por él y su familia por lo que me convertiría en parte de la tradición Obama. Tampoco nunca antes había sabido la fecha del cumpleaños de alguien, y como la veo escrita no la olvidaré nunca. A diferencia del FB donde sólo aparece un “Today BD” junto a una dibujo de regalo y el nombre de la persona, el comunicado de Michelle, mi ahora amiga, ha surtido efecto mucho más sólido que las redes sociales. Los detalles de la celebración pensada por Michelle son una especie de encuesta disfrazada donde hay que llenar una serie de preguntas y dar una tarjeta de crédito. Ya sé que en realidad sólo soy parte de una base de datos de los cuales me puedo dar de baja con un solo click ahora mismo. Si lo hiciera mi cuenta de correo electrónico se desactivaría porque no me escribe nadie más. No es un reclamo al poco mundo que me escribe (gracias aquellos que no dejan de hacerlo para mandarme noticias escandalosas) sino que conservar a Obama como mi amigo, creo, me reivindica secretamente con mi madre y sus deseos de que yo llegara a ser el presidente de la república. Recibo a Obama como se recibe una oferta de una tarjeta de crédito, con la seguridad de que aún mi nombre sirve para mandar mierda y recolectar dinero, esta vez cinco dólares. A cambio me mandarán una copia de la tarjeta de cumpleaños firmada por millones de personas condenadas a soñar con el poder e imaginar que somos su amigo en un futuro diferente, en otra realidad posible, hecha sólo por cinco dólares y muchos, muchos sueños.

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