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Efecto mariposa


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Prologue
The butterfly effect is a phrase which encapsulates the more technical notion of sensitive dependence on initial conditions in chaos theory. Small variations of the initial condition of a nonlinear dynamical system may produce large variations in the long term behavior of the system. So this is sometimes presented as esoteric behavior, but can be exhibited by very simple systems: for example, a ball placed at the crest of a hill might roll into any of several valleys depending on slight differences in initial position.

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La encontré por accidente, por el accidente de la vida más precisamente. Caminaba y se paseaba como un pavorreal, como un cisne poético. Deambulaba y, en la proximidad, lejos de la intemperie, en cautiverio, se tornaba menos amenazante. Al final, sólo me quedó un sabor a hembra que aún no ha llegado a extinguirse.


Algunas veces nos odiamos, otras jugamos al suicida con una espléndida y envidiable vocación de muerte. Aunque no me odiaba siempre debo aclarar, sólo cuando el clima era cálido y sudaba. No era temperamental, sólo climática. La luna no le afectaba tanto como el sudor y la humedad.


En las noches se alimentaba de aire y viento que le refrescara el cuerpo expuesto a su recuerdo. La veía sólo a veces, las otras intuía su pasión, su padecer antiguo, su atávico fracaso y su desolado espacio de hembra melancólica por el tiempo, las estaciones, las ganas de no ser nada para soñar con algo. Tal vez por eso su orgasmo me causó espanto. Nunca fue vencida ni conquistada, sino cedía su posesión por estar perseguida de una ausencia y un recuerdo climático que nunca pude resolver, apenas adivinar, intuir más precisamente. Temía ser descubierta mientras sangraba; parecía como si el diablo hubiera obrado en ella una alteración monstruosa y la sometiera a una tortura infame. Cuando el dolor la sorprendía, la abandonaba a su suerte y bajaba el termostato.
Si hacía frío los pies le crecían hasta convertirse en una carga insoportable y evitar así su huida. Por eso le mentí siempre que pude: la encerré en la cárcel de los recuerdos. Le fabriqué una prisión cómoda llena de detalles felices y temperatura controlada. En las habitaciones desplegué una serie de paisajes estimulantes para controlar su constitución ambiental. Le hacía creer que los colibríes al volar se perdían en sus ojos.

Mi posición frente al clima le molestaba sobremanera. Le daba por llamarme loco y obsesivo. Cuando quise hablarle de su condición hábilmente me arrinconó en una telaraña de recriminaciones vacías en donde argumentaba que yo era quien la manejaba. Nunca me dejó comunicarle lo que tras años de observación pude corroborar: esa disposición climática de sus inquietudes.


En el invierno, en las noches sobre todo, pedía que le trajera un par de aceitunas para conservarse cálida, a una temperatura ambiental que le permitiera un desenvolvimiento más claro. Diligentemente volvía para comunicarle mis inquietudes, sólo que entonces, ante la mezquina realidad, sus espasmos tan temidos volvían. Acepté estoicamente un futuro a su lado con la promesa hecha a mí mismo de una cura a esa disposición. Al final, debo confesar sin vergüenza, desarrollé una fascinación por su condición climática, una necesidad de verla como un fenómeno puramente meteorológico.

Al revisar el clima, que tanta gracia le causaba, yo sólo perseguía, secretamente, tener una aproximación a su misteriosa condición. Cuando sacaba mi cuaderno de notas para registrar los grados Fahrenheit, la humedad, la nubosidad, los vientos y la posibilidad de tormenta tropical, sólo tenía en mente articular un perfil que me proporcionara, como todo el mundo sabe, nada más que tendencias. De ese modo, podía detectar si su día sería claro, o con poca o mucha probabilidad de espasmos infernales, sangre revolvente, o deseos de venganza ante su condición de ser humano.

Si por alguna razón había algún cambio en la presión o algún sistema se aproximaba, las variaciones resultantes solían derivar en una multiplicidad de recriminaciones en donde su vida y su condición la llevaban a un fracaso irremediable del que yo tenía la culpa por haberla predispuesto a una situación semejante.

Su condición ambiental se acentuaba si salíamos a determinada hora o en determinada estación del año. Cuando quería evitarla del todo, porque las condiciones climáticas no presentaban mayor reto ni fascinación, me encerraba en mi estudio para reconstruir los hechos y confeccionarle una serie de gráficas desglosadas lo más escrupulosamente posible.

Cuando hacíamos el amor, le tomaba la temperatura con el pretexto de constituir un preludio a alguna nueva técnica amorosa aprendida de oriente. Al cabo de mucha insistencia, consentía en mis peticiones con aire maternal por creerme enfermo y necesitado de comprensión. Lo cierto es que de acuerdo al clima y su temperatura interior, podía determinar la intensidad del orgasmo: su furia animal y mi modesta respuesta.

En pleno verano, un desperfecto en el sistema de aire acondicionado derivado de un sistema de baja presión, la hizo sudar tanto que no pudo soportar su propia humedad. Me escupió a la cara, me llamó torcido y desviado. Salió empapada y me dejó solo con mis gráficas. Nunca más supe de ella. Creo que la extraño, el otoño está próximo y noviembre era su mejor mes.

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