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Tragedia en Charleston





Alguna vez había escrito que presentía que había algo haciéndome llegar tarde a todo acontecimiento importante del mundo. Ahora la historia me presenta la oportunidad de estar en el centro de una de las infamias más grandes de este país en el que he decidido vivir. El asesinato de nueve afroamericanos en la iglesia AME a manos de un homicida portador de una ideología de supremasismo blanco confederado. Sus víctimas, según revela la prensa, fueron escogidas con premeditación y con un alto sentido simbólico. Dos días después se descubrió que el tipo era parte de un grupo supremasista y que comulgaba con el ideal genocida de eliminar a todos los que no fueran blancos, autonombrándose casi como mártir de la limpieza racial. El símbolo para ello ha sido la bandera confederada que ahora está en la mesa de discusión, más, lamento decirlo, por ser año electoral que por otra cosa.


La suástica nazi y la bandera confederada tienen un nivel semántico de igual valor; ambas representan ideales de exterminio basados en una pseudociencia en que el que ataca es el que se ve amenazado. Sin duda ese aire se respira aquí en Charleston. A casi una semana de que han sucedido los hechos aún no puedo descifrar su impacto en esta cultura. Vivimos en un mundo, especialmente éste de los Estados Unidos, altamente esquizoide, altamente confundido. He leído discursos en los que los de la derecha republicana tratan de deslindarse y otros que afirman que sus creencias deben ser atendidas y que tratan de señalar al culpable como un loco, como una anomalía del sistema. Para algunos incluso que quieren aparecer más como justicieros, claman que el asesino no escogió bien a sus víctimas y que éstas debían ser delincuentes en la calle, no gente en las iglesias. Mi primera reflexión fue hecha por otros: ¿es esto terrorismo? Sin duda estaba aterrado. Ese día fue mi cumpleaños y terminaba de dar clases a las 8 y  media de la tarde. La iglesia está a tres cuadras de la universidad. Pensé en la posibilidad de haberlo visto en la calle. Pensé que si el escenario hubiera sido al revés y el atacante hubiera sido un musulmán automáticamente la palabra terrorista hubiera emergido. Los medio de comunicación la evitaron a toda costa. Fox trató de cubrir el incidente afirmando que era asesinato religioso. Cuando el tipo confesó sus intenciones y su filiación ya no supieron cómo cubrirlo. Sin duda, el valor semántico es lo que aquí se está perdiendo de vista. Esta confusión no es nueva, ni tampoco es producto de algo que no estuviera antes. El racismo es la parte de la historia cultural infame de los Estados Unidos. Lo que sí es nuevo es la manipulación de la que son objeto todos aquellos que se ven traicionados por el sistema buscando culpables para descargar también ese odio. De qué manera sentirse especial si no por el sólo hecho de haber nacido. Si el nacimiento es visto en las doctrinas religiosas cristianas como un regalo de dios, ser blanco sin duda es parte de este favor que las estrellas pusieron para ti. El problema es que eso es todo, hasta ahí llega el favor. Sencillamente porque la ecuación ya es más compleja. Ahora con años de reflexión y de abstracción podemos comprender muchas cosas más. Gracias a los modelos científicos y filosóficos podemos experimentar mucho más las consecuencias de los actos y las circunstancias que se demarcan alrededor de esos hechos. El problema pues es que para llegar a esos niveles hace falta entrenamiento y estudio; y quienes se sienten superiores sólo lo afirman por ser una especie de herencia de la cual se sienten merecedores. Y es que ante tanta confusión no es posible reelaborar nada. El neoliberalismo ha ayudado también a fomentar este sentimiento de “merecimiento” pero con resultados adversos. El estudio de la Ética ha sido reemplazado por versiones religiosas mucho más digeribles donde no se apela a la experiencia ni al razonamiento de por medio para determinar situaciones, como por ejemplo que la desigualdad es la verdadera causa de todo esto, y no en un sentido racial sino en un sentido cultural. Esa misma ideología de extrema derecha está aniquilando la posibilidad de reducir las brechas que afirman diferencias. Es necesario expresar que un símbolo es la corporalización de un comportamiento, de un discurso, que a la postre se entenderá de la forma en la que se exprese. En esos discursos no hay matices, tonalidades en las que se pueda ocultar el verdadero sentido. El amor y el odio son sentimiento excluyentes. Odiar se hace de la misma manera en la que se ama, el problema que para amar hay que sacrificarse y para odiar hay que sacrificar al otro.

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