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El mundo según Disney
Primera llamada


Después de 36 años he cumplido con el sueño de Walt y sus secuaces: hemos ido al mundialmente conocido Disney World en Orlando, Florida. Como buenos burgueses que mis padres pretendían ser, una de mis desventajas entre mis pares era mi falta de discurso de la animación Disney. En la secundaria del colegio privado de la ciudad de México oía maravillado cómo la gente decía hablar en lenguas extrañas y deslizarse a velocidades increíbles por toboganes que no sólo eran sendas de la diversión, sino del poder mismo al dominar un universo más allá de sus fronteras. Palabras como Epcot y Magic Kingdom tenían en mi entendimiento un sabor raro y prestigioso, además de que conferían un extraño aire de superioridad a aquellos que las pronunciaban. Ver el mundo a través de la diversión era lo único que me parecía ponderable y su carencia me hermanaba a la cofradía de seres insatisfechos. Finalmente, y por reconciliarme con mi pasado burgués, fui a dar al mundo de Disney. Decidí, tal vez, que no era sano que mis hijas experimentaran el rencor social que su padre tenía guardado por tantos años y se liberaran de mis propios atavismos (que por supuesto no tienen). Es decir, en un acto de responsabilidad paterna tomé la decisión de perdernos entre montones de gente y entregarnos a la diversión ininterrumpida y adquirir, así, ese discurso caricaturesco que hacía de mis horas de recreo una vergüenza por no poder ser parte de una sociedad burguesa en su totalidad.

Fui dispuesto a perderme en los mares de los Piratas del Caribe y salir transformado por sus encantos demoníacos. Presa del nerviosismo de enfrentarme a mis fantasmas adolescentes, el día de la víspera soñé ratas recorriendo mi cuerpo y arrancándome los ojos mientras devoraban mis intestinos. Me levanté sobresaltado para preguntarle a Berenice si continuaba con vida o era mi espectro el que la contemplaba. Ansioso, a la mañana siguiente me perdí en el camino de ida: fijé mi curso hacia el norte creyendo ver el sur; siete horas después de intenso camino bajo truenos y centellas encontré nuestro hotel esperándonos con sus promesas de diversión. En el mismo corazón del ratón Miguelito imploré a Dios, que en su infinita misericordia, quitara el agua del cielo para poder caminar con el sol en la cara erguidos y dispuestos a entregarnos a la euforia.

Angustiado por el clima y su poder omnipotente dormí confundiendo el ruido del aire acondicionado con una tormenta intermitente que arruinaría mi reconciliación con un animal majestuoso de engañoso plumaje. Acorralado por el reloj despertador abrí los ojos a las 5 y media de la mañana para asomarme a la ventana y descubrir que Dios en su infinita grandeza había dispuesto un sol magnífico para que nos acompañara en nuestra travesía. Salimos a las 7 y media de la mañana, mis hijas embargadas por la euforia y yo temeroso del mundo que me esperaba sin haber ingerido el litro de cafeína diario con el que me animo a saludar al prójimo. Berenice, como siempre, me animó a no desesperar ante tremendo mal hado y al paso tomamos un asqueroso café de DD que no sirvió más que para reafirmar al cadalso al que me dirigía.

Al llegar a aquella estepa de la diversión tuvimos que dejar nuestro carro en un estacionamiento que llevaba nombre de perro, según nos dijo unos de los animadores octogenarios entre walkie-talkies y sonrisas sostenidas, y que debíamos recordar para no perdernos, una vez emborrachados de adrenalina a las altas horas de la noche después de contemplar los fuegos pirotécnicos. Lo tomé como una exagerada tendencia a preocupar a los mortales que buscamos en las vacaciones una mortificación más para la vida aburrida que arrastramos.

Seguimos a la multitud que nos conducía sin tener que preguntarnos por nuestro destino. Nos montaron en un trenecito que daba cabida al nutrido grupo que nos congregábamos a altas horas de la madrugada con una humedad del cien por ciento dispuestos a no perder ni un solo segundo de nuestro tiempo fuera de los terrenos de los sueños. Disney World: where all the dreams come true!!! es el “motto” en el que todos debíamos esforzarnos en mentalizar.

Comentarios

Víctor Cabrera dijo…
Compadre: qué pinche crónica tan curada, pero le falta la continuación, ¿que no? Aquí me quedo sentadito y esperándola. Abrazos a todas.

VC
Así es mi querido... falta la continuación en la que estoy trabajando que este asunto de la tortura disfrazada de diversión es cosa seria... Un beso por allá ...

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