El tour real de Calderón ha sido
ensombrecido por otro tipo de realeza, una donde el azar atrapa a sus
condenados para trazar una gramática real, del terror. Una masacre en un casino
“royale” que muestra la eficiencia con la que los sicarios han perfeccionado
sus mecanismos para asesinar.
Lo interesante de las manifestaciones del mundo no es que se
den como hechos aislados sino de qué forma la realidad resuena, cómo dentro de las figuras
que construyen la realidad, el paralelismo existe sin pretenderlo, por azar,
como muestra del poder de dios para nombrar qué es lo real y desde dónde se
reparte la realeza. Entiendo que esta reflexión llegue a destiempo y que
carezca de la novedad pertinente; sin embargo, la elaboro para quitarme un peso
de encima, para ejercer una resistencia a través de las palabras y nombrar
acontecimientos que me rebasan. Me rebasa el término realidad y todos sus
derivados. La muerte ahora resulta algo intrascendente para la prensa, para el
gobierno que nos asegura que todos los que mueren se lo merecen por contaminar
el mundo de estupefacientes, que sólo aniquilan a los ludómanos, o mejor a las
ludómanas de una sociedad que ya no exige cuentas porque tiene miedo de acabar
degollados y ese juego también corresponde a un azar que se prefiere restringir.
Mientras tanto Calderón asegura que no es
para tanto, que la violencia está localizada sólo en la frontera donde todos
son bárbaros por su ambivalencia cultural, pero que todo dentro del México
indígena sigue como siempre: inamovible, tal pareciera que el tiempo sigue
suspendido y que la misma utopía de un México rural, piramidal y colorido
persiste como espacio para el turismo. Calderón ha tenido que cambiar de
salvaje para presentarse, él mismo, como la imagen del mexicano con el que se
puede hacer contacto sin que el problema lingüístico zanje la comunicación.
Calderón habla en inglés como estrategia no sólo de mercado sino como símbolo
de amistad: México siempre ha hablado el mismo idioma que su poderoso vecino y
la prueba la han establecido todos los presidentes que hablan el mismo idioma:
el libre tránsito unidireccional de ellos hacia nosotros.
El mercado que es esa entidad que todo lo
conquista nos mueve para llevarnos por senderos de la necesidad, de la
satisfacción instantánea, de la cultura de la imagen donde ver lo que cada
quien quiera puede ser una estrategia para la contraposición de opiniones. Así
lo que ves no es lo que hay. Es sólo un estado de excepción de lo real. México
no es lo que se ve sino otra cosa que ya nadie entiende, donde lo que se debe
es explorar las manifestaciones de la violencia para crear ya sea arte,
propuestas discursivas o lo que cada quien pueda mediante oscuros balbuceos. Lo
real maravilloso se ha transformado sólo en lo real: casinos y toures;
torturas y vejaciones.
Lo real de México no cabe más en su
turismo. El salvaje ha dejado de ser bueno y se ha rebelado para no dejarnos
contactarlo ni retratarlo. Cualquier foto ya no les roba el alma. La han
perdido en el correr del tiempo, ya les habían quitado todo desde hacía muchos
años y su grito de AK47 no muestra nada, el grito se lo llevó todo, el azar de “cuando
te toca, te toca” se ha diluido para no dar nombre a nadie. La magia del
turismo y del consumo han trocado lo real maravilloso en una mezcla de
realidades reales, consumos efímeros y entidades espantosas. México ya no es
real maravilloso ahora es espantosamente real.
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