
La construcción del ser latinoamericano
I
¿Cómo construir un mundo latinoamericano desde una retórica de la identidad? La identidad supone una identificación del hombre con el otro, ser idénticos es ser el mismo. Los afanes clasificatorios son espacios para la unidad estadística. ¿Hay algo que realmente nos distingue? o esa distinción de la que se habla aparece como una atribución que forma y transforma un organismo en otro totalmente idéntico. La transformación de la que se habla deviene en una serie de prácticas culturales que dicen algo diferente de lo que se vive. Por ejemplo, comer tacos determina mi formación cultural, es decir, como soy mexicano debo comer tacos para reafirmar mi identidad cultural. A medida que coma más tacos podré decir que mi cultura se construye mediante un mismo factor: el comer. Todos sabe que este racionamiento es falaz porque aunque no coma tacos o si como, eso no me determinará mi auténtico ser mexicano.
Entonces, para buscar dar respuesta a mis diferencias culturales llego, inevitablemente, a la lengua. Aquellos puristas me dirían que no, ni siquiera mi lengua porque no es mía realmente, la hablo por una cuestión colonialista. Sin embargo, a la hora de decidir quién soy, puedo argumentar que de mi lengua se desprende una realidad que me une con el otro. Soy el mismo que mi semejante porque hablo una lengua que se habla bajo el mismo código cultural. Es decir, sé que dentro del español mexicano popular puedo desenvolverme con suficiente soltura. De ese modo, la lengua resulta ser un espacio para la identidad cultura que vivo con el otro, como también lo pueden hacer el gusto por los tacos. Las practica culturales, sin embargo, no garantizan el reconocimiento del otro como otro y como el mismo. ¿Cómo puedo llegar a mentir que soy esto y no lo otro? Ahora entonces, mi ser mexicano se ve comprobado porque recibí una educación en el país en cuestión. Viví en México durante 28 años de mi vida sin percibir el mundo de una manera que no fuera “mexicana”. ¿Cómo se percibe un mundo de manera mexicana? ¿Se puede tener otra forma de percepción?
Hace poco, cuando compartía un café con un amigo cubano, me dijo que poner una pila de periódicos a la entrada de un establecimiento para que lo llevaras al interior y cubrir el pago requerido era una práctica impensable dentro de lo que llamó “nuestros países”. Este racionamiento, además de que estuve de acuerdo con él, me dio la pauta para pensar en que él y yo compartíamos visiones de mundo cultural, es decir, del tipo de sociedad del que proveníamos antes de expatriarnos, él razones obvias y yo por razones también obvias. ¿Quería decir que no compartíamos la forma de operar de una sociedad? ¿o era que la necesidad nos llevó a tomar las mismas decisiones? Eso era lo de menos. Lo demás dependía que al estar ambos de acuerdo del fenómeno cultural, exhibíamos un radical descontento y conocimiento de las prácticas culturales de las que procedíamos. Podíamos decir que la cultura que habíamos dejado atrás ¿tenía como espacio único el robo y el aprovecharse del otro? ¿O es que en realidad lo queríamos destacar era la “ingenuidad” de quienes pudiendo robar cincuenta periódicos sólo toman uno y lo pagan? ¿Qué es lo que me hacía idéntico como mi amigo? Inevitablemente el reconocimiento de una conducta social que podría darse bajo el mismo esquema.
¿Es esto una identidad cultural? La respuesta es ambigua: sí y no. Sí, porque al reconocer con él otro un tipo de conducta, secretamente, estamos hablando de quienes construyen la identidad de un pueblo. Por supuesto que ni él ni yo fuimos y nos robamos ningún periódico. No lo hicimos, tal vez, porque no hubiera habido nadie para que nos los compraran.
En uno de los libros en los que Carlos Fuentes escribe y critica la cultura mexicana y por extensión la latinoamericana, menciona que “cultura” es una manera de imaginar y que por eso hay muchas culturas. La afirmación vino a ser una revelación para mis inciertas reflexiones sobre mi realidad ontológica menguada. Es decir, que el mundo puede ser divido en imaginarios, en narraciones de seres inexistentes que pueblan nuestras noches y fines de semana. Al final, son construcciones legítimas basadas en la lengua. De ahí que la lengua sea el mecanismo por el que se busca imponer un sentido de imaginación. Al mismo tiempo, pensé en lo que esta nueva definición me otorgaba como ser trasplantado. ¿Qué tipo de imaginación me une con aquellos que tienen mi mismo origen? Si tomamos como práctica cultural un sometimiento a través del imaginario debo responder a ciertos tipos de estímulo irracional. Dentro de ellos, el papel de la difusión de la cohesión nacional es, sin lugar a dudas, determinante. Difundir y llegar a todos los niveles sociales para mantener una idea viva es un tarea de quienes buscan imponer este imaginario puramente lingüístico.
Pero en realidad pensar que existe este tipo de sometimiento predeterminado sería mucho pedir para quienes controlan el mundo. Este control de imaginarios no se realiza de una forma deliberada, sólo se produce, se genera y se difunde como producto de una sociedad que siempre ha sido así. Es decir, ser parte del hecho de que la permanencia es lo único real, cuando lo único que no es permanente es la realidad.
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