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X-ecrable



Soy parte de la generación que han llamado “X”. Según entiendo el término fue acuñado en la Inglaterra y popularizado por una novela canadiense en inglés que estuvo de moda, y que leí en traducción cuando estaba en la universidad por allá de 1995. Soy parte de esa generación sólo en teoría porque, más bien, tiene como objetivo hablar de la erosión social de la cultura del primer mundo y la globalización que comenzó en los años noventa. Esta generación rechaza el estatus del dinero, el ascenso social y básicamente se oponen a todo. Son hijos de padres que creen en la teoría social darwiniana y creen que sus vástagos son unos fracasados.

Cuando eres parte de una cultura del tercer mundo, en donde la pobreza tiende a unir a las familias lejos de separarlas, hablar de fragmentación social, a no ser por el resquebrajamiento de las instituciones gubernamentales, es difícil.

En un ejemplar de una revista mexicana que trajo mi cuñada el año pasado por estas fechas me he encontrado una especie de articulito que repasa las características de esta generación de la que según el autor él y yo somos parte, aunque, como dijo mi amigo el Vikingo para referirse a la salvedad indígena de nuestra constitución, Región Cuatro. Este texto se dedica a extraer citas pertinentes para dar una tipología de este tipo de gente. Creo que existe un detalle muy importante que es preciso señalar: el contexto económico y social de las distintas realidades. Mientras esta nomenclatura trata de señalar el impacto de la globalización, el consumo y la individualidad, así como la fragmentación social que se vive en países postindustriales, el autor revela que como es parte de esta generación a él le ocurrió lo mismo. “Típicamente” dice el autor “los X-Gen son –somos—alienados, sobrecalificados, mal pagados […] y aún viven con sus padres”. Hay que aclarar algo que se olvida siempre cuando se pretende hacer una caracterización social: la historia. México ha vivido en crisis desde 1976, cuando el buen Echevarría le dio en la madre al proceso modernizador que inició Cárdenas en los años cuarenta para acabar de destrozarlo con López Portillo en 1982. Así la certidumbre sexenal de hundimiento económico comenzó sin piedad. Lo que nosotros no vimos, ni hemos visto nunca, fue la bonanza desde la cual la generación X se opuso y enarboló su proceso de alienación y sobrecalificación. El tedium vitae no fue tal porque no hay tedio dentro de la incertidumbre de la certidumbre del naufragio.

Fuimos a la universidad cuando las universidades sólo eran públicas y las privadas, destinadas a las personas que vivían en otro México misteriosamente presentado por Salinas, a penas se construían y servía para ingresar a la minoría de gente rica e imbécil. Este sentimiento de que éramos parte del primer mundo caló hondo en nuestra caracterización y creímos ser parte de una urbe de hierro sólo porque nos sentíamos tristes e incomprendidos, comíamos en McDonalds y nos comprábamos alguna que otra garrita en las rebajas de enero de Zara. Aparecieron los yuppitecas, que por lo general eran burócratas. Al cambiar sus dietas para incorporar el insípido Sushi California, reunirse en Sport’s Cafés y admirar la riqueza de Wall Street no dudaban estar muy cerca de una nueva civilización. Después de los errores de diciembre de Zedillo, que en realidad fueron de Salinas, se nos acabó el sueño. Salimos a la fuerza laboral con la certeza de que todo estaba jodido y que estudiar y completar una carrera universitaria sólo era algo que había que terminar por disciplina, por no tener nada mejor que hacer, o por angustia ante el futuro. Ninguno de mis amigos tuvo tanta angustia como yo, por lo que fui el único en titularme. En mi banda universitaria nunca fuimos ni sobrecalificados ni malpagados porque sencillamente ninguno de nosotros encontró trabajo. Nunca sufrimos el efecto “boomerang”, que era regresar con los padres después de algún fracaso, porque simplemente nunca nos fuimos y nunca probamos el éxito. Nuestra subsistencia dependía del poco dinero que nos pudieran dar para cubrir gastos imprescindibles. Cuando terminé la carrera traté de vender libros para la editorial Paidós y reprobé el examen de habilidades expresivas. Me apersoné en el periódico Reforma para ser parte de su staff de escritores y me dijeron que con un título como el mío no podía ser escritor, que para ser escritor no hacía falta estudiar y que en mi currículum no había evidencia alguna de mis capacidades creativas o reporteriles. Traté de hacerme un nombre en el arte de la palabra (en aquel entonces las becas para jóvenes valores apenas comenzaban y no eran para los underdogs como nosotros). Publiqué dos poemas en revistas de moda y nadie me dio siquiera las gracias. Traté de dar clases en prepas particulares. Me entrevistaron y me preguntaron por mis preferencias políticas. Quise ser sincero y les dije que no tenía, me dijeron que no sólo tenía que dar clases sino ser un modelo para los alumnos y que sin tendencias sociales no me podían contratar. Mi padre, conmovido por mi dolor, me rescató del vacío consiguiéndome un trabajo burocrático en el Instituto del Deporte en el que tenía que revisar la ortografía de las secretarias y ayudarlas a escribir los oficios. Me contrataron con la justificación de que debía hacerlos menos aburridos. Como no cumplí con mis objetivos y seguían siendo muy aburridos me echaron al primer recorte de personal al mes siguiente. Intenté, presa del pánico, pedir trabajo en McDonalds pero me dijeron que sólo podían contratar a gente sin títulos universitarios y menor de 22. En una absceso de locura huí al extranjero para volver a la universidad e inscribirme en una maestría en letras modernas; al cabo de dos años, como no quería repetir la amarga experiencia y la universidad me pareció un recinto seguro, continué con el doctorado.

Mi amistades no corrieron suertes muy distintas, aunque ellos tuvieron el acierto de no creer en las instituciones educativas, cosa que los unió a una cofradía de selfmade men, del que todo el mundo laboral mexicano se jacta.

No he podido ganar un solo premio y me he enterado que ya no soy joven creador. Mientras mis pares se dedicaba a ser alguien en el mundo de la cultura yo perdía el tiempo conquistando títulos académicos y hablando de cosas que a nadie le importan. Para no desesperarme ante la vida he tenido que pensar que mi suerte y mi fracaso se deben, no a mi cobardía, sino a que nací en un lugar equivocado o a que soy un genio.

Comentarios

C. R. dijo…
Te encontré!!! Más vale que te acuerdes de mí. Cecilia Rojas, me diste clases en la UABCS, amiga del Ruy y la Malva, escribía cuento, les cuidé a María un par de veces... ya? Me dio mucho gusto encontrar tu blog. te invito al mío. www.elgrifovegetariano.blogspot.com
Hasta pronto y saludos a tu familia!
Qué ondas desta? Me da gusto saber de ti y ya fui a tu blocs para ver las jotos de tus amistades y queridos. Espero que estemos en contacto o cuando menos nos leamos de vez en cuando. Ya se me agotó el cerebro, por eso no he escrito nada, pero prometo decir cualquier cosa nueva y subir algo.

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