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Erecciones


Cuántas erecciones contenidas en medio del mundo. Cuántos deseos suspendidos por volcarse a devorar un universo jugoso y distante que no se completa. Por eso escribo, para dejar constancia de mi falibilidad como entidad aislada dentro de sí misma y arrojada a un tiempo marino, marásmico, marísmimo lleno de un episodio errado, de una malformación mental que persigue sustraerse de ser aquello que ha debido ser sólo por el temor de salir a conquistar aquello que no se ha resuelto. Y esto no es un lamento, ni siquiera un reproche a la forma de vida de la sociedad en la que habito, sino sólo un llamado a la cordura de mi propia parte. Cordura de las cosas que son, momento en el que no me entrego más que a aquello que puedo introducir dentro de estas líneas que a veces falseo para encontrar algo, buscar algo, perseguir una forma que imagina más arriba y menos dentro de un espacio que recorro y que cambia mientras lo piso, porque el mundo cambia, porque mi presencia se agota dentro del espacio temporal demarcado en un ir y venir de figuras, de señales, de reflectores encendidos, de días en que conduzco un coche para llegar a la puerta de una casa, de una aislamiento melancólico por haber perdido mi forma, un espacio que no distingo a medida que lanzo el llamado del amor, y de llamarse de cualquier manera.

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