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Sin duda el mundo no es aquello que experimentamos todos los días. Es una representación de un modelo que aún no llegamos a consolidar en nuestro intelecto, por tanto es una entelequia. Suponemos y afirmamos muchas cosas, cosas como las mismas que afirmo yo aquí en este espacio virtual, inexistente con el que pretendo destruir afirmaciones que no me conducen a ningún lugar. El problema real es por qué espero ese movimiento, por qué creo que me conducirán a algún lado, o por qué quiero moverme, para llegar a dónde. Ahora bien, el mundo que contemplo sólo es una clase de mundo al que tengo acceso. Desde mi despacho tengo una ventana a través de la cual veo, cuando estoy aburrido, a la gente que pasa en movimiento deseosa de ir a algún lugar. El movimiento es lo que me interroga ahora. Paso muchas hora sentado frente al monitor de la computadora tratando de dilucidar el movimiento de los subterfugios de mi conciencia y, no conforme con eso, los hago públicos. Cuando menos no soy el autor de holocaustos, asesinatos y robos masificados. Por eso quiero volver sobre las mismas reflexiones que apuntan a la decadencia de la civilización donde sólo somos espectadores de las monstruosidades que pasan todos los días. La cita es del postapocalíptico Jalife-Rahme con quien no puedo estar más que de acuerdo: “El gran mito de la globalización es que no fue una 'globalización' humanista con alcances universales para la mejoría del ser humano y la prosperidad del bien común, sino un vulgar oligopolio financierista primitivo de control mundial por la plutocracia de la banca israelí-anglosajona de Wall Street y la City.” (Jornada, 26/07/2009). La verdad siempre es más, mucho muy vulgar.

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