
El problema de la realidad y la existencia de seres imaginarios que no se ven a diario
La vida está propuesta por mortificaciones secretas e imitaciones menos tendenciosas. A veces quiero sorprenderme por la realidad que suelo ver afuera. Ahora que estoy aquí, descubro que las necesidades de la humanidad entre aquellos que hablamos una lengua u otra son abismales. Los que llegan aquí, este especie de país hedénico en donde las cosas se consiguen con facilidad y la riqueza se desparrama por todos los lados, sienten que por no haber muerto a manos de gente infame en la cruz de la frontera tienen un ángel protector al que le deben de brindar toda la devoción necesaria. Y tal vez tengan razón, han salido de la miseria y han encontrado la comida en la mesa, han aprendio palabras distintas para nombrar su mundo circundante y no saben qué es ahora del país al que no han vuelto, a muchos no les interesa, y encuentran la fortuna y después, agradecidos por continuar con vida por estas latitudes, vuelcan esa gratitud hacia alguna clase de dios que viene acompañado de alguna clase de secta cristiana que ha devenido en toda una industria del consumo de la fe y la devoción por llenar vacíos que sólo la venta masificada puede llenar, espacios que nada ni nadie los puede suplir. No es raro que yo esté especulando tanto cuando estoy tan sensitivo por las cosas que veo y cómo las veo. Por lo general, los que llegan son mexicanos indígenas para quienes el español es sinónimo de una vida con menos miseria, es una lengua, todavía del patrón, es una lengua que el gobierno quiere imponer para unificar los estándares. Los veo, con su rostro broncíneo, en el supermercado, algunos han llegado hasta la puerta promoviendo sus verdades y hasta he caído en sus reuniones en donde cantan y se regodean y se aleccionan y se vuelcan los unos con los otros para amarse y sentir que un nuevo mundo está allá; los veo cuando caminan en grupos para sentirse seguros, los veo y me avergüenzo, no sé por qué, quizá porque la figura del indígena me es tan ajena y entonces me avergüenzo por no saber lo que es ser indígena; los veo cuando voy caminando en un pueblo sin banquetas y pasan en sus bólidos de fuego con la música todo volumen sacando partido de su diferencia y de su actitud cultural, y entonces me avergüezo por no saber encarar la misma actitud para conmigo y para con las situaciones que no me distinguen con otro y con nadie. La cuestión educativa es lo único que se me ocurre pensar y pienso que eso no debo pensarlo porque sólo reduzco las posibilidades de comprehensión de sus circunstancias y entonces me vulevo a avergonzar por pensar en esas tendencias tan mamonas como siempre.
La situación es que los veo afuera cuando no son horas de trabajo; cuando ha llovido y no pueden salir al jale, como la mayoría le dice; los veo en las noches en donde creen que pasan indarvertidos, sólo que en esta región en donde el hombre blanco impera lo diferente salta a la vista muy rápido; yo me doy cuenta de ellos y ellos al verme hacen como que me ignoran, después de todo no soy como ellos, si oyen mi español se avergüenzan. Saben que suena distinto, aunque no falta a veces quien se sienta medio cómplice por esos detalles con uno, sin embargo, cuando descubren que he venido en viaje de conocimiento y que mi esposa no trabaja porque su visado no se lo permite, esbozan una sonrisita de consuelo porque se descubren mucho más inteligentes y aguzados que nosotros. Es ahí cuando descubren que el sueño de la igualdad les ha llegado, es ahí cuando el sueño de la superioridad les embarga, los hincha de soberbia y descubren que su vida tiene las cosas que los demá poseen. Entonces resulta que el problema se transforma en una situación de uso de las cosas, de posesión de los objetos. Han venido desde muy lejos a trabajar, a hacer el mismo trabajo que hacían en su país pero con enseres mucho más sofisticados, incluso con un par de guantes tal vez. Empiezan a recibir lo que nunca pensaron recibir por no haber sido educados, por no haber aprendido que el aderezo para ensaladas se llama aderezo para ensaladas. Es aquí en donde empiezan a conocer que los objetos se pueden nombrar de distintas maneras. Esgrimir esto me da agruras. El estómago se me revuelve y sólo pienso en una imagen recurrente que por no venir al caso la evito. Mis apuntes se han disparatado y tal vez mañana tenga ganas de concluir esto…
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