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Oda triunfal. Fernando Pessoa. Álvaro de Campos. 1915

El disfraz del odio

Raúl Carrillo Arciniega Iba a escribir sobre los sentimientos que me generaba el día de muertos en Estados Unidos pero algo más escandaloso, y que me rebasa, está sucediendo en la universidad en la que trabajo desde hace 14 años, donde dicho sea de paso soy el único profesor mexicano con definitividad. Ya había escrito qué es lo que significaba el Halloween en otro momento de mis reflexiones, sin embargo, en el país en el que nos encontramos se ha abierto la caja de Pandora desde hace dos años con la elección de Donald Trump a la presidencia del país que clama ser el más poderoso de todo el planeta. Ha abierto la caja de Pandora para dejar salir todas las enfermedades mentales que la gente ha acumulado por siglos en este país que se compone de dos narrativas diferentes: la fundacional excluyente, de lo que se conoce como WASP; y la que pretende ser incluyente con el llamado “Melting Pot”. Estas dos ideologías compiten entre sí para refrendar la posición de superioridad...
Simulacros de tensión Baja California Sur ha dado la nota mundial por primera vez en su historia. El máximo diario global de habla hispana El País acaba de publicar en su versión en línea una nota en la que se presenta un simulacro de balacera en una primaria de la ciudad capital. La Paz, BCS, había sido el paradigma de la calma e incluso en mis años juveniles de un aburrimiento casi catatónico. En La Paz no pasaba nada. No había ni siquiera una población mayor a los 300 mil habitantes en todo el estado. Dejar el carro abierto o dormir con las puertas y ventanas abiertas era la norma. No soy tan viejo como situar estas anécdotas más allá de unos 12 años, mismos años que coinciden con la guerra contra el narco que Calderón desató y que Peña Nieto no ha prestado mayor atención. Cuando se tocaba en casa el tema de la delincuencia, a quien más se le temía era al “nagudo”, una especie de voyeur que veía por las ventanas a que las doncellas se desnudaran. Cuando llegué a vivir a ...

Mirreynato

Confesiones de un Mirrey peninsular He sido un mirrey y esto debo confesarlo ya con vergüenza. Tal vez lo hago sólo para decirlo porque de ese mirrey que fui ya no queda nada, salvo el recuerdo de mi propia conducta. Antes nos decían “juniors”, “hijos de papi”, “influyentes” o “pirrurris”. Teníamos a disposición choferes, gasolina, coches último modelo, yates, viajes en avión, restaurantes, putitas privadas, casas de citas, playas con acceso restringido, fiestas escandalosas, vacaciones pagadas en Los Cabos, acceso a todos los “antros de moda” --donde comprábamos botellas de lo que hubiera más caro--; teníamos dinero, sí; pero sobre todo teníamos impunidad. La Paz era nuestro parque de diversión y en él deambulábamos a todas horas buscándonos para tomar algo o buscar a quien nos cogíamos. Nuestro trabajo era saludar a la gente y exhibirnos en los antros para ser admirados como realidades inalcanzables. Mi hobby era el vino y eso era demasiado sofisticado para los demás por l...