
Quería escribir esto hace tiempo pero no había tenido ni el tiempo ni la disposición para hacerlo. Debo confesar a todos los vientos cibernéticos que traigo cargando una necesidad de reconocimiento que no he podido abandonar desde que mis padres me condenaron a la ignominia y a la miseria por tomar un camino literario (si esto puede existir). Hace un mes ha sido mi cumpleaños y como es natural, como diría Gracilaso, el de la Vega, me puse a contemplar mi estado y mirar la senda por do he venido. En este recorrido, lleno de reconocimiento, esta ignominia y miseria a la que fui sentenciado se han tornado en una realidad, lo que sea que este término evoque. Habría que decir que al hacer un recuento --como me he enterado por el repaso tarológico que me he hecho—he descubierto que sólo el mundo y sus arcanos fueron los que estuvieron en mi contra. Según ellos, tengo una tendencia muy fuerte a autodestruirme, esto dado por las complicaciones que tuvo mi madre a la hora del parto según el libro La vía del Tarot de Jodorowsky. Como siempre la culpa no es mía; es de mis padres, quienes no me amaron desde el primer momento de mi nacimiento y me mandaron a vivir muy lejos de su tutela. Es decir, este fracaso literario en el que estoy inmerso no es mío, en realidad, es la marca de la histeria de mi madre y de la indiferencia de mi padre, que para eso existen, para ser los responsables de todo lo que no he hecho y de este exilio voluntario que me desarraiga. Por fortuna este fracaso en el que me encuentro sumido lo comparto con millones y millones de personas cuyas madres tuvieron complicaciones a la hora de su nacimiento o engendraron hijos no deseados. Con ellas me hermano y les entrego mis más profundas meditaciones.
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