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De Pavadas


Hoy es uno de esos días raros del mundo anglosajón masificado. Llevamos alrededor de 7 años haciendo como que celebramos o nos enteramos de que existe, este día que llaman “Thanksgiving” y que la mejor traducción de todas en español sería Navidad Anticipada. En cualquier caso, la costumbre nos ha llevado a parar a lugares insospechados y a rituales en los que cada persona dice por lo que debe estar agradecida, sin saber si quiera quién es la persona o sus circunstancias. Se supone que es cuando los gringos se reunieron por primera vez con los indios para no morirse de hambre. Desde la perspectiva humanista de esta gente, (he hecho una encuesta con mis alumnos) creen que los que se morían de hambre era los indios y no los pioneros. Después de saciarles el hambre con sus guajolotes, que sólo veían como pájaros salvajes, algo así como ver avestruces, los pioneros decidieron matarlos a todos por su gentileza. Gracias a este gesto de saciar el hambre del hombre blanco –y tal vez por un sentimiento de culpa en el inconsciente colectivo--, te invitan a que compartas el pavo con ellos, veas la televisión y tragues como un cerdo. Al final del día te encuentras compartiendo la mesa con gente que nunca te hubiera hablado de no ser porque en ese día son muy comprensivos. Hubo una vez en que nos tocó presenciar una representación teatral improvisada para la ocasión en donde nuestras hijas salieron, por supuesto, de inditas y a mí me dieron, supongo que por cortesía, una especie de plumero que me tuve poner en la cabeza. Entonamos cánticos patrióticos, saludamos a la bandera y aplaudimos las políticas antimigratorias de Bush. Hubiera debido tomar a mi familia y largarnos de ahí, pero siempre he tenido una debilidad muy fuerte por la comida gratis que preferí chutarme todo ese numerito a salir de aquella casa de locos sin comer.


En esta ocasión nadie nos ha invitado y como los hijos nos hacen hacer cosas rarísima (en mi caso me han convertido en una persona respetable dentro del mundo académico estadounidense con todos los títulos posibles), hemos decidido empezar con esta bonita costumbre de reunirnos como todos días y preparar una cena como todos los días y comer cosas de finísima calidad (no como todos los días). Hemos decidido también, en un acceso de rebeldía, no comer guajo y como dijera años antes mi madre “no seguirle el juego a los gringos” y comer carne de res. Es decir, hemos decido renegociar la costumbre sólo para cubrir dos gustos, el de las niñas de ser parte de algo y el nuestro, el de dejar el pavo para la navidad. Las niñas se hacen grandes y nosotros cada día más raros.

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