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Antisociales atrapados por la redes de Cibernia

Me he unido a una campaña que podría parecer un poco anti “avant garde” y "demodé" o, si se prefiere, ultra “avant garde à la mode”, de acuerdo con la posición que se quiera tomar dentro del mundo globalizado. He desactivado mi cuenta en “Facebook” y espero que en un futuro próximo mi nombre sea borrado, si no de su base de datos, sí de los corazones en los que albergaba un recuerdo, tal vez difuso, de lo que fui para ellos. La decisión la tomé no porque consumiera la mayoría de mis ratos libres y dejara todo para el día siguiente por estar viendo a aquellos con los que clamaba amistad. Lo he hecho por una cuestión de pudor. Una vez más la vergüenza me ha ganado y he decidido ausentarme de la exposición baladí que nos otorga ya esa red a la que al principio critiqué y luego sucumbí para “estar en contacto” con mis “amigos”. Aunque al comienzo sí me pareció un buen medio para ver qué hacía fulano un domingo, después me sentí abrumado por la cantidad de amistades que clamaban serlo. Al final por una necesidad exhibicionista me entregué a mandar o recibir invitaciones para ser amigos de gente que sólo había visto una vez, o que eran amigos de mis amigos y que sólo había visto, también, una vez, incluso gente a la que nunca había visto porque las fotos con las que se presentaban eran del perro, del pescadito, de la mano o de alguna parte del cuerpo que creían que los representaba. Así que me encontré siendo amigo de una mano o de un pie en lugar de toda una persona. La mano hacía test de personalidad compulsivamente, abría galletas de la suerte, o presentaba la historia de sus gustos musicales y todos, ya por una especie de etiqueta cibernética debíamos responder a sus gustos con un “like” o no; incluso hasta llegué a ser objeto de burla y escarnio entre redes de amigos de amigos por erratas en mis comentarios que realizaba al vuelo en diferentes lenguas entre clase y clase, sin entender que en realidad mi círculo social ya se había llenado de todo menos de mis amigos. Aunque me enteré de cosas de gente de la que no me quería enterar, también me enteré de cosas que no me importaban y hasta acabé siendo parte de un grupo de fans de un escritor novel que nos decía hasta cuando se tiraba un pedo. Ya en un acto de total demencia acepté alumnos y exalumnos y hasta busqué entre las redes a mis compañeros preparatorianos para descubrir que siguen vivos y que, además de ser parte de mi historia, continúan con sus vidas y siguen siendo amigos. Tal vez mi decepción facebookera parte de la decepción de encontrarme cada día con menos amigos y con menos tolerancia para hacer nuevos, tal vez sea únicamente mi historia de resentido social la que impera cuando de hablar con la gente se trata. Ahora sólo aquellos que quieran saber “what’s in my mind” tendrán que leer esta bitácora que escribo para mí mismo y, de paso, para los pocos amigos que me quedan.

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