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Entre la Barbie y una mujer desnuda






Barbie es el diminutivo anglosajón de Bárbara. Ese diminutivo es ya un mito dentro de nuestra mentalidad cultural de Occidente. La Barbie domina el imaginario de todas las niñas que aspiran ser una belleza mediatizada, exotizada y en una palabra contempladas. La Barbie se ha llamado también doña Bárbara en Latinoamérica y Arturo Cova, su protagonista, no se pudo librar de su embrujo por toda la selva adonde se adentró para ser, fingidamente, un cauchero más. Cova, tal vez por el contagio que tiene doña Bárbara, trata de emular lo que no es, de despreciar lo que tiene para al final buscarlo y al mismo tiempo mostrar todo un comportamiento esquizoide de todo lo que no ha podido ser sólo por ser lo que le ha tocado. Cova cae en una fiebre intensa que le hace delirar una condición que no existe.

El caso ahora de la Barbie mexicana es una fenómeno que capta todo un universo de índole significativo: dos preguntas saltan a la vista: la primera por qué le dicen la Barbie y la segunda de qué se ríe tanto. Todo parece demostrar que la Barbie sigue el camino trazado de la ambivalencia del macho mexicano y su tradición de penetrar con su miembro todo aquello que pueda. ¿Es un caso aislado o es un caso de travestismo significativo que apela más a una cultura?



El caso de los travestismos dentro de una cultura periférica siempre ha tenido mucha repercusión para describir sociedades que no pueden llegar a convertirse del todo en una reconocida por quienes la forman y les brindan su autenticidad. Severo Sarduy, por ejemplo, basa su teoría del mundo americano y su barroquismo en el fenómeno de apariencia travestista. En ese sentido la apariencia deviene en el principal componente para la conformación de la verdad y dentro de ese travestismo se genera una nueva forma de resistencia a aquello que se presenta, o mejor dicho, representa. La Barbie es una imagen revertida del machismo en su esencia pura. Lejos ha quedado la imagen del delincuente desplazado a una zona marginada de la sociedad, ya de por sí marginada, para equipararse a la de un pornstar cuyo liderazgo goza de privilegios con el cadenero del Bar Bar y con toda la constelación de Televisa por ser ese fetiche que tanto pondera el canal de las estrellas: la blancura en tierra de indios (y para mayor lucimiento con pasaporte gringo). En ese sentido, nuestro primer narcostar brilla con todo su gusto, y su risa no sólo cautiva los medios sino el corazón de las muchachas que quisieran departir en su bacanales y tener sus hijos, así como miss Venezuela y su vástago, atinadamente denominado con todo exotismo el indio. El gobierno casi como una obra de arte absurda ha fraguado una serie de correspondencias que hacen de su proceder un acercamiento diabólico a la creación de una obra de arte vernácula. Al ser aprehendido sin violencia, según han comentado en forma de autoensalzamiento el gobierno mexica, la Barbie ha hecho acopio de toda civilidad para entregarse y portar en su torso el sueño consumista de la clase media en el pecho: la imagen gigante de un jugador de polo --curiosamente al lado de Los Pinos hay un campo para practicar este deporte—junto con el nombre de London en grandes letras y un número en la espalda. Tal vez el atuendo que llevaba era el de un jugador de refuerzo que se posicionaba dentro de las entrañas de un México de élite para practicar un deporte exquisito conocido por quienes han confirmado que las diferencias sociales deben existir y demarcarse lo mejor que se pueda.

Días antes de la captura de la Barbie, a manera de creación grotesca impecable de la literatura tragicómica impuesta por las casualidades, nuestro país ostentaba por segunda ocasión la belleza del universo; por segunda ocasión el país contaba con una miss que llenaba las expectativas reencontradas del porqué ser mexicano aún no está perdido. También México puede generar belleza reconocida por el mundo, y esta vez no tiene apellido extranjero; en México, y eso sí había que dejarlo muy en claro, no sólo hay indios, sino gente hermosa, morenas de fuego para exotizar aún más el caso de una barbie (la minúscula es deliberada) que se ha filtrado para ser orgullo nacional y dar el grito de una independencia junto con Calderón de algo que nunca ha existido: un país libre e independiente.

Sin embargo, la verdadera estrella dentro de la constelación mexicana es la imagen de la Barbie risueña que ha producido su propia película, con una inversión risible de 200 mil dólares en cash y algunas pistolas con cachas de diamantes; nos preguntamos entonces si la Barbie se sigue riendo por el arraigo que le han dado o porque todo parece indicar que en unos días seguirá protagonizando el siguiente capítulo de su historia: de cómo pactó con el gobierno para ser entrevistado frente a cámaras de televisión y salir libre después de los festejos del Bicentenario.

En México las mujeres sólo decoran y acompañan a quien haga falta, ya sea presidentes, narcos o satánicos; los muñecotes güeros y de ojo verde son los que verdaderamente cautivan el corazón de nuestros Solines, ya lo han visto: como Kalimán de ojos azules sólo el propio Kalimán y como la Barbie sólo su sonrisa y su camiseta Polo.

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