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Otoño y sus clásicos


Estuve en la zona de Arlington-Dallas-Fort Worth, Texas hace unos cinco años. Me invitaron a dar una charla en la Universidad Texas, en Arlington, sobre algún tema relativo a mi tesis doctoral que había concluido hacía un año. Esta visita tendría la posibilidad de una posible contratación que nunca llegó. Aparentemente mi tema, o mejor dicho, mi carácter y poco dominio en el asunto chicano no fraguaron del todo para ser el elegido por el cuerpo de profesores y llenar la cátedra de poesía latinoamericana con posibilidad de articular algo sobre la literatura de la frontera. Sólo estuve dos días y una noche. Antes de mi visita no sabía nada sobre el área, sólo que en Dallas jugaban los vaqueros y que había un alto número de ellos. De igual manera había pisado un par de veces el aeropuerto para hacer conexiones de o a México.


Uno de los del comité, al que llamaré Cristóbal, me recibió en el aeropuerto. Me habló entonces de la maravilla del lugar y de lo que se llamaba the tricities, un complejo de tres ciudades que se extendían en un diámetro de más o menos veinte millas, en cuyos extremos se encontraba de un lado Dallas y del otro Forth Worth. Recuerdo que el paisaje desértico me entusiasmó; después de todo el desierto había sido el paisaje que constituían mi ADN. También recuerdo unas bolas gigantescas suspendidas en el horizonte que, mi guía me reveló, contenían millones de galones de agua acumulada por un proceso que ya he olvidado pero en aquel entonces juzgué muy pertinente, para dotar a la tres ciudades de líquido potable. A la postre todo el desierto era eso: vastedad, calor y deshidratación. Cristóbal tomó el free way que unía los tres puntos citadinos para llevarme a un hotel situado justo en medio de la línea donde se encontraba Arlington. Nos bajamos de la autopista y tras dar la vuelta al anillo que nos sacaba de las altas velocidades pasamos por un gran estadio de béisbol. Cuando su estructura me llamó la atención mi acompañante me dio la información pertinente; era el estadio de los Rangers de Texas, antes los Senators. Cristóbal resumió la historia de los Rangers en un único dato relevante: era el equipo de Georgie Bush. Lo había comprado años antes y lo había rebautizado con el nombre de Rangers. Fue su gerente hasta 1994 cuando fue gobernador del estado. Cristóbal ya no me hizo mención alguna sobre las formas de gobierno ni del estado ni del equipo. Pasamos el estadio y no tuve ganas de saber nada más sobre la posición en la que habían quedado en la temporada pasada. Pensé en la estructura arquitectónica, en lo problemático de los estadios de béisbol que sólo servían para eso por su disposición caprichosa en una estructura de punto de fuga desde el home hasta los jardines. Asimismo pensé que eran estadios que pasaban la mitad de año como entidades fantasmas. Sabía lo que hacían algunos jugadores de las grandes ligas durante su periodo vacacional; algunos se iban a México a jugar en la liga del Pacífico, sólo como servicio comunitario, para encontrarse a sus rivales en la serie del caribe. Pero no se me ocurrió ningún uso alternativo para un parque de béisbol.


Me hospedaron en un hotel justo en frente del estadio. Desde la habitación podía contemplar una de las alas de lo que luego me enteré por información del hotel era “el nuevo estadio”. Aparentemente el principal sustento del hotel era recibir a fanáticos que llegaban desde otras regiones a ver jugar a su equipo. No pensé más en los problemas existenciales que pasaban los jugadores y me concentré en repasar mi charla, agendada para el día siguiente a las 10 de la mañana.


En la noche un par de posibles futuras colegas vendrían a buscarme para llevarme a cenar al pintoresco, según Cristóbal, Forth Worth. Como siempre que uno no conoce los alrededores por los que moverá su cuerpo, la información me entró y salió de la misma manera. Ahora incluso a la distancia no sabría si realmente estuve ahí o sólo creí estar. La futura nueva colega llegó a la hora prevista, su nombre era ruso pero me dijo que no ella no lo era, que era búlgara. Registré la información de manera anecdótica y salimos a buscar su carro; me puso al tanto del itinerario a lo que asentí por mera cortesía porque no tenía idea de lo que me estaba diciendo. Partimos del hotel y pasamos por el estadio iluminado en el exterior. No sabía si era pertinente hacer un comentario al respecto, después de todo desconocía si en Bulgaria se apreciaba el béisbol o si eso sonaría comentario machista, con la academia hay que estar muy consciente para no herir susceptibilidades. Sólo recuerdo que pasamos más de cerca por el estadio e imaginé un desastre de equipo lidereado por un tipo como Bush que tenía sumido al país en una guerra absurda. Mi futura colega me sacó de mis meditaciones con la advertencia de que ella apenas tenía seis meses en el área y que sería la primera vez que conduciría hasta Forth Worth porque acaba de aprender a manejar. Esbocé una ligera sonrisa de nerviosismo a lo que ella respondió con “no te preocupes, tengo ya dos meses de experiencia”. Me ofrecí a conducir pero ignoró mi propuesta. Como no lo hacía tan mal me relajé y comenzamos a hablar del lugar y de su poca experiencia con los alrededores porque ella había venido de Boston, ciudad más cosmopolita y mejor establecida. Yo iba de Tennessee, no precisamente la cuna de la civilización, por lo que su comentario en contra del lugar no hizo mella en mi espíritu. Llegamos por la otra colega, que me enseñó su casa y me confesó que era soltera. Ante semejante descubrimiento yo tuve que decirle que era casado. Cenamos; yo dije chistes malos y creo que no me lo perdonaron. Hablamos de Cowboys pero no de Rangers.


Me llevaron las dos de regreso al hotel, seguramente para comentar sus impresiones sobre mí. En el camino pude notar que las grandes esferas de agua también tenían iluminación, al pasar por el estadio no pude evitar hacer la conexión de esas grandes esferas con el parque de pelota. El béisbol es un deporte que alberga en su interior dos novenas de maniáticos, es el único deporte que da tiempo para el desarrollo del tic nervioso, la manía, la depresión y el temperamento melancólico, en una palabra es un deporte para románticos. Las televisoras han sacado partido de su suspensión temporal en la que se juega para mostrar close-ups de expresiones agónicas, escupitajos despreciables y antisépticos; es la magnificación de la manía donde la pasión está siempre contenida y controlada por rituales que a veces sirven y a veces no. Cómo decirles que nada de lo que hagan va a servir del todo para lanzar la pichada correcta, pero ¿qué tal si por no hacer el ritual la curva no quiebra como debe? Las colegas me dejaron y quise decirles que sentía mucho no haber dicho los chistes adecuados pero que el estadio me había impresionado.


Ahora en la postemporada cinco años después me entero que Los Rangers están en bancarrota y que deben salarios a la mitad de sus jugadores y exjugadores, incluso al que no pudo ser su verdugo en el último juego Alex Rodríguez. He visto el último partido de la postemporada motivado más por ver perder a los Yankees, equipo snob que sólo me produce malestar espiritual, que por empatía hacia los Rangers. Pensar que hace cinco años estuve en un lugar donde habría historia mundial me hace sentir como un tipo desfasado, un tipo que nunca llega en el momento justo para ser testigo de la historia y que ésta siempre acontece cerca pero nunca en mi persona. Un tipo lleno de manías que no toma ninguna cámara. Supongo que soy de esa mayoría que sueña con gigantes, que le teme a los Rangers, y que nunca ha conocido Nueva York, pero que contempla esferas en el horizonte para encontrar en ellas alguna conexión que le de sentido a su vida.

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